Publicado el 08-29-2008
Más indicios de reformas económicas en Cuba
Segunda de dos partes
Por Jorge A. Sanguinetty
En la entrevista que el Financial Times le acaba de hacer al señor
Alfredo Jam, jefe de análisis macroeconómico del Ministerio de Economía
en Cuba, el funcionario declaró que hay que romper el igualitarismo en
los ingresos que perciben los trabajadores cubanos, pues representa un
impedimento a la productividad del país. O sea, lo que dice el
economista es que hay que pagarles más a los trabajadores más
productivos aunque el resultado sea que unos ganen más que otros. Estas
declaraciones son de gran trascendencia porque confirman las intenciones
reformistas de Raúl Castro, especialmente la necesidad de levantar las
restricciones que han mantenido los salarios nominales prácticamente
congelados en Cuba por casi medio siglo. Y ambas declaraciones entran en
flagrante contradicción con la ideología unipersonal de Fidel Castro.
Las declaraciones tienen importancia política y económica. La política
consiste en que invita a pensar que puede haber una pugna entre los
miembros del dúo gobernante, que aunque Fidel Castro esté separado del
diario manejo absoluto del país, hay sospechas e informes parciales de
que mantiene suficiente influencia sobre Raúl para obstaculizar sus
iniciativas si no son de su agrado. Recordemos que a mediados de los
años ochenta Fidel Castro descarriló un plan de liberalización limitada
de la economía que se le atribuye a Raúl. La explicación que Fidel
Castro dio entonces para justificar la medida fue precisamente que las
reformas estaban generando muchos "ricos" en Cuba.
La importancia económica es resultado de varias condiciones que actúan
de manera interdependiente. Por un lado, ya Raúl Castro afirmó
públicamente que el país necesita eliminar los topes impuestos a los
salarios de los trabajadores, de manera que las empresas puedan pagar a
sus empleados según lo que contribuyan a la producción. No se necesita
tener una intuición muy aguda ni ser economista para saber que tal
liberalización del mercado de trabajo va a generar desigualdades de
ingreso, pero seguramente serían bienvenidas por la mayoría de los
cubanos. Los trabajadores, técnicos y ejecutivos que más contribuyan a
la producción deberán ganar más. Pero no ganar más en papel moneda con
el cual no se puede comprar casi nada, sino ganar más para poder
consumir más, tener mejores viviendas, viajar y pagar por todo aquello
que permite alcanzar un mejor nivel de vida. Esto significa que Raúl
Castro, sus economistas y sus administradores de empresas tienen que
lidiar con la profunda devastación económica del país y con la clásica
interdependencia de sus sectores productivos. Por ejemplo, elevar los
salarios de los trabajadores más productivos en la industria del calzado
sólo podría mejorar la productividad de esa industria si se elevan
simultáneamente los niveles de producción de otros sectores, como el de
los alimentos en la agricultura, en la construcción y todos los que
producen los bienes de consumo que los trabajadores querrían comprar con
sus nuevos salarios.
A esta interdependencia sectorial hay que sumarle otra, la
internacional. Los trabajadores de casi todos los sectores en Cuba
necesitan materias primas y equipos que se producen en otros países,
bienes cuya adquisición hay que pagar con los ingresos que se derivan de
los sectores de exportación. Sin un suministro suficiente de estos
insumos importados elevar los salarios solamente no elevará los niveles
de producción, pues no habría mucho que comprar y la economía seguiría
postrada. Todo esto quiere decir que la primera prioridad del gobierno
cubano es elevar la producción de las empresas que producen para la
exportación y estimular consecuentemente a sus trabajadores y
ejecutivos, lo cual creará las primeras bandas de desigualdad en los
ingresos de los cubanos.
Pero ¿será posible elevar la producción exportadora cubana con sólo
elevar los salarios de los trabajadores de esos sectores? Posiblemente
no mucho. La devastación sufrida por la industria azucarera a manos de
Fidel Castro, que jugó con ella como un niño juega con un Tinker-Toy
hasta desbaratarla, le quitó al país su fuente tradicional de ingresos
externos sin haberla sustituido adecuadamente por otros renglones de
exportación. Se desprende entonces que para elevar la capacidad
productiva del país, además de mejorar los métodos de manejo de la
economía y sus empresas, hay que hacer inversiones para crear nuevas
capacidades productivas. Además dichas inversiones en nuevas empresas
deben ser complementadas con inversiones en infraestructura en materia
de energía, comunicaciones, agua y viales, todo lo cual es necesario
para la expansión de la capacidad productiva nacional.
Pero Raúl Castro se equivoca si cree que sólo con reformas estricta o
puramente económicas se sacará a Cuba del agujero en que se encuentra.
Para que las empresas puedan operar más eficientemente tanto sus
trabajadores, como sus técnicos y ejecutivos necesitan tener libertades
de gestión desconocidas en Cuba por los últimos cincuenta años. No hay
fórmulas mágicas para subir la eficiencia productiva de las empresas. La
misma no consiste en producir mucho, sino producir bien, o sea, producir
a costos que estén por debajo de los ingresos y no al revés. Esta
condición consiste en que los trabajadores deberán tener libertad para
cambiar de empleo, y los ejecutivos para contratar a los trabajadores
buenos y despedir a los malos, etc. Es ahí donde se pondrá a prueba la
voluntad reformista de Raúl Castro, cuando se percate de que la
eficiencia de una economía depende de otros elementos de la urdimbre
social, como los políticos e ideológicos.
No comments:
Post a Comment