El VI Congreso del Partido Comunista no ha deparado más novedad que la
continuidad de la línea retrógrada al frente de la isla
Viernes 29 de abril de 2011 | Publicado en edición impresa
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Después de 14 años sin sesionar, el Partido Comunista de Cuba se reunió
en su VI Congreso. La convocatoria había creado expectativa. Las
sesiones, como siempre, fueron precedidas con el clásico desfile militar
y aéreo en procura de mostrar al pueblo de Cuba que, como lo señalara
recientemente Yoany Sánchez, el régimen "todavía ostenta la pistola al
cinto y no va a permitir el creciente coro de los inconformes".
Probablemente, lo único importante resuelto por el Congreso tuvo que ver
con el cambio de mando en el poder, formalmente transferido ahora por
Fidel Castro, que tiene 84 años, a su hermano Raúl, de 79, proclamado
como primer secretario del Comité Central del Partido Comunista. Raúl,
por su parte, anunció que no permanecerá en el poder más allá de 2018,
es decir, después de cumplir 86 años.
La única sorpresa en lo alto de la estructura de mando del Partido
Comunista de Cuba es la designación como vicepresidente de alguien que
no lleva el apellido Castro. Se trata de José Ramón Machado, comunista
ortodoxo de 80 años que, cuando venza su mandato, tendrá 87.
Para consolidar el poder y concentrarlo en pocas manos, el Congreso
decidió también reducir el número de miembros del llamado buró político
de su Comité Central. Hasta ahora tenía 24 miembros y, a partir de lo
resuelto, tendrá tan sólo 15. En su conformación prevalece ahora la
llamada generación histórica de la revolución cubana, acompañada por
militares de alta graduación que gozan de la confianza de Raúl Castro.
Seis de los 15 miembros del buró son generales. En su conformación hay
ahora una sola mujer y un promedio de edad de 67 años.
La historia oficial, después de haber admitido el propio Raúl Castro el
fracaso de medio siglo de comunismo, acusa a la burocracia de no haber
sabido interpretar el liderazgo de su hermano Fidel, así como de no
haber podido promover el recambio de dirigentes, por lo que la
mencionada generación histórica no puede aún ser reemplazada.
Como queda visto, el poder se sigue concentrando en las mismas pocas
manos que lo han ostentado férreamente durante el último medio siglo.
En materia económica se reiteró la necesidad de despedir a un millón de
empleados públicos que el Tesoro de Cuba es incapaz de sustentar. Se ha
tomado la decisión de descentralizar la producción agropecuaria y de
permitir un nuevo mercado, el inmobiliario urbano, en el que los cubanos
podrán comprar y vender sus casas-habitaciones. Paso a paso, algunos
empleos de poca significación reforzarán las alternativas laborales de
los llamados cuentapropistas, que no trabajan para el Estado.
Tan pronto se conoció el resultado de las deliberaciones del Congreso,
uno de los hombres que probablemente más conocen a Raúl Castro desde que
fuera por muchos años su secretario personal, el ex embajador de Cuba
ante las Naciones Unidas y hoy exiliado Alcibíades Hidalgo, al ser
preguntado si Cuba entra en una etapa de transición, contestó: "Pienso
que no. Creo que el Congreso ha significado la consolidación de una
cúpula cada vez más pequeña, cada vez más militar, cada vez más alejada
del conjunto del país. Se ha impuesto la desconfianza de los militares
sobre los intelectuales".
Esa reflexión fue complementada por la blogger Yoany Sánchez, quien,
refiriéndose a la labor de los miembros del Congreso, concluyó que "no
lograron atravesar los límites de su inmovilismo, la línea roja del miedo".
Ambos confirman, cada uno a su manera, que el VI Congreso del Partido
Comunista de Cuba parece haber servido sólo para consolidar la actual
cúpula de poder y conformar una estructura flexible en la cual los
cambios que se intenten puedan ser graduales, de manera que el fracaso
del régimen no quede en evidencia. Para quienes pensaron en la
posibilidad de un cambio económico en el corto plazo ha sido una
frustración más. Y para aquellos que soñaron con un aumento de las
libertades individuales ha sido, una vez más, un duro despertar.
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