Lunes, 26 de julio del 2010
HUGO L. Sánchez
Quizá Joan Manuel Serrat no sepa que Poco antes de que den las diez
estuvo prohibida en Cuba porque el puritanismo de los guerrilleros en el
poder consideraba feo que una joven se encontrara a escondidas con su
novio para tener un amor secreto, además de que el cantante llevara el
cabello sospechosamente largo.
Y acariciarás mi espalda / con un hasta mañana dice la pecaminosa
canción de Serrat que, gracias a sus discos de vinilo de 1969 y 1972 con
poemas de Antonio Machado y Miguel Hernández —y esto tal vez tampoco lo
sepa el catalán ¿o sí?—, había ayudado a salvar el oído musical de la
isla, cerrado por la ortodoxia a todo lo que no proviniera de la
izquierda pura, es decir, cantos muy aburridos y nunca, jamás, en inglés.
Bastaba una llamada de arriba para que la siempre muy dispuesta censura
se activara y en las cabinas de grabación del ICR, –actualmente
Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT)–, aparecieran bandos
indicando que era mal visto todo lo que cantara Julio Iglesias, no
importa cuan edulcorado fuera, porque había asistido a un Festival de
Viña del Mar en el Chile de Pinochet; alguna declaración de José
Feliciano sobre la autonomía de Puerto Rico; o Carlos Santana porque
armó un alboroto en el aeropuerto de Lima y eso irritó al jefe de la
Junta Militar en el poder, general Juan Velasco Alvarado, amigo de Fidel
Castro.
A ese saco fue a parar también La fiesta de Blas, de Fórmula V. Decía
que se bebieron unas cuantas copas de más y alguien creyó que se podía
pensar en el líder obrero cubano Blas Roca.
Algo por el estilo pasó con Secretaria, interpretado por Mocedades, dado
que la protagonista suspira por su jefe y eso, aunque en este caso sí
era más que usual y casi aparecía en las especificaciones del cargo, no
era correcto. También estaba esa frasecita en la letra: la que escucha,
mira y calla. El Himno a la alegría de Miguel Ríos, que viene de la
Novena Sinfonía de Beethoven, fue sepultado en los archivos por su
inspiración religiosa.
Los seguidores de The Beatles lo pasaron peor y a lo sumo las letras de
Lennon-McCartney se podían escuchar en español interpretadas por Los
Mustang. Al Noticiero ICAIC, en su edición 100, se le ocurrió burlarse
intercalando imágenes del cuarteto con otras de simios tocando
instrumentos musicales. Resultó contraproducente para los represores:
los cines se abarrotaron porque por primera vez en un montón de años los
cubanos tenían la oportunidad de ver a sus ídolos en movimiento.
Con extrema saña, «por apátridas», fueron borradas y aún hoy perdura un
cerrado silencio sobre ellas, las interpretaciones de Celia Cruz, Meme
Solis, Olga Guillot... que pasaron a oírse en la clandestinidad.
Pero el tiempo pasó. Ya no hay Unión Soviética ni campo socialista, el
dólar dejó de estar penalizado en la isla, el inglés no es una lengua
ideológicamente perversa y existe una apertura creciente y de gradual
transparencia en los medios.
Ciertos intérpretes no alcanzan estar del todo en la radio o la
televisión, como el trovador Pedro Luis Ferrer. Otras canciones sí
llegan y sus autores se arriesgan a ser más críticos, con símbolos, como
el dúo Buena Fe, que dice cosas molestas.
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