Sunday, March 02, 2014

Venezuela, una verdad entre la virtud y la venganza

Venezuela, una verdad entre la virtud y la venganza
1 DE MARZO 2014 - 00:01

El pueblo cubano quedará en la historia como el pueblo que más hizo por
la desintegración latinoamericana. Disfrazado de odio ideológico al
capital, hincamos hasta la médula el odio fratricida en nuestro
continente. Esa culpa cubre hoy varias generaciones dañadas
antropológicamente de manera irreversible. No hay perdón capaz de
librarnos de esa responsabilidad criminal.
Desde enero de 1959, una revolución de carácter burgués y
prodemocrático, con marcados tintes de terrorismo urbano y cierto
protestantismo a la cubana, fue reencauzada por Fidel Castro como un
proceso agrario y antiimperialista, en definitiva trocado en dictadura
del proletariado y en alianza a ultranza con Moscú en el contexto de la
Guerra Fría.

Estados Unidos nada hizo para evitar la radicalización artificial de la
revolución. Antes bien, con mucho de arrogancia y un toque de
ignorancia, propiciaron el victimismo con que los cubanos justificamos
un régimen de injusticia e impunidad: masivos programas sociales, pero
no para aquellos seres humanos que contaran con una opinión (da igual si
a favor o en contra, la disciplina ante el despotismo fue siempre la
clave para sobrevivir en tiempos de revolución).

Así, el castrismo costó miles y miles de vidas no solo a sus opositores
(muchos de ellos armados), sino también a los revolucionarios cubanos,
la mayoría ejecutados casi extrajudicialmente –a muchos se les juzgaba
después de fusilados– tan pronto como manifestaran el menor síntoma de
disentir ante el discurso totalitario oficial.

La sociedad cubana se desquició en unos meses. No quedó prensa alguna.
Ni religión confesable en público. Ni educación independiente a la
impuesta por el Estado de manera gratuita. Tampoco salud personalizada.
Ni marcas comerciales. Ni "derechos humanos", un término que todavía hoy
suena a insulto dentro de Cuba. Se abolió todo cambio de dinero
internacional. No pudimos salir ni entrar del país. Ni llamarnos por
teléfono o recibir una carta sin ser despedidos de nuestros trabajos.

Los que pudieron huir, huyeron. Todavía estamos huyendo. Ese es nuestro
permanente plebiscito ante un gobierno que no escuchó jamás a su propio
pueblo: la fuga como reacción a una fidel-idad asfixiante. Los que
quedaron dentro de la isla, callaron o fueron a la cárcel con condenas
más largas –y con torturas más crueles– que la que convirtió en icono
mundial a Nelson Mandela, por ejemplo.

Los cubanos no castristas nunca fuimos iconos de nada. Éramos
simplemente "gusanos", "apátridas", "escoria", los "lumpen" del "primer
territorio libre de América". Especialmente en la academia
norteamericana, donde el castrismo desde el inicio ha sido lo
"políticamente correcto", los más grandes intelectuales cubanos, como el
exiliado y a la postre suicida Reinaldo Arenas, no tuvieron acogida alguna.
Enseguida le impusimos la muerte a Asia, a África, a América. Intentamos
incendiar 1.959 Vietnams en el planeta entero, de ser posible con
misiles nucleares instalados en Cuba de espaldas al pueblo cubano.
Invadimos naciones soberanas, como Venezuela, y traumatizamos para
siempre las frágiles democracias del hemisferio, en aras de una toma
violenta del poder, en alzamientos o populismos que implicaran el
cadalso de los enemigos de clase.

A la vuelta del tiempo, cuando fue evidente nuestro fracaso con la caída
del campo socialista global, usamos el dinero de otras potencias
genocidas –como Libia, Corea del Norte e Irán– para fomentar las
democracias falsamente socialistas del siglo XXI. Así, le tocó por fin
su turno a Venezuela, en el corredor castrista de la muerte muchas
décadas atrás, como bien argumentó días atrás el general Ángel Vivas
atrincherado en su hogar.
El pueblo venezolano dormía, como tantos en la región. Además, se
trataba de una nación que evolucionaba en su incesante clamor por un
sistema social más justo y por menos demagogia política, esa tara que
arrastramos en Latinoamérica desde que la independencia nos legó su
ristra retrógrada de caudillismo.
Los cubanos libres, en Cuba y en el exilio, deploramos de Hugo Chávez
desde antes de su elección triunfante. Nunca creímos en su sonrisita
cínica. Ni siquiera confiamos en su más transparente elección. Los
cubanos todos sabíamos que la mano matarife de Castro no falla. Pero el
mundo nos tildó entonces de reaccionarios, de "batistianos" (medio siglo
después de Batista), y de "asalariados de Washington" (como, en efecto,
muchos no tuvimos más remedio que hacer, por carecer de patria a
perpetuidad). Y, aún peor, se nos escupió en la cara el estigma de ser
los traidores intestinos de la causa universal de la revolución.
Hoy, Venezuela en plena calle "ha dicho basta y ha echado a andar", para
escarnio de Ernesto "Ché" Guevara, Salvador Allende, y otras víctimas
del castrismo aún no reconocidas como tales. En Venezuela estalla una
marea popular que no es política, sino de resistencia fundacional. Allí
donde fallaron los dictadores y los demócratas, el pueblo venezolano
captó que estaba ante su última oportunidad. Las alternativas del
chavismo con o sin cáncer se fueron haciendo obvias para los venezolanos
con una década de retraso: castrismo a perpetuidad o castrismo a
perpetuidad. De ese mongolismo monolítico ya no saldrán, si no se salen
ahora.
Los venezolanos son gente linda y libre, como éramos los cubanos. Es
ahora que han de romper las cadenas de su cansancio constitucional. El
castrismo nunca estuvo tan en peligro de comenzar, por fin, a
desaparecer, con o sin Castros octogenarios dictando sus ordalías de
muerte desde una Habana inhumada, inhumana.
Es ahora o ahora tu libertad, Venezuela aún viva de milagro en este
trance terrible donde hasta la venganza parece virtud.

Source: Venezuela, una verdad entre la virtud y la venganza -
http://www.el-nacional.com/opinion/Venezuela-verdad-virtud-venganza_0_364163838.html

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