Sociedad
Olla que amarga el caldo
Una proporción agotadora: A buen viento, más Mesa Redonda.
José Hugo Fernández, Ciudad de La Habana
miércoles 31 de mayo de 2006 6:00:00
El descomunal aguacero que cayó sobre La Habana el pasado 22 de mayo,
provocó que en El Palenque, barrio marginal situado debajo del puente de
La Lisa, el río invadiera las casas, arrasándolo todo. Cuentan que una
anciana, al ver que la corriente se llevaba su televisor Panda, se
prendió al aparato con todas sus fuerzas, pocas pero todas. Muchas horas
después la encontrarían flotando en la desembocadura, yerta, lívida, sin
vida y sin televisor.
Es un ejemplo tremebundo, pero en modo alguno resultaría exagerado a la
hora de ilustrar la estimación que muchísimas personas en Cuba (los
viejos, sobre todo) le prodigan a ciertos objetos, escasos y de muy
relativo valor, pero que para ellos constituyen el mayor tesoro que es
posible amasar sobre la tierra.
Y claro que el televisor acapara un renglón de privilegio dentro de esa
fortuna de nuestra pobre gente.
Cada noche, terminada la comida, los mayores de la familia, casi sin
excepción, ocupan sus asientos frente a la pantalla, dispuestos a
soportar lo que venga con paciencia de santos. La meta es mantenerse
despiertos hasta que toque el turno de la telenovela, que lo mismo es
emitida en su horario que en cualquier otro momento posterior, más o
menos distante, en dependencia del ajuste que deba improvisar la
dirección del canal para cada jornada.
Semejante estoicismo sólo puede entenderse si se tiene en cuenta que a
lo largo de toda su vida de adultos, tales personas no hicieron otra
cosa, cada noche, de lunes a viernes, ya que jamás han tenido a su
alcance una opción mejor. Es la telenovela (y la transmisión de algún
evento deportivo, como el campeonato nacional de pelota, para los
hombres más jóvenes) o, de lo contrario, dormir y callar.
Castigo institucionalizado
'Al poder y la muela, sufrirlos como se pueda', parece ser el lema que
menos se ha gritado pero que más se practicó en la Isla durante el
último medio siglo. Y luego, para completar, nos institucionalizan el
castigo con la Mesa Redonda.
Vox pópuli, que aunque parezca que no, se las sabe todas —y lo que no
sabe puede imaginárselo—, comenta que es fácil entrever en cada momento
el estado de ánimo de los mandamases en la Isla. Basta con observar la
duración de las Mesas Redondas, así como el modo en que éstas se emiten
parcial o totalmente por los medios y frecuencias de (llamémosle)
comunicación.
Si hay malas nuevas en la atmósfera política, lo más posible es que el
espacio se limite a dos horas de duración (que es lo menos que puede
extenderse), y que la salmodia escogida como tema verse sobre el medio
ambiente, o las conquistas de nuestra salud pública, o sobre lo malo que
sigue siendo Bush.
Si, en cambio, los vientos baten a favor del régimen (por ende, en
contra nuestra), ya sabemos que la Mesa Redonda será estirada in saecula
saeculorum, aunque no sirva más que para viabilizar los afanes de los
panelistas.
A unos quizá les propicia la ocasión de ascender peldaños en la escala
profesional y/o económica. A otros les ayuda a reafirmar su posición
como bufones del reino. En tanto, los de la cúspide se la gastan toda
haciendo lo que más les gusta: empinar el papalote, dándole vueltas al
monigote. Y no es que lo hagan, sino lo seguido que lo hacen, cada vez
con menos piedad, mayor incordio, más flagrante falta de raciocinio, y
siempre hasta las tantas de la noche.
Es así como han puesto a parir hijos machos a los mayores de la familia,
sobre todo en los días que corren, cuando, según la afilada predicción
de vox pópuli, las cosas les van viento en popa, gracias a Dios y a los
petrodólares.
Sin que les importe un pito aquello de que todos los días la misma olla
amarga el caldo, nos arriman hoy Mesa Redonda desde el atardecer hasta
la medianoche. Por todos los canales de la televisión nacional y las
emisoras de radio. Y seguidamente, el Noticiero, que dedica una buena
parte de su tiempo a reseñar las muy trascendentales declaraciones de la
Mesa Redonda.
Por suerte, una de las únicas cualidades que no hemos perdido los
cubanos es la tendencia al choteo a costa aun de nuestras más lacerantes
desgracias.
Ello explica que a propósito del doloroso accidente de la anciana cuyo
televisor y cuya vida arrastró la corriente, alguien en el barrio haya
dicho que lo peor no fue el desbordamiento de las aguas, sino el hecho
de que tuviera lugar justo en el horario en que transmitían la Mesa
Redonda, pues indica a las claras que toda paciencia tiene un límite,
hasta la del raquítico río de La Lisa.
URL:
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro_en_la_red/cuba/articulos/olla_que_amarga_el_caldo
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