"Esto llegó a su fin. Deseamos transformar el régimen nosotros mismos".
Por: Carlos Alberto Montaner
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¿Qué hace Raúl Castro por estas fechas? Es importante seguirle la pista.
Todo el mundo, incluida la nomenklatura que manda en Cuba, sabe que el
comunismo está condenado a desaparecer de la isla. Es el capítulo
inconcluso de la Guerra Fría y, eventualmente, el sistema, como sucedió
en todas partes, será sustituido por un modo más racional, humano,
plural y eficiente de hacer las cosas.
El problema radica en cómo llegamos a ese punto. En su reciente viaje a
Brasil lo confesó, en privado y sin micrófonos, uno de los cubanos más
prominentes del Gobierno: "sabemos que esto llegó a su fin; lo que
deseamos es transformar el régimen nosotros mismos, poco a poco.
Pero poco después habló Raúl ante el parlamento cubano. Fue un discurso
muy decepcionante, incluso para los propios castristas que esperaban
anuncios más audaces. De cuanto dijo, lo único realmente importante fue
que decretó la muerte del igualitarismo y admitió que, como todos los
seres humanos son distintos y crean riqueza de acuerdo con sus
particulares actitudes y aptitudes, les corresponde una recompensa
acorde con su trabajo. O sea, Raúl, al fin, descubrió los fundamentos
éticos de la economía de mercado.
¿Por qué Raúl Castro no se atreve a poner en marcha los cambios que el
país necesita, pese a que no ignora que ese es el clamor popular?
Sencillo: por sus relaciones emocionales con Fidel. Eso se dejó ver, muy
claramente, en el discurso de marras. Tras acabar la lectura contó, muy
orgulloso, que le envió el texto a su hermano para su aprobación y este
se lo devolvió sin una sola corrección. Raúl estaba radiante de
felicidad y entonces le mandó un mensaje entre jocoso y obsecuente a
Fidel: "¿Sabes por qué soy tan inteligente? Porque todo lo aprendí de ti".
Raúl está gobernando para complacer a Fidel, no para solucionar los
infinitos quebrantos del país. Desde niño, y especialmente desde la
adolescencia, cuando sus padres lo colocaron bajo el tutelaje de Fidel,
Raúl ha intentado conquistar el aprecio de Fidel. Pero Fidel es un
narcisista y este tipo de gente está emocionalmente incapacitado para
admirar a otros seres humanos. El otro siempre existe para aplaudir, no
para ser aplaudido. Fidel, además, sabe que la subordinación psíquica de
Raúl le garantiza que su obra, aunque sea un monstruoso fracaso, no será
desmantelada mientras él viva. Esa soga invisible colocada al cuello de
su hermano menor, que jamás aflojará, es la garantía de la prolongación
(aunque sea provisional) de un régimen en el que ya nadie cree.
¿Qué pasará cuando Fidel muera? ¿Seguirá Raúl complaciendo al cadáver de
su hermano o logrará librarse del yugo? No sé. Raúl tiene 77 años, y a
esa edad muy poca gente es capaz de cambiar. Su trastorno de
personalidad encaja a la perfección dentro del ancho síndrome de la
"codependencia" y no es nada fácil sacudirse esa cadena. En el fondo, el
problema de Cuba está más cerca de la psiquiatría que de la política.
Tal vez siempre ha sido así.
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