Culpables por convicción
Laritza Diversent
La Habana 26-12-2011 - 9:20 am.
Una crónica del juicio por el asesinato del joyero Humberto González
Otaño, alias 'Tarzán'.
Humberto González Otaño, de 56 años de edad, un joyero de San Miguel,
murió violentamente en la madrugada del 14 de septiembre de 2010.
Dos individuos penetraron en su casa mientras dormía junto a su esposa y
perpetraron el crimen.
El pasado 28 de noviembre, el Tribunal de la Habana juzgó a seis
marginales de Mantilla, una de las barriadas más pobre de la capital,
acusados de organizar y ejecutar el asesinato de Tarzán, sobrenombre del
orfebre.
Lo que sigue es una crónica de lo sucedido en el tribunal.
Los acusados
Comienza la audiencia. El tribunal, la fiscalía y los abogados
defensores dan por reproducidas las conclusiones del caso, como si todos
los presentes estuvieran al tanto de lo ocurrido la noche de actos.
A continuación le toca el turno a los acusados con sus declaraciones.
Pedro Valerino Acosta, Jesús Daniel Forcade Portillo, Leonardo Rodríguez
Díaz, Ramón Echevarría Fernández, Leonardo Wiliam Limonta Rojas y Juan
Enrique Galindo Madán, uno por uno, se dirigen al colegio de cinco jueces.
Todos, excepto Valerino Acosta, reconocen haber planeado robar en la
vivienda de la víctima al menos en una ocasión. Desistieron porque los
perros de la casa y los del vecino ladraban fuertemente, según el fiscal
en su escrito acusatorio.
La noche del asesinato, la esposa de González Otaño dio de comer a la
perra, pero no hubo ladridos. Nadie sabe qué sucedió con los canes. Ni
el tribunal ni los abogados defensores sienten curiosidad. Discuten las
pruebas documentales. A la mayoría de los acusados les constan
antecedentes criminales.
El fiscal dice que ninguno estudia ni trabaja, se relacionan con
elementos antisociales, irrespetan las normas de convivencia social, son
guaposos, alteran el orden, se manifiestan con palabras obscenas, han
sido objeto de investigación por el Ministerio del Interior, no
participan en las actividades de las organizaciones de masas a pesar de
pertenecer a ellas.
El Pompi declara. Así llaman a Pedro Valerino Acosta, de 29 años de
edad. Según su versión, le dio a Daniel y a Ramón el contacto del joyero
en San Miguel, que compraba prendas y cambiaba dólares norteamericanos
por pesos convertibles.
La policía afirma que el Pompi le propuso a todos robar en el lugar, por
lo que el fiscal solicita para él 18 años de privación de libertad por
el asesinato, y 15 por el robo con fuerza e intimidación a personas.
Tarzán, considerado como el hombre que mejor pagaba el oro en La Habana,
fue descrito como alguien de avanzada edad, grueso, enfermo y
millonario. Pompi visitaba su casa con Eduardo Sierra, uno de los
testigos que ha declarado en el juicio. Nadie pregunta al instructor del
caso por qué Sierra fue descartado como sospechoso, si conocía a la
mayoría de los acusados.
Por su parte, Galindo Madan y Limonta Rojas, ambos de 27 años de edad,
no participaron en el crimen, pero junto a Daniel y Ramón, intentaron
robar una vez en casa de Tarzán. La fiscalía afirma que fueron los
organizadores del plan y exige para Limonta Rojas, conocido como el
Negro, una sanción de 20 años de privación de libertad por el asesinato
y 15 por el robo.
La esposa de la víctima, después de que la policía inspeccionara el
lugar del crimen, encontró una linterna sobre la cama, entre varias
prendas de vestir. Recordó que la noche de los hechos despertó
bruscamente, con golpes en la cara. Un hombre, montado a horcajadas
sobre ella, le iluminaba el rostro y la amenazaba con un cuchillo.
Tras los hechos, la esposa de Tarzán le entregó la linterna a un señor
llamado Luisito, para que este la hiciera llegar a los investigadores
del caso.
Los peritos especialistas en odorología obtuvieron una huella olorosa en
el aparato. Coincidió con la muestras de olor de Juan Enrique Galindo
Madan. La fiscalía pide para él una sanción de 22 años de cárcel por el
asesinato y 15 por el robo. Nadie pregunta en la sala cómo se obtuvieron
resultados positivos respecto al Pica —sobrenombre de Galindo Madan—, si
antes del análisis la linterna fue manipulada por varias personas.
Los otros acusados, Leonardo Rodríguez, de 49 años; Daniel, de 29; y
Ramón, de 40, supuestamente ejecutaron los hechos. La señora Fernández y
su vecino afirman ante el tribunal que fueron dos los agresores, aunque
no reconocen a ninguno. La policía dice que entraron en la casa por la
ventana del baño. A Leonardo no lo vieron porque se quedó vigilando. La
fiscalía solicita para ellos 25, 30 y 27 años de privación de libertad
respectivamente, por el delito de asesinato, y 15 por el delito de robo.
Los testigos
Comienzan a declarar los testigos. La esposa de la víctima entra
nerviosa en la sala. La señora Esther Fernández Almeida, de 60 años,
recibió de las autoridades cubanas permiso para salir del país en marzo
pasado, a pesar de ser testigo clave en el caso. Ha regresado a
testificar en el juicio. Nadie le pregunta sobre su salida al exterior.
Contaba al plenario cómo alejaba el arma con que la amenazaba su
agresor, cuando se lesionó ambas manos. Inesperadamente, confiesa que se
desmayó después de recibir un golpe del atacante. El fiscal dice en su
acusación que ella vio cómo golpeaban a su esposo, aun con los ojos
tapados y las luces de la habitación apagadas. Nadie le pregunta qué
tiempo estuvo sin conocimiento.
Fernández Almeida dice a la policía haber tenido más de 40 años de
matrimonio con el fallecido, y dos hijos en común. Sin embargo, ante el
plenario de jueces, dijo que llevaban 20 años de matrimonio. En otra
declaración confesó que se casaron en 1970, cuando él tenía 16 y ella
19, y se divorciaron en 2003. En 2008 volvieron a contraer matrimonio.
Nadie pregunta al instructor del caso por qué la descartaron como
sospechosa.
La esposa de Tarzán recuenta cómo su marido lanzó al suelo al sujeto que
tenía encima de un puñetazo. Pero el sobrepeso le impidió incorporarse.
Terminó también en el suelo mientras el que estaba sobre ella se le
abalanzó encima, con el cuchillo en la mano. En la caída se rompió el
cristal de la mesa de noche. Milagrosamente, ninguno de los agresores se
lesionó. Toda la sangre y huellas dactilares en la escena del crimen
pertenecen a las víctimas.
El fiscal afirmó en su pliego acusatorio que el Cundo —sobrenombre de
Jesús Daniel— y el Bobo —apodo de Ramón— presionaron fuertemente el
cuello de la víctima, después de golpearlo con un hierro. Tarzán les
dijo que el dinero estaba en la cocina, según testifica el capitán
Wiliam Sourt Guilarte, perito criminalistico que participó en la
recolección de evidencias.
"¿Saúl, lo mato?", escuchó decir la señora Fernández Almeida al agresor
que amenazaba a su esposo para que dijera dónde estaba el dinero.
Fernández Almeida dijo al tribunal que siete meses después del
asesinato, participó en una prueba y reconoció aquella voz en la del
Bobo y la del Narra, como se conoce a Leonardo Rodríguez.
Esther recordaba a su esposo pedirles a los atacantes que no le
colocaran cinta adhesiva en la boca, porque le impedía respirar, y que
éstos lo amarraron por los pies. Tarzán terminó confesando que guardaba
el dinero bajo el colchón. Los agresores abandonaron el lugar con joyas
valoradas por la fiscalía en 206 mil 193 pesos cubanos. Ninguna ha sido
recuperada.
Humberto González Otaño falleció como consecuencia de las lesiones que
le provocaron los agresores, según la fiscalía. Medicina Legal certificó
como causa directa de la muerte la asfixia mecánica, por sofocación y
maniobras combinadas sobre el cuello y los orificios respiratorios.
La esposa asegura que movió al joyero, de 1.70 de estatura y 200 kg de
peso, para acomodarlo, y que le dio dos pastillas. Sus vecinos también
afirman haberlo visto con vida, aunque no les fue posible socorrerlo. Al
menos uno de ellos lo describió como en estado de shock.
Incoherencias, sentencia
Los peritos forenses no asistieron al juicio oral. Jamás sabremos cómo
el señor González Otaño pudo, después de presentar una fractura del
cartílago tiroides (nuez de Adán) tragar dos tabletas, o hablar para
negarse a que fracturaran las puertas para auxiliarlo, tal como afirmó
su esposa. Los presentes no supieron si su muerte fue agonizante o
inmediata.
Los agresores usaron guantes. No obstante, se encontraron cuatro huellas
olorosas que dieron positivas respecto al Cundo y al Bobo. Los
resultados también dieron positivo respecto a una persona que no resultó
acusada, nombrada Ariel Cruz Hernández. El detalle no se menciona en el
juicio.
En la audiencia participa, en calidad de testigo, una perito
criminalística de la especialidad de odorología. Dice que el olor de una
persona es único y pude quedar impregnado en los objetos, aun usando
guantes. "Los objetos tocados por los agresores se introducen en bolsas
de nylon selladas para conservarlos en bancos de olores", explica al
plenario.
"Luego se comparan, con las impresiones olorosas de los sospechosos,
mediante el empleo de la técnica canina", concluye. La joven afirma que
una huella de olor es tan fiable como el ADN. Ningún defensor protesta.
En la inspección del lugar del crimen se levantaron huellas de olor en
dos de los cuatro trozos de cuerdas empleadas para amarrar a las
víctimas. Nadie pregunta por qué el olor de González Otaño y su esposa
no estaban en las sogas con que los ataron.
El tribunal y las partes se pronuncian sobre los otros dos testigos
solicitados por la defensa, que no se presentan al juicio. Continúan los
defensores con sus informes. Uno de ellos pide la absolución inmediata
de todos los acusados. El público, en su mayoría familiares de los
mismos, aplaude. En un ataque de histeria, la presidenta de la Sala
Primera de la antigua Audiencia de La Habana los expulsa a todos, sin
advertencia previa.
En una sola sesión de aproximadamente cinco horas, se discuten las
pruebas base de la acusación. Queda claro que los acusados intentaron
robar. Una tentativa que según la ley penal cubana no es sancionable,
cuando el sujeto pone el hecho en conocimiento de las autoridades.
"Del dicho al hecho va un buen trecho y no hay evidencia que los
incrimine" diría cualquiera. Sin embargo, Pedro, Jesús Daniel, Leonardo,
Ramón, Leonardo Wiliam y Juan Enrique, saben cuál será el final. El
juicio queda visto para sentencia. No hay dudas de que el tribunal los
declarará culpables por convicción.
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