Tuesday, May 05, 2009

Quién embaucó a quién?

TRIBUNA: JORGE CASTAÑEDA
¿Quién embaucó a quién?

JORGE CASTAÑEDA 29/04/2009

No cesan las paradojas en el nuevo mundo valiente de la crisis. Todos,
absolutamente todos, se felicitaron por el tenor de la Cumbre de las
Américas, celebrada en Trinidad hace dos semanas, por la nueva política
hacia América Latina de Barack Obama y por la nueva dignidad
latinoamericana.

Con buenos modales, Obama les tomó el pelo a los líderes
latinoamericanos en la última cumbre

Los dirigentes de la región conservan el perfil de político tercermundista

Todos, salvo dos: la derecha estadounidense y Fidel Castro, extraños
compañeros de trinchera. Para entender este sorprendente giro
geopolítico es preciso explicar lo que sucedió durante el periplo del
nuevo presidente norteamericano, o por lo menos sugerir un par de
hipótesis. Ya después veremos por qué Fidel y conservadores como Newt
Gingrich comparten el mismo descontento.

Una de dos: o bien Obama pecó de una increíble ingenuidad en su trato
con los líderes latinoamericanos reunidos en el Caribe (y antes de ello,
con el presidente Felipe Calderón en la capital mexicana), o bien les
tomó perfectamente la medida.

La primera posibilidad es la más obvia, y menos verosímil. Debido a su
bisoñez, Obama se habría comprometido con la guerra optativa de Calderón
contra el narco, con la probidad, eficacia y perseverancia de sus
colaboradores, con la comentocracia mexicana que se deshizo en elogios
al nuevo ocupante de la Casa Blanca. No habría entendido que así como
Calderón emprendió su cruzada por motivos estrictamente políticos, la
puede suspender por los mismos; que al igual que con sus predecesores,
los "valientes y honestos" luchadores contra la droga de hoy pueden
resultar ser los cómplices de mañana, y que el anti-americanismo
proverbial de las élites mexicanas (intelectuales incluidos) volverá por
sus fueros a la menor provocación.

En cuanto al llamado eje del bien (Chávez, Morales, Ortega, Correa y
Lugo), habría sucedido lo mismo. Le dieron a Obama por su lado, después,
por supuesto, de haberle leído la cartilla sobre todos los pecados
habidos y por haber cometidos por Estados Unidos en América Latina.
Chávez no se comprometió a dejar de apoyar -según fuentes oficiales
colombianas, más que nunca- a las FARC en Colombia y al FMLN en El
Salvador (mas no a Mauricio Funes), ni a restaurar los programas de
cooperación con Washington en la lucha antinarco, ni a dejar de
nacionalizar a empresas nacionales y extranjeras sin compensación (el
caso de la mexicana Cemex, entre otras), ni a cesar de cerrar medios de
comunicación, ni a perseguir a opositores, ni a pervertir al poder
judicial. Morales no se comprometió a suspender su apoyo al cultivo de
hoja de coca, ni a volver a acoger en Bolivia a un embajador de Estados
Unidos y al equipo antidrogas de la DEA; Correa, de Ecuador, noaceptó
mantener la base de la DEA en Manta. Y Ortega ni sueña con detener su
persecución de opositores, su involucramiento con los salvadoreños y sus
diatribas antiamericanas.

Y sobre todo, ninguno de los mencionados, ni los más sensatos como Lula,
Calderón, Bachelet, etcétera, jamás le pedirán a La Habana que ponga su
parte en la danza de concesiones mutuas con Washington: ni que abrogue
el impuesto sobre remesas, ni que libere a los presos políticos, ni que
suprima la tarjeta blanca y la prohibición de viajar, ni mucho menos que
negocie la devolución o compensación de las propiedades americanas
expropiadas en 1959-1962. Nunca aceptarán que, de la misma manera que
presionan, con razón, a Obama para que levante unilateralmente el
embargo a Cuba, deben hacerlo con Castro para que por fin se establezca
un régimen democrático en la isla. En esta hipótesis, los
latinoamericanos le habrían visto la cara a Obama, y éste, con toda
inocencia, se habría dejado embaucar.

Huelga decir que la hipótesis alternativa se antoja mucho más creíble.
Consiste en pensar que fue Obama quien les tomó el pelo a los
latinoamericanos, al comprender que por muy izquierdosos que sean unos,
y muy modernos que parezcan otros, esta camada de líderes de la región
conserva el perfil ortodoxo, incluso clásico, del político
tercermundista. Con algunas palmaditas en la espalda, algunas palabras
consabidas y fatigadas, y un lenguaje corporal apropiado, se dan por muy
bien servidos.

Como dijo Teodoro Petkoff, el ex guerrillero venezolano, "Chávez terminó
calificando la reunión como 'casi perfecta'. Y todo porque Obama le dio
la mano y cruzó unas palabras con él. Está visto que Chacumbele no
aguanta una picada de ojos de un presidente gringo". Desde tiempos
inmemoriales, los iberoamericanos le profesan una verdadera reverencia a
"lo dicho" y a las formas, al contrario de los norteamericanos, para
quienes "prometer no empobrece". Para los nuestros, la sustancia es
secundaria; los ritos, todo. Obama los observó con creces. Dijo cuantas
veces fue necesario que venía a escuchar y a aprender; que no había
socios menores ni mayores en la zona, sino iguales, y que él buscaba
ante todo brindarle respeto a sus colegas, aun cuando no coincidiera con
ellos.

Claro: no se comprometió con Lula a levantar el embargo a Cuba, o el
arancel sobre el etanol, o a apoyar su pretensión de ocupar un escaño
permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU; no se comprometió con
Álvaro Uribe a buscar la aprobación del Acuerdo de Libre Comercio con
Colombia; no se comprometió con Calderón a restaurar la prohibición de
la venta de fusiles de asalto o a incrementar la Iniciativa Mérida; ni
con los centroamericanos y caribeños a proponer una reforma migratoria
integral. Es decir, se limitó a sonreír para la foto con Chávez, a
escuchar impávido y estoico la arenga de Ortega, a recibir libros del
siglo antepasado, y a solidarizarse con Evo en la denuncia de atentados
indemostrables. Nada más.

Gracias a todo ello, fue fuertemente aplaudido por los latinoamericanos
y severamente criticado por su derecha interna... y por el único líder
latinoamericano que ha superado, a un costo inaudito para su país, los
tradicionales complejos de los políticos del área: Fidel Castro.

La oposición conservadora de Estados Unidos le ha reclamado a Obama
dejar pasar insultos y ofensas contra sus predecesores (desde Bush hasta
Kennedy, y a diferencia de Zapatero y Juan Carlos I), ser demasiado
cordial con Chávez sin plantear un solo tema de la agenda propia, y
permitir que lo sermonearan ad náuseam sin jamás responder. Fidel
Castro, por su parte, le enmendó vigorosamente la plana a Obama... y al
boquisuelto de su hermano, que cometió varios pecados discursivos
imperdonables. Éste es el meollo del asunto.

En su reflexión del 22 de abril, el Castro mayor subrayó que "el
presidente interpretó mal la declaración de Raúl" al pensar que cuando
dijo en Venezuela, el 15 de abril, que "todo está sobre la mesa",
incluyendo derechos humanos, presos políticos, migración, narcotráfico,
etcétera, hablaba en serio.

Obviamente, no: la mera mención por Raúl de "presos políticos", por
exaltado que se encontrara (basta ver las imágenes de los ocho minutos
de su discurso en YouTube para entenderme), constituye una herejía para
Fidel. Jamás ha aceptado la existencia de presos políticos en Cuba, ni
piensa hacerlo. Tampoco, por supuesto, aceptó eliminar el impuesto sobre
las remesas, ni, según portavoces oficiosos, la llamada "tarjeta blanca"
para salir de Cuba. En otras palabras, le recetó a Obama lo que los
franceses llaman "une fin de non-recevoir": nada de nada.

Para los latinoamericanos, bastaron carisma, cordialidad y cariño; para
Fidel, sólo bastará que Obama se rinda, se disculpe, y pague la
penitencia por los pecados de sus predecesores. El mandatario
estadounidense sedujo a sus colegas presentes en Puerto España, salvo al
que no es su colega, y que estaba ausente.

Jorge Castañeda, ex secretario de Relaciones Exteriores de México, es
profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.

¿Quién embaucó a quién? · ELPAÍS.com (1 May 2009)

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Quien/embauco/quien/elpepuopi/20090429elpepiopi_4/Tes





JORGE CASTAÑEDA 29/04/2009

No cesan las paradojas en el nuevo mundo valiente de la crisis. Todos,
absolutamente todos, se felicitaron por el tenor de la Cumbre de las
Américas, celebrada en Trinidad hace dos semanas, por la nueva política
hacia América Latina de Barack Obama y por la nueva dignidad
latinoamericana.

Con buenos modales, Obama les tomó el pelo a los líderes
latinoamericanos en la última cumbre

Los dirigentes de la región conservan el perfil de político tercermundista

Todos, salvo dos: la derecha estadounidense y Fidel Castro, extraños
compañeros de trinchera. Para entender este sorprendente giro
geopolítico es preciso explicar lo que sucedió durante el periplo del
nuevo presidente norteamericano, o por lo menos sugerir un par de
hipótesis. Ya después veremos por qué Fidel y conservadores como Newt
Gingrich comparten el mismo descontento.

Una de dos: o bien Obama pecó de una increíble ingenuidad en su trato
con los líderes latinoamericanos reunidos en el Caribe (y antes de ello,
con el presidente Felipe Calderón en la capital mexicana), o bien les
tomó perfectamente la medida.

La primera posibilidad es la más obvia, y menos verosímil. Debido a su
bisoñez, Obama se habría comprometido con la guerra optativa de Calderón
contra el narco, con la probidad, eficacia y perseverancia de sus
colaboradores, con la comentocracia mexicana que se deshizo en elogios
al nuevo ocupante de la Casa Blanca. No habría entendido que así como
Calderón emprendió su cruzada por motivos estrictamente políticos, la
puede suspender por los mismos; que al igual que con sus predecesores,
los "valientes y honestos" luchadores contra la droga de hoy pueden
resultar ser los cómplices de mañana, y que el anti-americanismo
proverbial de las élites mexicanas (intelectuales incluidos) volverá por
sus fueros a la menor provocación.

En cuanto al llamado eje del bien (Chávez, Morales, Ortega, Correa y
Lugo), habría sucedido lo mismo. Le dieron a Obama por su lado, después,
por supuesto, de haberle leído la cartilla sobre todos los pecados
habidos y por haber cometidos por Estados Unidos en América Latina.
Chávez no se comprometió a dejar de apoyar -según fuentes oficiales
colombianas, más que nunca- a las FARC en Colombia y al FMLN en El
Salvador (mas no a Mauricio Funes), ni a restaurar los programas de
cooperación con Washington en la lucha antinarco, ni a dejar de
nacionalizar a empresas nacionales y extranjeras sin compensación (el
caso de la mexicana Cemex, entre otras), ni a cesar de cerrar medios de
comunicación, ni a perseguir a opositores, ni a pervertir al poder
judicial. Morales no se comprometió a suspender su apoyo al cultivo de
hoja de coca, ni a volver a acoger en Bolivia a un embajador de Estados
Unidos y al equipo antidrogas de la DEA; Correa, de Ecuador, noaceptó
mantener la base de la DEA en Manta. Y Ortega ni sueña con detener su
persecución de opositores, su involucramiento con los salvadoreños y sus
diatribas antiamericanas.

Y sobre todo, ninguno de los mencionados, ni los más sensatos como Lula,
Calderón, Bachelet, etcétera, jamás le pedirán a La Habana que ponga su
parte en la danza de concesiones mutuas con Washington: ni que abrogue
el impuesto sobre remesas, ni que libere a los presos políticos, ni que
suprima la tarjeta blanca y la prohibición de viajar, ni mucho menos que
negocie la devolución o compensación de las propiedades americanas
expropiadas en 1959-1962. Nunca aceptarán que, de la misma manera que
presionan, con razón, a Obama para que levante unilateralmente el
embargo a Cuba, deben hacerlo con Castro para que por fin se establezca
un régimen democrático en la isla. En esta hipótesis, los
latinoamericanos le habrían visto la cara a Obama, y éste, con toda
inocencia, se habría dejado embaucar.

Huelga decir que la hipótesis alternativa se antoja mucho más creíble.
Consiste en pensar que fue Obama quien les tomó el pelo a los
latinoamericanos, al comprender que por muy izquierdosos que sean unos,
y muy modernos que parezcan otros, esta camada de líderes de la región
conserva el perfil ortodoxo, incluso clásico, del político
tercermundista. Con algunas palmaditas en la espalda, algunas palabras
consabidas y fatigadas, y un lenguaje corporal apropiado, se dan por muy
bien servidos.

Como dijo Teodoro Petkoff, el ex guerrillero venezolano, "Chávez terminó
calificando la reunión como 'casi perfecta'. Y todo porque Obama le dio
la mano y cruzó unas palabras con él. Está visto que Chacumbele no
aguanta una picada de ojos de un presidente gringo". Desde tiempos
inmemoriales, los iberoamericanos le profesan una verdadera reverencia a
"lo dicho" y a las formas, al contrario de los norteamericanos, para
quienes "prometer no empobrece". Para los nuestros, la sustancia es
secundaria; los ritos, todo. Obama los observó con creces. Dijo cuantas
veces fue necesario que venía a escuchar y a aprender; que no había
socios menores ni mayores en la zona, sino iguales, y que él buscaba
ante todo brindarle respeto a sus colegas, aun cuando no coincidiera con
ellos.

Claro: no se comprometió con Lula a levantar el embargo a Cuba, o el
arancel sobre el etanol, o a apoyar su pretensión de ocupar un escaño
permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU; no se comprometió con
Álvaro Uribe a buscar la aprobación del Acuerdo de Libre Comercio con
Colombia; no se comprometió con Calderón a restaurar la prohibición de
la venta de fusiles de asalto o a incrementar la Iniciativa Mérida; ni
con los centroamericanos y caribeños a proponer una reforma migratoria
integral. Es decir, se limitó a sonreír para la foto con Chávez, a
escuchar impávido y estoico la arenga de Ortega, a recibir libros del
siglo antepasado, y a solidarizarse con Evo en la denuncia de atentados
indemostrables. Nada más.

Gracias a todo ello, fue fuertemente aplaudido por los latinoamericanos
y severamente criticado por su derecha interna... y por el único líder
latinoamericano que ha superado, a un costo inaudito para su país, los
tradicionales complejos de los políticos del área: Fidel Castro.

La oposición conservadora de Estados Unidos le ha reclamado a Obama
dejar pasar insultos y ofensas contra sus predecesores (desde Bush hasta
Kennedy, y a diferencia de Zapatero y Juan Carlos I), ser demasiado
cordial con Chávez sin plantear un solo tema de la agenda propia, y
permitir que lo sermonearan ad náuseam sin jamás responder. Fidel
Castro, por su parte, le enmendó vigorosamente la plana a Obama... y al
boquisuelto de su hermano, que cometió varios pecados discursivos
imperdonables. Éste es el meollo del asunto.

En su reflexión del 22 de abril, el Castro mayor subrayó que "el
presidente interpretó mal la declaración de Raúl" al pensar que cuando
dijo en Venezuela, el 15 de abril, que "todo está sobre la mesa",
incluyendo derechos humanos, presos políticos, migración, narcotráfico,
etcétera, hablaba en serio.

Obviamente, no: la mera mención por Raúl de "presos políticos", por
exaltado que se encontrara (basta ver las imágenes de los ocho minutos
de su discurso en YouTube para entenderme), constituye una herejía para
Fidel. Jamás ha aceptado la existencia de presos políticos en Cuba, ni
piensa hacerlo. Tampoco, por supuesto, aceptó eliminar el impuesto sobre
las remesas, ni, según portavoces oficiosos, la llamada "tarjeta blanca"
para salir de Cuba. En otras palabras, le recetó a Obama lo que los
franceses llaman "une fin de non-recevoir": nada de nada.

Para los latinoamericanos, bastaron carisma, cordialidad y cariño; para
Fidel, sólo bastará que Obama se rinda, se disculpe, y pague la
penitencia por los pecados de sus predecesores. El mandatario
estadounidense sedujo a sus colegas presentes en Puerto España, salvo al
que no es su colega, y que estaba ausente.

Jorge Castañeda, ex secretario de Relaciones Exteriores de México, es
profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.

¿Quién embaucó a quién? · ELPAÍS.com (1 May 2009)

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Quien/embauco/quien/elpepuopi/20090429elpepiopi_4/Tes

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