José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, octubre- (www.cubanet.org) -No estoy seguro de que el
culto –desmedido e injustificado para la mayoría de los cubanos de a
pie-, que hoy se rinde aquí a Fidel Castro, responda únicamente a un
homenaje oficial de despedida. Ojalá no fuera más que eso.
Resulta fácil observar que este asunto de la vuelta a la retrogradación
fidelista tiene lugar después de una primera etapa en que, enfermo el
tirano y expuesta a la luz pública, mediante asambleas populares, muchas
de las barbaridades cometidas durante su dominio en más de cuarenta años
de absolutismo y caprichosos desmanes, se intentó hacer borrón y cuenta
nueva poniendo a la sombra hasta su propio nombre, aunque no fuese más
que el tiempo necesario para que los herederos del trono comprendieran
en la práctica que no hay vías para la vuelta atrás. Porque Fidel
dinamitó los puentes.
Apenas la realidad del día a día descubrió su rostro sin maquillaje ni
careta ante los presuntos perfeccionadores del socialismo, todos sus
cacareados proyectos de cambio terminaron quedando en el amago. Y así
Fidel había ganado como ganó siempre: porque los demás pierden, antes
aun de presentar batalla.
Ese repentino timonazo de los "reformadores" para regresar a lo más
rancio del discurso y del inmovilismo fidelistas, tal vez no responda
entonces –como piensan algunos observadores- al sincero deseo de hacerle
justicia al postulado de su jefe histórico. Mucho menos debe responder
al hecho, incontrastable, de que éste se recupera físicamente y ha
ordenado el repliegue.
Si de Fidel dependiera, jamás se hubiese mencionado en Cuba la necesidad
de emprender cambios. No hubiesen convocado a la gente para que emitiera
sus quejas y pareceres, aun cuando esta convocatoria no pasara de ser
parte de una estrategia manipuladora. Con todo, era un juego peligroso,
la clásica caja de Pandora, donde no metería sus manos un tirano con
tantas horas de vuelo.
Más creíble parece ser que a los "reformadores" les ha ocurrido algo
similar a lo de aquel que se puso a ensanchar el sombrero y luego le
faltaba cabeza.
En La fábula sobre el rey Murdas, el célebre Stanislaw Lem cuenta que
este monarca, obsesionado con el poder y nervioso ante la perspectiva de
perderlo, hizo que fijaran para siempre su cuerpo sobre el trono,
remachándolo, fundiéndolo con soldaduras a la estructura del exclusivo
solio, para que no hubiese fuerza de Dios ni de los hombres capaz de
separarlos. Sucedió entonces que una buena noche se produjo un incendio
en palacio y lo arrasó todo, incluido el rey Murdas, quien no pudo
correr por razones obvias.
En esta fábula quizás podrían hallar los analistas las verdaderas causas
de nuestro retorno de hoy al fidelismo de tranca y barranca. Comprobado
ya que no conseguirán resarcir la catástrofe ocasionada por el rey, pero
a la vez dispuestos a no perder el reino que les lega, los herederos
pueden haber decidido remacharse al trono para echar el resto. Si es
así, y todo parece indicarlo, no queda sino esperar que tarde o temprano
haya fuego en palacio.
No comments:
Post a Comment