Donde el humanitarismo cuesta caro
Miércoles, Julio 4, 2012 | Por Ibis Pascual
CORRALILLO, Villa Clara, Cuba, julio, www.cubanet.org -El periodista
Raúl González Acuña, quien, debido a su profesión, tiene el privilegio
de ser uno de los pocos cubanos que posee acceso a Internet, recibió
recientemente en su hogar (en Jagüey Grande, Matanzas) a la madre de
Lilibeth Rodríguez Rodríguez, una estudiante de catorce años de edad.
Esta madre, Carmen Alonso Rodríguez, licenciada y máster en enfermería,
fue a pedirle a Raúl que intentase conseguirle, a través de Internet, un
medicamento llamado Plaquenil, de 200 miligramos. Su hijita se le estaba
muriendo en el Hospital Pediátrico "Juan Manuel Márquez", de La Habana,
como consecuencia de un Lupus Eritematoso Sistémico con afecciones
neurológicas. Y en la nombrada potencia médica de Cuba no existen dichas
tabletas, al menos para ella, que no es pariente de ningún alto
dirigente del gobierno.
Hacía más de una semana que el médico le había indicado, con urgencia,
este medicamento a la hija de Carmen. Así que Raúl González, con su
carisma de buena persona, y por solidaridad humanitaria con el caso,
hizo pública de inmediato una promoción internacional para que cubanos y
no cubanos residentes en el exterior donaran el medicamento.
Y, efectivamente, llegaron varios frascos de estas tabletas, que pronto
fueron aliviando la tristeza y desesperación de la madre y la gravedad
de la niña.
Sin embargo, el periodista fue citado urgentemente por las fuerzas
políticas, no para felicitarle, sino para "aclarar" el asunto. Raúl
González Acuña resultaría invadido a preguntas, conjeturas y
amonestaciones, bajo el cargo de haber hecho uso del medio de trabajo
(otorgado por la Revolución) para fines mercantilistas.
Le dijeron que su actitud podía acarrear graves consecuencias a los
frutos ya logrados de la Revolución, pues el medicamento pudo venir
manipulado o contaminado por los terroristas norteamericanos, con
bacterias o virus para destruir aún más a nuestro país. Por tal razón
–añadieron-, se veían obligados a retirarle la cuenta de Internet,
durante seis meses, ya que había actuado irresponsablemente.
A Raúl González Acuña no le permitieron explicar sus motivaciones.
Cuando volvió a su mesa de trabajo, después de más de tres horas
escuchando indolencias y estupideces, no le quedó otro remedio que
hundirse en el silencio absoluto ante su monitor.
Ahora solo le queda el consuelo de que la niña ya está mucho mejor de
salud, y la madre le agradece el gesto tan lindo (y revolucionario, en
el verdadero sentido) de haber acudido a la comunidad internacional,
poniendo en peligro su profesión y su crédito como esclavo a sueldo del
gobierno. El resto ya es cuestión de espera.
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