Víctor Manuel Domínguez. Sindical Press
LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Ser propietario en Cuba es un
derecho de cada ciudadano. Dueños del país y de todo lo que hay en él,
los cubanos con tierra (en las uñas) pueden tener hasta cuatro cabezas
de ganado vacuno, siempre que las hayan adquirido para una utilidad
social o laboral de esos animales.
Es decir, cada una de estas vacas debe enseñar a mugir a los terneros,
explicarles cómo se come hierba sin ocasionar daños al marabú, y sobre
todo, a no dejarse matar y mucho menos comer por muy propietario que sea
el ganadero que los críe o alimente.
Además, en el orden laboral deben suplir a los tractores, hacer la
función de ómnibus intermunicipales y sustituir al hombre en las faenas
del campo.
Pero aquí no terminan los privilegios de los propietarios cubanos, pues
en caso excepcional, y según la Resolución 5 de 2003, pueden tener seis
bueyes destinados a la tracción animal, cuatro equinos para transportar
obreros, y ocho mulos y/o asnos que acarreen la leche hasta la bodega
más próxima, generalmente ubicada a 25 kilómetros.
Eso sí, amén de no poder matarlos para comérselos, los propietarios no
pueden canjear o vender un tarro, una pezuña, o un rabo a otro ente que
no sea el Estado.
Y es aquí donde comienzan a mugir sus cuitas los afortunados ganaderos
cubanos con tan bastos rebaños.
De acuerdo con las quejas formuladas por un acaudalado ganadero (dueño
de una bicicleta china, una yegua coja, un pozo seco y un maizal) al
Ministerio de la Agricultura (MINAGRI), los funcionarios encargados de
comprarle los animales le pagan una vaca cual si fuera una chiva.
Unas veces por la falta de pesa o cintas para pesar o medir los
ejemplares, otras porque consideran que el campesino no tiene suficiente
tierra (entre las uñas) para tanto ganado, a un torete que por su
categoría debe pagarse como toro de ceba, lo pagan como buey.
Y los toretes tienen dignidad, amor propio, peso apropiado, pangola en
el estómago, más de seis meses de vida, y méritos suficientes por haber
abonado la bosta necesaria para alumbrar una vaquería.
Se precisa ser más humano con el torete y el campesino. Urge pagarles el
tiempo y el cansancio invertido en lograr un mugido de alcurnia, dos
tarros de campeonato, una carne de primera calidad para dirigentes y
extranjeros.
Hay que convencer a los funcionarios de la agricultura que acudir a las
definiciones del DELIRA (Diccionario de Lingüística Revolucionaria
Aplicada) para la compra obligada de animales a un campesino cubano, no
se corresponde con la realidad.
¿Cómo es posible, muge atribulado el ganadero, que la cría de mis
cabezas de ganado sea considerada "exceso" a partir de los 11 meses y
tenga que venderlos al Estado o me las quitan?
"Esto es privarme de la patria potestad, hacerme un hueco en medio del
potrero, si cuando más bellos están es al cumplir el año, los dos, y
hasta los tres, pues si lo piensas bien hasta duermes con ellos".
No es justo ser propietario sólo por 11 meses. Mucho menos que por falta
de cintas, pesas, vergüenza y voluntad venga un asno y me pague un
torete como un buey.
Hace falta que quienes deliran en sus excesos al llamarnos propietarios
por tener cuatro vacas, seis bueyes y ocho mulos, aprendan a mugir,
carguen bultos, coman hierba y anden de sol a sol en los potreros, para
que aprendan a ser tan nobles e inteligentes como el ganado que forma mi
"rebaño".
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