Cuarenta y seis años después de su proclamación, el socialismo cubano
parece haber recuperado, al fin, la noción del valor del dinero como
regulador económico y catalizador social.
Casi medio siglo de imperio de las bellas palabras, de invocación de los
estímulos morales y materiales (que nunca fueron demasiado
estimulantes), de lucha frontal contra el dinero, van dejando espacio a
un realismo
(socialista) en el que se le pide a la gente que trabaje no solo porque
el trabajo engrandece al hombre y lo justifica como ser social, sino
porque si trabaja más y mejor, podrá tener más dinero.
Que las más altas esferas de decisión política y económica de la isla,
ahora en manos del general Raúl Castro, hayan tenido este atisbo de
realismo que se refleja en su discurso del 11 de julio, que busca como
principal objetivo la productividad y la calidad del trabajo físico e
intelectual, es una señal de que la vida real y el discurso empiezan a
acercarse. Desde que se esfumaran los días de la bonanza socialista de
los años 1980, cuando el salario les permitía a muchos cubanos los
"lujos" de irse a un restaurante y hasta pagarse un fin de semana en un
hotel, el trabajo para el Estado dejó de ser una fuente de ingresos con
el que los cubanos contaran para vivir.
La explosión de la crisis económica de los años 1990, eufemísticamente
bautizada como "período especial en tiempos de paz", enfrentó al país
con su realidad más dramática (pobreza, falta de recursos, incapacidad
productiva, atraso tecnológico, desorganización empresarial, altos
niveles de robo), pero la retórica del sacrificio se sostuvo aun cuando
se hacía evidente la descomposición del entramado social.
Como la gente no podía comer con la retórica, la deserción laboral hacia
esferas más lucrativas o al menos con más posibilidades económicas (el
turismo, las empresas mixtas de capital extranjero, los trabajos por
cuenta propia) o la fuga hacia el exilio, prácticamente desmantelaron
varias esferas del sistema laboral (entre ellos la educación) y
patentizó la pregunta que hacía todo aquel que buscaba un trabajo: antes
de investigar cuánto se pagaba, la gente pregunta qué se "resolvía"
(conseguir algo) en la plaza ofrecida. Y si no se "resolvía", pues
volvía la espalda y prefería vivir del "invento" (cualquier negocio más
o menos turbio) antes que de un trabajo estatal, con una remuneración a
veces ridícula.
El propio gobierno ha reconocido varias veces, a lo largo de los dos
últimos años, que los salarios que paga el Estado son insuficientes. Eso
es realismo, y su manifestación se reduce a pocas palabras: la gente no
puede vivir solo de lo que el Estado le paga por su trabajo.
Aunque siempre la comparación de cuánto ganaría en dólares un trabajador
cubano provoca las reacciones adversas de las esferas oficiales, lo
cierto es que en un país donde se promete eliminar las gratuidades
"indebidas", reducir una cantidad importante de subsidios (incluidos los
alimentos) y crear bases impositivas para todas las labores (hoy solo
pagan impuestos los independientes y los que trabajan para empresas de
capital mixto), no se puede dejar de buscar una equivalencia que se hace
patente cuando alguien entra en una de las llamadas tiendas de
recuperación de divisas y, para comer o para bañarse, debe pagar el
equivalente a tres dólares por una botella de aceite de soya o medio
dólar por una pastilla de jabón. Porque a pesar de las gratuidades y
subsidios que se mantienen, a pesar de la seguridad social, de la
educación y la salud pública gratuitas, lo cierto es que el equivalente
del salario cubano medio de 400 pesos mensuales es de unos 28 dólares.
Un ejemplo dramático de los mecanismos económicos que mueven a la gente
y al mercado laboral en Cuba ha ocurrido recientemente con los choferes
de ómnibus. Durante años la falta de control convirtió a esa labor en
una fuente de altos ingresos debido al robo del dinero recolectado por
el cobro del pasaje. Cuando a principios de este año los antiguos
"camellos" fueron sustituidos por nuevos ómnibus equipados con alcancías
que limitaban el contacto directo de los cobradores con el dinero,
muchos choferes pensaron dejar su trabajo, o de hecho lo dejaron, pues
el atractivo de poder ganar diariamente unos cien pesos adicionales (a
los 400 pesos antes mencionados) era el que lo mantenía detrás del
timón. El ejemplo es solo eso: un ejemplo de una realidad extendida.
Junto a disposiciones legales que permiten a los trabajadores ganar
altos salarios de acuerdo a su productividad, a la desaparición del tope
máximo de salario, o a la anunciada posibilidad de que una persona tenga
más de un contrato laboral, el gobierno cubano ha emprendido una cruzada
a fondo contra el también eufemísticamente llamado "desvío de recursos",
que en realidad es lo que en todo el mundo se conoce como robo. El robo
de todo lo robable es una práctica cotidiana en Cuba donde lo mismo es
factible de ser robado el tacho de la basura -las ruedas sirven para
hacer carretillas y el plástico para fundirlo y fabricar adornos para el
pelo- que materiales de construcción, comida o lo que caiga a mano.
Gracias a ese desvío de recursos que permitía y permite aun- "resolver"
a mucha gente, es que se puede explicar que tantas personas compren el
aceite y el jabón de dos párrafos antes.
El nuevo gobierno cubano ha hecho tres llamados fundamentales al país:
trabajo, ahorro y disciplina. Sabe que esa es la sagrada trinidad que
podrá darle estabilidad y durabilidad al sistema. La crisis energética y
alimentaria mundial ha creado nuevas encrucijadas económicas y un país
como Cuba, todavía hoy en buena medida dependiente de su agricultura, no
puede darse lujos como el de tener ociosas una gran cantidad de tierras
y ha comenzado lo que bien podría calificarse de una nueva reforma agraria.
Mientras, las costosas movilizaciones millonarias de ciudadanos que
adornaban actos políticos en todo el país se han reducido casi hasta
desaparecer. En lugar del millón de personas con que se celebraba el
acto político por el 26 de julio fecha del inicio de la lucha armada de
Fidel Castro y sus compañeros, en 1953-, este año se anuncia que serán
diez mil los representantes del pueblo convocados.
Si bien es cierto que muchas cosas que se espera cambien en Cuba aún no
han cambiado, lo que sí resulta evidente es que se va modificando la
relación entre el discurso y la realidad: y éste es, sin duda, un cambio
grande y significativo en un país urgido de soluciones que empiecen a
recolocar las cosas en su sitio. Por lo pronto, el dinero ha vuelto a
recuperar su sonido y se habla de él, de su falta, de su presencia y de
su necesidad como una razón esencial para que las personas trabajen y
vivan. En Cuba socialista. (COPYRIGHT IPS)
(*) Escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a una
decena de idiomas y su más reciente obra, 'La neblina del ayer', ha
ganado el Premio Hammett a la mejor novela policial en español del 2005.
Leonardo Padura Fuentes (*)
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/cuba-realismo-socialista_4380104-1
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