Posted on Wed, Aug. 23, 2006
Cuba y el cuento chino
Con Fidel Castro inerte en un depósito fúnebre o vegetativamente plegado
a sostenedores artificiales, lo cierto es que el castrocomunismo, tal
como lo conocemos, está expirando. En el alba de este sismo
paradigmático yace un sinnúmero de posibilidades y una es seguir el
modelo chino. Esto sería nefasto.
Dentro de la actual estructura castrista, el apostar por el esquema
híbrido de marxismo-leninismo-nacionalismo- mercantilismo (variante
china) es la predecible preferencia. Una selectiva apertura económica,
con la retención del poderío político, permitiría la conservación de las
dádivas que la dictadura socialista les ha proporcionado.
Adicionalmente, quedaría enraizada la hegemonía del unipartidismo
comunista sobre la sociedad cubana.
Algunas voces partiendo de las filas prodemocráticas han compartido el
optimismo con el experimento chino. Esta premisa reposa en la teoría de
que con el desarrollo económico viene la democratización. Los hechos,
con casos precisamente como China, Vietnam, etc., contradicen esa
aseveración.
El capitalismo concesionario practicado en China desde 1978 ha sido
instrumental en el fortalecimiento del despotismo. El Partido Comunista
Chino, más fuerte que nunca, mantiene las exclusivas clavijas para el
avance social. Sumisión absoluta es la condición. Este fenómeno es un
temeroso agente de coaptación popular, que ha servido los intereses del
oficialismo dictatorial que mantiene la diatriba de ''lucha de clases'',
haciendo creer a muchos en el mundo no totalitario que eso es cosa de
antaño (leer las sesiones del PCCh).
Las similitudes contextuales entre China y Cuba son, espeluznantemente,
demasiadas. Un régimen de corte personalista-fundamentalista, al
desaparecer el caudillo, busca en una institución (el Partido) el
reemplazo ''natural'' para perpetuar el poder. Mejoramientos materiales
sirven para no solamente costear el galopante aparato represivo, sino
también apaciguar reclamaciones legítimas de libertades individuales y
coartar movimientos reformistas dentro del poder. Empresas extranjeras,
portando el triste uniforme de la complicidad, defienden el status quo.
La influencia sobre sus democráticos gobiernos da licencia a una
vergonzosa coexistencia que tolera los crímenes más atroces. ¿Cómo no
van a estar complacidos los comunistas chinos?
Si para Cuba ya es hora, el modelo chino no es el paradigma. Las
modificaciones económicas, en la China de Mao, sólo han perpetuado la
dictadura. La Cuba de Castro debe morir con él. Que la democracia podría
entrar por esa puerta es un cuento. Un cuento chino que no se debe creer.
Julio M. Shiling
jmshiling@bellsouth.net
http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/world/cuba/15335240.htm
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