La visita del canciller Moratinos a la Isla ha sido decepcionante
Apostó a objetivos mínimos, más ligados a intereses que a valores
La reciente visita a La Habana del canciller español, Miguel Moratinos,
ha resultado en extremo desalentadora para lo que debería ser el gran
objetivo de cualquier Gobierno democrático –como el de España– y de
cualquier organización afincada en los valores de la libertad –como la
Unión Europea (UE)– en sus relaciones con Cuba: el impulso de la
democracia y los derechos humanos.
Al contrario, basta ver los "resultados" de su operación diplomática y
las declaraciones emitidas al concluirla, para darse cuenta de que,
lejos de utilizar su viaje para insistir en la necesidad de una apertura
en la Isla, y de proyectar la influencia española y europea para
propiciarla con vigor, Moratinos se contentó con apostar a objetivos
mínimos, y más ligados a intereses que a ideales.
Coincidiendo con su presencia en la Isla, el régimen de los hermanos
Castro liberó a un disidente cubano, condenado arbitrariamente y
severamente enfermo; anunció el permiso para que otro abandone el país,
y concedió la casa por cárcel a un empresario español acusado de
cohecho, mientras se realiza un "juicio" que, casi con certeza, será
arreglado políticamente. Se trató de minúsculas acciones que, con toda
propiedad, el activista de derechos humanos, Elizardo Sánchez, las
calificó como "muecas sardónicas" que revelan un "obsceno" carácter:
manipular el dolor de seres humanos.
Para Moratinos, lo importante es que haya "resultados concretos" en las
relaciones con la Isla, "como una decisión soberana de las autoridades
cubanas". ¿Y el pueblo? Quedó totalmente al margen de sus
consideraciones y declaraciones. Entre otras cosas, ni el Canciller ni
miembros de su delegación establecieron contacto con los disidentes
cubanos, con el argumento de que la visita no estaba encaminada a
reunirse "con ningún sector de la sociedad cubana, sino a fortalecer las
relaciones bilaterales".
No en balde, el único "compromiso firme" que obtuvo del presidente Raúl
Castro fue establecer un "diálogo" con empresarios españoles con
actividades en Cuba, para organizar un "calendario" de los pagos
acumulados por $450 millones, producto de ganancias hechas por sus
compañías en la Isla, pero que han sido retenidas por el régimen cubano:
un "logro" estrechamente mercantil, bueno para las compañías españolas,
pero irrelevante para los cubanos.
Como preludio de la actitud que tendrá España durante su presidencia de
la Unión Europea entre enero y junio del próximo año, la visita es aún
más inquietante.
El objetivo, claramente declarado por Moratinos, y que coincide
plenamente con el del régimen, es que la UE abandone la "posición común"
hacia Cuba, la cual condiciona la normalización de relaciones con su
Gobierno a que se produzcan significativos gestos democratizadores y se
respeten los derechos humanos, especialmente los políticos y civiles.
Esta política, vigente desde el 2004, tras una batida represiva contra
los disidentes cubanos, ha sido fundamental no solo simbólicamente;
también les ha dado a los sectores no gubernamentales un mayor aire en
medio del ahogo a que están sometidos. Abandonarla, como pretende
España, para permitir que cada país de la UE actúe hacia Cuba según sus
prioridades (y, por supuesto, intereses), sería perder un instrumento
clave a favor de la democracia.
El compromiso de Moratinos de luchar por el fin de la posición común fue
un pésimo broche con que cerró su gira. La esperanza es que tal postura
sea neutralizada por otros países europeos, menos comprometidos con
fines empresariales y más con principios democráticos en Cuba; es decir,
verdaderamente fieles al gran principio que debería regir la proyección
de la UE hacia la Isla.
España, la UE y Cuba - OPINIÓN - nacion.com (25 October 2009)
http://www.nacion.com/ln_ee/2009/octubre/25/opinion2134659.html
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