Martes, Octubre 25, 2011 | Por Aleaga Pesant
LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org – Pocas veces ha sido
humillado de manera más categórica un estadista que cuando, a espaldas
de Fidel Castro, entonces Primer Ministro del gobierno revolucionario,
Nikita Jrushov, Primer Secretario del Partido Comunista de la Unión
Soviética (PCUS), acordó con el Presidente de los Estados Unidos, John
F. Kennedy, desmantelar los silos nucleares que en el segundo semestre
del año 1962 cruzaron el Atlántico, desde la URSS, para ser instalados
en la hasta ese entonces, inocua isla tropical.
Castro era un guajiro recién llegado a las lides políticas
internacionales, con sólo tres años de experiencia; con poca cultura
política y desconocimiento de la historia, aunque alardeara de lo
contrario. Desconocía la importancia de los intereses geopolíticos y de
las estrategias, baluartes y balanzas en el equilibrio de las grandes
potencias. Por ello en un acto de supina ignorancia o mesianismo
megalómano, pidió a la Unión Soviética, en medio de la Guerra Fría, que
desplegara armas nucleares en la isla, a sólo 90 millas de las costas
de Estados Unidos. Castro intentaba con ello detener una posible
invasión militar norteamericana y de paso poner de hinojos al
imperialismo norteamericano, para imponer sin obstáculos su agenda en
América Latina.
Además de pedir la instalación de las armas nucleares en Cuba, pidió a
los soviéticos que en caso necesario fueran los primeros en dispararlos;
mostrando con ello su ignorancia sobre las repercusiones de tal acto y
su desprecio a la humanidad en general y a su pueblo, en particular.
Castro, que en 1962 tenía 36 años, se había graduado de abogado en la
Universidad de La Habana; pero durante sus años de estudio estuvo más
interesado en el bonchismo y las pandillas, que en los libros. No
conocía nada sobre políticas nucleares y de seguridad nacional, algo
bastante alejado de la guerra de guerrillas con escopetas y terrorismo
urbano que había librado contra Batista. Además, con la corte de
comandantes bandoleros y aduladores que le rodeaba, incapaces de
comprender el asunto, nadie pudo aconsejarle mejor, o el decidió no oír
los consejos.
Así, zarpó a mediados del verano de 1962, desde los puertos del Mar
Negro hacia el Caribe el grupo de fuerzas ANADIR, que custodiaba a los
dispositivos nucleares soviéticos, compuesto por más de 42 mil tropas,
aviación, blindados, artillería y grupos navales, en gran operación
secreta de traslado de tropas. Solo tres meses después de llegar a la
isla, el 15 de octubre fue detectada por los servicios de inteligencia
norteamericanos, y sonaron las alarmas.
El Presidente Kennedy, alarmado ante lo que percibió como una invasión
soviética en su área inmediata de influencia, implantó el bloqueo naval
a la isla el 22 de octubre, tras anunciarlo al mundo en un discurso
televisado de 17 minutos. La humanidad vio horrorizada como un enano
megalómano ponía al mundo al borde de la hecatombe nuclear. Pero como
sucede, cuando los muchachos cometen travesuras, los adultos conversaron
entre ellos para arreglar la situación.
A través del embajador soviético en Washington, los actores principales
de la crisis se pusieron de acuerdo y pusieron fin a la segunda crisis
más importante dentro del marco de la Guerra Fría, tras la del
levantamiento del Muro de Berlín. Crisis que puso al mundo al borde de
un conflicto nuclear.
El pueblo cubano estuvo siempre totalmente desinformado de los planes
del Doctor Castro sobre el traslado e instalación de los sistemas
nucleares soviéticos en la isla. Ya en esa época el dictador tenía
control sobre los medios de comunicación nacionales y además se dio a la
tarea de hacer creer a la humanidad que era el pueblo cubano
–completamente inocente y ajeno a lo que sucedía- estuvo dispuesto a
inmolarse en la hoguera atómica por defender la revolución.
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