El veredicto final
Publicada: 30 marzo 2012
M. Á. BASTENIER (*)
El viaje de Benedicto XVI a Cuba agradece buen número de
interpretaciones, pero todas con algo en común: el Vaticano apoya el
proceso de reformas de Raúl Castro, que, si en lo político es muy
limitado, en lo económico hace ya de la isla un lugar muy diferente del
que visitó Juan Pablo II en 1998. Cerca de 300,000 negocios por cuenta
propia se han registrado desde 2010.
El plan, presentado en noviembre de hace dos años, prevé un castrismo
sin los Castro, en el que la isla evolucione hacia una economía mixta, a
la china; el partido comunista no atosigue con su férrea mano al Estado;
los gobernantes no puedan ejercer más de dos mandatos; aparezcan
crecientes espacios de debate; y los actores sociales adquieran la
autonomía que sería entonces imprescindible.
Un "atado y bien atado" a la cubana. Fuentes liberales del régimen
reconocen, sin embargo, que nadie sabe cuál es el punto de destino de
esa posible evolución; que para no levantar ronchas en la Vieja Guardia,
se prefiere emplear el término actualización en vez de reforma; pero,
también, que los sucesores de los hermanos Castro difícilmente tendrán
la legitimidad y autoridad necesarias para controlar ese proceso.
Puestos a nombrar lo desconocido, hay quien en la isla habla de
"democracia deliberativa", y otros, más artísticos, de cubaneo, lo que
exige en ambos casos una descentralización profunda.El Vaticano, a quien
interesa por encima de todo la libertad pastoral, aspira a reevangelizar
Cuba y una América Latina en la que el protestantismo le arrebata
feligresía sin cesar, pero que aún agrupa al 35% de los 1,200 millones
de católicos que la Iglesia tiene censados. Y así es como se ha
inaugurado el primer seminario fundado en el país en el último medio
siglo, San Carlos y San Ambrosio, cerca de La Habana; se especula con
que el pontífice eleve a venerable al sacerdote Félix Varela, uno de los
precursores de la independencia, que comenzó como monárquico partidario
de Fernando VII y murió como republicano al frente de una parroquia de
Estados Unidos mediado el siglo XIX; no recibirá a disidentes, igual que
hizo caso omiso de una carta firmada por 750 activistas de los derechos
humanos, en la que se le pedía que no confortara la dictadura con su
visita. La jerarquía cubana ya se había abstenido de condenar en 2010 la
muerte por huelga de hambre de Orlando Zapata, y el mismísimo Jaime
Ortega, cardenal y arzobispo de La Habana, glosaba en febrero del año
pasado 'la buena marcha' de la reforma. Como moneda de cambio, o no, la
Iglesia obtuvo -conjuntamente con el Gobierno socialista español- la
libertad de 115 presos políticos. El Papa llegaba a La Habana, y no por
casualidad, después de que se aprobara el plan de reforma, así como de
que se confirmase a Raúl como presidente y sucesor de Fidel, en el VI
Congreso del partido comunista cubano, celebrado en abril de 2011.
Brasil, con visitas oficiales y medidas declaraciones que reivindicaban
su soberanía internacional ante Washington, es la otra potencia que
deposita su confianza en esa evolución del poscastrismo. El ambiente de
fin de reinado -el del castrismo clásico- lo refuerza el propio Fidel
con la publicación en los últimos seis años de cuatro libros de
memorias: Biografía a dos voces con Ignacio Ramonet, en 2006, La
ofensiva estratégica, y La victoria estratégica, en 2010, y este año,
Guerrillero del tiempo. Ese legado se presenta nada menos que como la
historia de la nación en forma de autobiografía del fundador y
patriarca. Pero las dificultades para que ese plan se realice son
considerables. La salud del presidente venezolano, Hugo Chávez -el del
petróleo a precios de saldo-, y su eventual derrota en las elecciones de
octubre le harían daño a una transición que sólo puede justificarse por
el éxito económico.
Y, finalmente, hay que contar con dos clases de radicales que quieren
que el plan fracase. Los de Miami, que aborrecen cualquier intento de
reforma para que el régimen se ahogue en su propia impotencia, y a la
muerte del último Castro se extinga por sí mismo; y los de la isla que,
con el establecimiento de algún sistema meritocrático, temen perder los
privilegios con los que se premia la fidelidad.
El ex alumno de los jesuitas del Colegio de Belén recibirá probablemente
cuando se compruebe si funciona el plan sucesorio, lo que tanto le
preocupa: el veredicto de la historia.- Madrid
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*) Subdirector de "El País"
http://www.yucatan.com.mx/20120330/nota-13/251449-cuba-%C2%BFfin-de-reinado-.htm
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