Posted on Mon, Aug. 28, 2006
Tom y Jerry van a Cuba
ALEJANDRO ARMENGOL
Tom y Jerry tienen un grave problema. Su actitud viciosa e irresponsable
los ha convertido en sujetos no aptos para menores. El canal de
televisión infantil Boomerang va a editar algunas escenas de la serie de
dibujos animados, en las que los personajes aparecen fumando. Todo se
debe a que el organismo regulador de los medios de comunicación
británico ha abierto una investigación sobre la serie, tras recibir una
denuncia de un espectador que consideraba que esas escenas no eran
apropiadas para el público infantil.
Tanto la queja como la medida me parecen una soberana estupidez. No es
por gusto que los ingleses siguen arrastrando a un oportunista hipócrita
como Tony Blair de primer ministro. Ningún niño se va a convertir en
fumador por ver un cartoon en que un gato fuma. Más me preocupa que
existan padres tan fanáticos que anden persiguiendo escenas
insignificantes. Lo que sí me produce temor es que un canal de
televisión, como ha ocurrido en este caso, ceda y proponga la edición de
estas imágenes.
Pongo el ejemplo del gato y el ratón para demostrar que en todas partes
acechan los censores, y que más de una institución, por motivos
económicos o políticos, está dispuesta a adoptar la línea más fácil: no
buscarse problemas y complacer a un público determinado.
La campaña por expulsar el libro infantil Vamos a Cuba de las
bibliotecas de las escuelas públicas del condado Miami-Dade guarda
puntos de contacto con el anterior ejemplo británico, pero va más allá
que cualquier polémica entre la censura y la libre expresión.
El pedido de un padre para que se retire de los anaqueles un libro, que
no es de obligatoria lectura para los escolares, evidencia ante todo una
sensación de impotencia. Este no es capaz de garantizarle a su hija una
educación lo suficientemente sólida, que la haga inmune a las mentiras
que aparecen en un texto con pocas palabras. Este residente de Miami no
confía en la fortaleza de la educación familiar, escolar y de la
comunidad. Tampoco en su capacidad como padre, para ayudar a su hija a
adquirir las capacidades que le permitan discernir entre lo falso y lo
verdadero gracias a contar con diferentes opciones en una sociedad libre.
Esta impotencia lo ha llevado a recurrir a las autoridades, los
políticos y los líderes comunitarios. Su actitud es similar a la
adoptada --de forma voluntaria o por medios coercitivos-- en las
sociedades cerradas, donde se recurre a la autoridad para que ésta
decida por el individuo lo que éste puede o no leer. Dicha autoridad
puede ser el Estado o las organizaciones en el poder. En este caso se ha
querido otorgar ese poder de veto a la Junta Escolar, cuando lo más
lógico es aumentar las opciones de lectura a disposición de los alumnos.
Más paradójico resulta aún esa falta de fe en el ser humano, entre
miembros de una comunidad exiliada. En Miami hay miles de residentes que
atestiguan el valor de las creencias personales, por encima de cualquier
intento de imposición de valores e ideas: ¿cuántos educados en el
régimen cubano no viven aquí ahora, sin que lo inculcado en las aulas
socialistas, los años de llevar la pañoleta de pioneros y los discursos
de Fidel Castro --repetidos una y mil veces-- lograran convencerlos de
la cacareada superioridad del régimen? Y son ciudadanos que fueron
sometidos a un verdadero plan de inculcarles determinados valores,
porque hablar de ''adoctrinamiento'' en el caso del libro Vamos a Cuba
es tan idiota como creer que por culpa de la serie de Tom y Jerry vamos
a ver a los niños británicos entregados al vicio de fumar. Pero todos
estos argumentos ya han pasado a un segundo plano y ni siquiera tiene
sentido hablar de polémica. Lo que queda ahora es el afán de algunos
funcionarios, y en especial del aspirante a un escaño en el senado
estatal, Frank Bolaños, de obtener dividendos políticos y publicidad
gratuita gracias al caso.
Basta escuchar cualquiera de sus anuncios políticos pagados. Su campaña
gira en torno a presentarlo como un paladín de los valores conservadores
y un abanderado contra las ideas ''liberales''. Dice estar dispuesto a
velar por el dinero de los contribuyentes, pero no duda ni un momento en
llevar adelante un proceso costoso, por un libro en que hasta hace muy
poco debe haber estado acumulando polvo en los estantes de las
bibliotecas escolares. Si este político está dispuesto a ese despilfarro
ahora, es mejor prepararse para si llega el momento de que su voz y voto
cuenten en el presupuesto floridano.
Los electores deben olvidarse del debate sobre el pequeño libro,
considerarlo en su justo valor de maniobra política, percatarse que una
vez más la demagogia vuelve a utilizarse como la escalera perfecta para
llegar al poder. Recordar el precio que Miami ha pagado en anteriores
ocasiones, al elegir un candidato cuya campaña se ha fundamentado en la
fanfarria y el populismo.
aarmengol@herald.com
http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/world/cuba/15377053.htm
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