¿Nueva izquierda?
Por: Carlos Fuentes
02 de febrero de 2006
El panorama de la izquierda actual en Latinoamérica ha sido descrito
muchas veces en los últimos tiempos y seguirá siendo objeto de
interpretaciones apasionadas, toda vez que contiene, (a) la novedad de
un retorno después de largos inviernos militaristas y primaveras
democráticas que no llegaron a la base popular de la pirámide, y (b) un
verdadero smorgasbord o ensalada de tendencias.
Fidel Castro es el decano de la izquierda latinoamericana. Casi medio
siglo en el poder gracias a dos factores consecutivos. Primero, la
agresión de los EE.UU. Acostumbrados, desde las épocas de la Enmienda
Platt, a dominar la isla, los EE.UU. se encontraron, en la revolución
castrista, con "la horma de su zapato". Increíble juego de equívocos: la
hostilidad de diez administraciones norteamericanas no ha hecho sino
afianzar el poder de Castro. Una famosa caricatura muestra a cada
mandatario estadounidense a partir de Eisenhower entonando la mantra
"Fidel Castro está a punto de caer". Los intentos de normalización de
Carter y Clinton fracasaron: no le convenían a Castro, quien --segundo
factor-- ha montado un aparato autoritario sobre la base de la defensa
contra el imperialismo yanqui (sin comillas, señor corrector). Esto
convierte a cualquier opositor, ipso facto, en traidor potencial. La
maquinaria totalitaria es aceitada por el enemigo y se lubrica a sí misma.
Lo que no le funciona a Castro es la economía. Los intentos de
diversificación han fracasado, Cuba ha regresado al monocultivo y a la
explotación turística. Una economía gigoló fue sostenida largo tiempo
por la hoy extinta URSS artificialmente, abandonada al terminar la
Guerra Fría y rescatada de nuevo por la munificencia petrolera de Hugo
Chávez. Los méritos de Cuba --educación y salud-- deben sobrevivir al
régimen. Y la ayuda de Chávez es tan pasajera como el personaje mismo.
Montado sobre la quinta producción mundial de petróleo, Hugo Chávez se
pasea como gobernante de izquierda cuando en verdad es un Mussolini
tropical, dispuesto a prodigar con benevolencia la riqueza petrolera
pero sacrificando las fuentes de producción y empleo. Ataca a los EE.UU.
en materia comercial (el ALCA) pero no toca con una pluma la relación
petrolera que sufraga al gobierno de Caracas. Como Perón, combina un
discurso populista con grandes dosis de filantropía social. Al contrario
de Perón, no construye una industria local diversificada. Chávez y sus
espejismos se disiparán. Una población desencantada buscará nuevos
caminos sin haber aprendido demasiado. La izquierda venezolana debe
construir ya su proyecto postchavista.
En otro extremo de América, como diría Daniel Cosío Villegas, se
encuentran las izquierdas del sur. Titubeante aún el régimen de Nestor
Kirchner en Argentina indeciso entre un neoperonismo intolerante y un
neoperonismo blando. Sorpresivo el gobierno de Tabaré Vázquez en
Uruguay, ágil en su defensa del interés nacional por encima de los
rubros izquierda-derecha, y muy especial el caso de Brasil, con un
presidente Lula que ha propiciado un enorme éxito económico y comercial
pero que decepciona a su base electoral popular y se mancha con
escándalos de corrupción tan melodramáticos como los múltiples rostros
de la ex-eminencia gris del régimen, José Dirceu. Excluido el Lon Chaney
de la política brasileña, es de desear que el Gobierno de Lula,
derrotado de antemano en las venideras elecciones, deje un terreno lo
más desbrozado posible a sus sucesores.
La otra cara de la izquierda en Latinoamérica la representa, por
supuesto, Ricardo Lagos. Bajo su mandato, el pinochetismo ha sido
enterrado por la autoridad judicial (revelando, de paso que el atroz
tirano era también un siniestro ladrón, jefe de una mafiosa familia de
cacos cínicos) y el Ejecutivo se ha dedicado a no condenar el pasado
sino a construir el futuro. Mercado y Estado: el equilibrio entre ambos
factores ha asegurado el veloz (e incompleto) desarrollo de Chile bajo
el socialismo. La pobreza ha descendido del 40 al 18 por ciento. Todavía
es mucha pobreza: Michelle Bachelet tiene la mesa puesta. Pero Lagos
deja atrás un modelo superado: el consenso de Washington que no
compaginó grado de inversión con crecimiento sostenido ni mayor
crecimiento con mayor equidad. Y lega a Bachelet un modelo en
construcción que supone preservar el equilibrio macroeconómico a fin de
atender con urgencia el retraso microeconómico: crecimiento con empleo,
infraestructura, educación, redistribución y oportunidades.
Es éste el proyecto que, a grandes rasgos, le conviene a una izquierda
mexicana renovada, que hoy representa Andrés Manuel López Obrador.
Satanizado como heredopopulista y demagogo, López Obrador acaba de dar
una señal muy positiva en el discurso inaugural de su campaña en
Metlatonoc, Guerrero. "Que se escuche bien y se escuche lejos: sí habrá
economía de mercado, pero el Estado promoverá el desarrollo social para
combatir las desigualdades". Y añadió: "Sí habrá orden macroeconómico:
disciplina en el manejo de la inflación y el déficit público". Y sobre
todo, calificó que tanto la micro como la macroeconomía deberán combatir
a la pobreza que es, lo sabemos todos, la lacra más dolorosa y
permanente de México desde que Humboldt nos definió, a principios del
siglo XIX, como el país de la desigualdad y nuestra debilidad mayor,
como lo ilustra la excelente novela de Ignacio Solares sobre la guerra
Méxiconorteamericana de 1848, La Invasión.
Habrá tiempo de regresar sobre las propuestas del candidato López
Obrador, expresando la esperanza de que su camino sea más el de Lagos
que el de Chávez y la seguridad de que ni Lagos ni Chávez son, en
pureza, repetibles en un país que comparte una frontera de tres mil
kilómetros con la primera potencia mundial. Situación que tampoco
concierne al último izquierdista en llegar al poder en Latinoamérica,
Evo Morales. Electo con una clara mayoría, Morales confirma un giro
positivo de la política latinoamericana: la izquierda puede llegar al
poder por la vía electoral. No hace mucho, esto era inconcebible. La
izquierda no tenía más recurso que la insurrección armada. Sin duda, Evo
Morales es consciente de que su elección lo compromete no sólo a él,
sino al maltratado pueblo de Bolivia, a mantener con claridad e
inteligencia los mismos procesos políticos libres que los llevaron, por
primera vez, al poder.
http://www.elsiglodedurango.com.mx/start/nID/2112/
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