Los militares cubanos: ¿y ahora quién ordena?
Especial para El Nuevo Herald
EUGENIO YAÑEZ
Si en diciembre de 1956 quedó de los expedicionarios del Granma un
disperso grupo en desbandada (el mito de Los Doce), en octubre de 1962
el pequeño país de seis millones de habitantes había derrotado una
invasión preparada por Estados Unidos, desarrollaba un imponente
mecanismo de inteligencia/contrainteligencia, y tenía en su territorio
misiles nucleares y decenas de bombarderos estratégicos, capaces de
golpear devastadoramente a Estados Unidos.
Nunca el mundo estuvo al borde del holocausto nuclear como en esta
crisis. El pavoroso arsenal, afortunadamente, estaba a las órdenes
soviéticas, pero el Comandante en Jefe intentó que fuera utilizado,
derribando un avión espía U-2 norteamericano hasta pidiendo a Jrushov
lanzar el primer golpe atómico, sabiendo que Cuba sería borrada del mapa.
El genio siniestro, habilidad política, irresponsabilidad y osadía de
Fidel Castro convirtió ese grupito de desarrapados guerrilleros y
campesinos analfabetos en ejército rebelde que se impuso a la dictadura
y dio pie a la creación de la teoría del foco guerrillero por Che
Guevara: la única experiencia que funcionó. Todas las aventuras
concebidas, fomentadas y apoyadas por Cuba con tropas, entrenamiento,
dinero, inteligencia y logística, fracasarían una tras otra
estrepitosamente, teniendo su máxima expresión en la Quebrada del Yuro.
Fidel Castro, sin embargo, aprovechó hábilmente los compromisos en el
llamado Pacto Kennedy-Jrushov a raíz de la crisis de los misiles:
sabiendo que Cuba no sería invadida si no se instalaban armas nucleares
en su territorio (nunca lo reconoció públicamente y mantuvo el fantasma
de la invasión), ignorando el compromiso proyectó ilimitadamente su
agenda subversiva global y lanzó fuerzas hasta más de diez mil
kilómetros de las costas cubanas, no para anexarse territorios que no
necesitaba, sino por el liderazgo tercermundista y ''antiimperialista''
que resultaba imprescindible a su megalomanía, y consolidar su poder en
Cuba.
Los guerrilleros derrotados definitivamente en América Latina en los
sesenta crearían los dos cuerpos expedicionarios que entre mediados de
los setenta y ochenta del pasado siglo, generosamente aprovisionados y
financiados por el mundo comunista, pelearon dos guerras a la vez en
Africa y asesoraron otra en Nicaragua, y entrenaban militares en Siria,
Yemen, Congo, Grenada, Mozambique, Libia, Palestina, en territorios
absolutamente desconocidos para ellos y condiciones inhóspitas, con más
de sesenta mil hombres dislocados a miles de kilómetros de Cuba.
Solamente Inglaterra y Francia en la era moderna lo intentaron, sin
lograr los objetivos: los militares cubanos, a diferencia de las
experimentadas metrópolis europeas, vencieron en las tres contiendas:
hecho sin precedentes en la historia. La maquinaria militar cubana
garantizó en menos de diez años, enviando en total más de 350,000
hombres, regímenes autoritarios en Angola, Etiopía y Nicaragua. La
evolución posterior produjo situaciones políticas diferentes por la
geopolítica de la guerra fría, no porque el aparato militar incumpliera
las misiones encomendadas.
La seguridad consolidó el poder por medio siglo: desbarató intentos
clandestinos de enfrentamiento urbano en los primeros años, detuvo
masivamente potenciales apoyos de la invasión en 1961, penetró y liquidó
grupos armados guerrilleros del Escambray y el resto del país, diseminó
un imponente aparato de inteligencia entre los gobiernos y las
sociedades latinoamericanas, africanas y europeas, y colocó sus agentes
en las mismas entrañas del poder de la nación más poderosa de la tierra:
desde la Junta de Análisis de Defensa del Pentágono, el Servicio de
Inmigración y Naturalización, y universidades norteamericanas, fluyeron
informaciones sensibles para alimentar los departamentos de análisis de
la seguridad del estado castrista.
Los servicios armados y de seguridad fueron los mayores y más eficientes
en América, segundos solamente de Estados Unidos. En Africa abarcaron
más campo y profundidad que la KGB y la Stassi, y en algunos países más
incluso que la CIA. Proporcionalmente al país, solamente el Mossad
israelí es comparable a los servicios de seguridad cubanos, pero
mientras tienen gran concentración en el mundo árabe, los cubanos
abarcan tres continentes y sus ramificaciones alcanzan la OTAN.
A diferencia del comunismo clásico soviético y este-europeo, el aparato
militar cubano no fue apéndice del Partido, sino todo lo contrario:
semilla, núcleo, mecanismo de dirección del aparato partidista y del
poder, desde sus inicios a la actualidad.
El partido cubano, supuesta vanguardia de los trabajadores, es realmente
una cúpula de dirección, élite cerrada en las alturas, donde la
fidelidad al caudillo, no a la Revolución o la patria, es el pasaporte
de entrada y permanencia, y las equivocaciones se pagan con la vida o la
prisión brutal y prolongada: Hubert Matos, Humberto Sorí Marín, Che
Guevara, Arnaldo Ochoa, José Abrantes, Pascual Martínez Gil, Diocles
Torralba, fueron algunos altos oficiales sacados del juego en su
momento, independientemente de su historial y méritos combativos,
simplemente porque el caudillo los consideró inconvenientes: ni Machado
ni Batista, clásicos predecesores en una nación de caudillos, abarcaron
tanto ni tan extensamente como Fidel Castro.
El resto, la militancia, es paisaje que adorna la leyenda, apropiado
para aplaudir y responder vociferante las consignas: del ejército
salieron todos los cuadros fundamentales del aparato partidista y
gobierno: muchos de los ''civiles'' que hoy adornan las más altas
esferas tienen en su expediente un uniforme verde olivo y grados en sus
charreteras.
A pesar de declaraciones, programas y propaganda, el partido cubano
refleja más a Mao y Ho Chi Minh que a Lenin o Stalin: en última
instancia, salvando las distancias, recuerda más al Movimiento de Franco
y el faccio de Mussolini que al PCUS de Brezhnev o las claques
comunistas del este europeo.
Terminada la guerra fría, este aparato militar con que Castro controlaba
el poder echó a un lado ideología y guerra, comenzó a vestirse de
empresarios emprendedores. Generales y coroneles son presidentes
corporativos y directores generales, cambiaron charretera por
guayaberas, invadieron de nuevo Angola, América Latina, el Caribe,
Europa y Asia sin separarse de los compañeros del ''aparato''
(seguridad), no ofreciendo esta vez un mundo nuevo ni la liberación de
los pobres, sino productos exportables, almacenes off-shore, turismo
barato y sociedades mixtas con ''vulgares y ruines'' capitalistas o
camaradas chinos del socialismo de mercado.
Los que no pudieron escabullirse fueron licenciados, o quedaron con
tanques, tropas y cañones, recibieron la misión de garantizar ''el
proceso revolucionario'' con la amenaza de una represión sin
precedentes, y la encomienda de producir alimentos para mantener a flote
el régimen. Aunque se dijo que los frijoles eran más importantes que los
cañones, en todos estos años la industria militar cubana se desarrolló
más que la alimenticia: la escasez de suministros y repuestos por la
debacle comunista se palió con producción nacional.
Simultáneamente, se produjo una sutil y discreta transformación de la
doctrina militar cubana: concientes de la imposibilidad de enfrentar con
éxito una invasión USA desde que la URSS informó secretamente en los
ochenta que no podría defender a Cuba ante un ataque, se creó a bombo y
platillo la ''guerra de todo el pueblo'', a partir de la experiencia
vietnamita.
Significaba reconocer la incapacidad del aparato militar cubano de
enfrentar una invasión basada en desembarco naval o golpes aéreos
masivos, bases de la doctrina militar cubana desde los años sesenta, y
optar por una resistencia prolongada en una guerra irregular en
territorio ocupado por las fuerzas de invasión, donde el destino de los
acontecimientos y la definición del combate tienen parámetros
inconmensurables: sin opción de victoria, el alto mando cubano decide
por la indefinición de la situación en el teatro de operaciones y
resistencia a largo plazo, confiando que los resultados de esa eventual
batalla se logren en el Congreso y las calles de Estados Unidos, América
Latina y Europa, Naciones Unidas y ``la opinión pública internacional''.
Era más sensato buscar alternativas que minimizaran riesgos de invasión
y confrontación, y permitieran que el talento y los recursos del sector
militar y de seguridad se pusieran en función del desarrollo económico y
social, pero eso iba contra la misión iluminada que el Comandante en
Jefe se auto-asignó desde su famosa carta a Celia Sánchez en la Sierra
Maestra.
Ahora que los militares cubanos ya no tienen Comandante en Jefe que
Ordene para obedecerlo ciegamente, ni son una hueste de barbudos
analfabetos, tienen la oportunidad de decidir entre ser garantes de la
represión o los impulsores de transformaciones democráticas.
No depende de más nadie, de ellos mismos: cuando Raúl Castro declara que
el único heredero del Comandante en Jefe es el Partido, no hay
contradicción: esos militares son el partido y poder real en Cuba, hoy,
ayer, siempre, mientras el esquema totalitario esté presente.
El legado militar de Fidel Castro no es edificante para un país que
peleó una revolución para restablecer la democracia y las instituciones
sobre los caudillos, ni nada despreciable, como siniestro resultado
concreto, para un Comandante en Jefe que peleó personalmente en muy
pocas batallas, siempre muy lejos de la primera línea.
Eugenio Yáñez es analista de la página digital Cubanálisis
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