Sociedad
Otra guerra perdida
El gobierno se conforma con decomisar antenas parabólicas: sabe que la
ofensiva cultural e ideológica ya es inútil.
Leonardo Calvo Cárdenas, Ciudad de La Habana
viernes 23 de febrero de 2007 6:00:00
Una guerra de parecido signo a otras que sacuden el mundo, pero no
sangrienta y mucho menos conocida, se libra en Cuba. Gracias al avance
acelerado de las tecnologías y la globalización, desde hace pocos años
una tupida madeja de cables conductores ha inundado tejados, azoteas y
también los subsuelos de las más diversas regiones del país.
Esta "guerra" proporciona un lucrativo negocio a los poseedores de
antenas de televisión por satélite que se atreven a desafiar las
prohibiciones y persecuciones, y vender la codiciada programación a
cuantos vecinos-clientes quieran y puedan pagarlo (alrededor de un
salario mínimo mensual).
Por otra parte, la antena o el cable —nombres con que la simplificada
lógica insular ha bautizado el fenómeno— brinda a los eventuales
usuarios la posibilidad de librarse del desquiciamiento estético y la
monotonía doctrinaria de la televisión nacional. Además de la
posibilidad de asomarse a una ventana a través de la que se aprecian,
con claridad y nitidez, las miserias y tragedias, las sensibilidades y
las luchas, y los avances y esperanzas de este mundo complejo, diverso y
convulso.
Sin ser muchas veces la televisión que se sirve por la antena un ejemplo
de alto valor estético e intelectual, allí los cubanos han podido
constatar cómo los gobiernos hacen cumplir la ley, pero pueden ser
abiertamente criticados, y cómo un día ceden el lugar. También la forma
en que los ciudadanos utilizan los mecanismos cívicos y jurídicos que
poseen para defender derechos e intereses, y cómo mucha gente hace el
bien a sus semejantes sin necesidad de esperar por la determinación
paternalista del poder.
Por el cable, muchos ciudadanos han logrado apreciar hechos y
acontecimientos, incluso de su propia realidad, sin el lastre de la
manipulación ideologizante y de la esquematización maniquea.
Realidades negadas
Baste citar dos ejemplos tan distantes como ilustrativos: por la antena,
hemos podido ver por primera vez las impactantes imágenes de los
cadáveres de niños kurdos víctimas de la violencia criminal desatada en
sus comunidades a instancias del derrocado tirano Sadam Husein; así como
apreciar el mejor béisbol del mundo, incluidas las hazañas de los
jugadores cubanos que han triunfado en las Ligas Mayores. Dos realidades
que nos ha negado, por mucho tiempo, la caprichosa determinación del
gobierno.
Las autoridades de la Isla, tan proclives y acostumbradas a dictar,
prohibir, manipular y parametrar —palabra de moda por estos días—, no
hicieron esperar su reacción. A las diatribas descalificadoras con que
adornan todo lo que no cuadra a sus intereses y diseños, se une la
imposición de severas medidas represivas contra propietarios y clientes.
Se habla de multas exorbitantes (30.000 pesos) y los recurrentes
decomisos de equipos.
Sin embargo, antes de aplicar cualquier medida represiva, ensayó un
nuevo intento de enfrentar cubanos contra cubanos. La idea era que los
militantes del Partido Comunista en las comunidades se encargaran de
enfrentar y liquidar la "peligrosa" madeja y la "ofensiva" imagen.
El caso es que, a estas alturas, la disposición combativa de la
denominada "vanguardia revolucionaria" padece un desgaste a todas luces
irreversible, amén de que ya muchos militantes comunistas disfrutaban de
la "señal maldita".
La intentona fracasada de agregar una nueva página a la historia
reciente de enfrentamientos fratricidas obligó a desarrollar intensos
operativos policiales para acabar con el ya extendido invento criollo.
Hace algún tiempo fui testigo, en el municipio habanero de Güira de
Melena —donde gracias a la antena casi vivía en otra dimensión—, de que
la operación punitiva destinada a desmontar los ilegales dispositivos de
transmisión necesitó de catorce vehículos de diferente porte y decenas
de agentes, funcionarios y soplones.
Atajo provisional
Así, a golpe de represión, el gobierno ha logrado eventualmente atajar
el problema en algunos lugares, donde los momentáneamente perjudicados
buscan resquicios para no perder la ya popular opción de entretenimiento
e información.
Alrededor del avance del cable podemos ver hechos llamativos: los
empleados de la empresa estatal de telecomunicaciones ETECSA,
extendiendo los dispositivos, con el consiguiente perjuicio para la
disponibilidad material de la instalación de las redes telefónicas; la
colocación de cables conductores bajo las calles, que después son
cuidadosamente asfaltadas; los agentes de la policía "regalando" a las
comunidades el nombre de algún trasnochado combativo denunciante; o la
curiosa ironía de ver los vehículos que trasportaban a los encargados de
la actual ofensiva anticable rotulados con la inscripción "En línea con
el mundo". Sobran los comentarios.
Lo dicho hasta aquí son hechos y anécdotas, pero lo realmente importante
del fenómeno son las interrogantes que abre y las lecciones que aporta.
Se suponía que las radicales transformaciones que la revolución ha
tratado de operar en los patrones y referencias estéticas y culturales
del pueblo estaban destinadas a "superar las carencias y lagunas de la
cultura capitalista". Si esto es así, era de esperar que pocas horas
después de apreciar las ofertas de la televisión del sur de la Florida,
los sobreadoctrinados cubanos regresaran presurosos y felices a
disfrutar de su muy superior televisión, haciendo de esa forma
innecesarias las amenazas y persecuciones.
Discriminación y desconfianza
¿Por qué razón los ciudadanos no pueden ver lo que disfrutan los
dirigentes del país y sus familias, hace ya mucho tiempo? ¿Acaso no
éramos iguales?
¿Por qué los cubanos no puede ver la televisión que disfrutan todos los
habitantes del planeta?
¿Acaso La Habana no confía en la preparación política, educacional y
cultural de que tanto se ufana?
Como lo han hecho siempre que se disponen a controlar y reprimir, las
autoridades de la Isla pondrán en tensión todas sus capacidades y
recursos, lo cual no asegura de ninguna forma que logren borrar, del
todo y para siempre, esa incómoda opción alternativa de entretenimiento
e información.
Con la antena, unos han encontrado una vía de lucro a la que les es ya
muy difícil renunciar y amplios sectores de la población han abierto una
ventana que les brinda un panorama desconocido y promisorio, que al
parecer mucho necesitan. Está por ver si el gobierno puede mantener
permanentemente una dinámica represiva que limite en alguna medida la
demostrada vocación reincidente de servidores y usuarios.
De cualquier manera, está claro que con sus escaladas anticables, las
autoridades sólo pueden aspirar a triunfar en la dimensión material
—todos sabemos que a estas alturas se conformará con eso—, porque la
otra, la guerra cultural, parece haberla perdido de antemano.
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