Thursday, July 28, 2011 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) – Las autoridades del Instituto
de Planificación Física se han caído de la mata con un desvelo que da
grima. Dicen que les preocupa la mala imagen que por culpa de los
trabajadores por cuenta propia podría ofrecer hoy La Habana. Y les
inquieta, dicen, la agresión al orden y al buen gusto en que suelen
incurrir estos hombres y mujeres con sus timbiriches armados como Dios
pintó a Perico.
En una ciudad que a lo largo de los últimos decenios ha estado marcada
por el despelote urbanístico más delirante y por una fealdad que terminó
enquistándose en las paredes, en las calles y en el aire, como la
radiación nuclear, habría que esforzarse mucho para asumir con seriedad
este tipo de enunciado.
Hace poco tiempo, los propios medios oficiales de información reportaron
la existencia de unas 46 nuevas villas miserias distribuidas a lo largo
de la periferia habanera. Esta cifra representa el doble de las que se
conocían en 1958.
Por si los escrupulosos del Instituto de Protección Física no lo saben,
por no haber entrado nunca a una de tales villas miserias, se les
recuerda que mayormente están conformadas por chozas de piso de tierra,
que se construyen con materiales recogidos por sus moradores en los
basureros: pedazos de latón, tablas podridas, residuos de hormigón, de
tela y otros materiales en desecho.
De cualquier modo, ya que se han propuesto velar por la imagen urbana,
no sería ocioso que se dejen caer por una de esas villas, pongamos, Las
Piedras -enclavada en el municipio de San Miguel del Padrón-, donde no
hay calles, sino caminos de fango hasta los tobillos, y donde abundan
las aguas podridas, pero no hay tuberías con agua potable para unos dos
mil paisanos, los que tal vez dispongan de poco tiempo y aún de menos
recursos para embellecer su entorno.
Es posible que, como suele ocurrir, a los de Planificación Física no les
preocupe tanto la periferia, sino el centro de la capital, por estar más
al alcance de la vista del turismo extranjero. En tal caso, se les
recomienda que se adentren en el mismo corazón de La Habana Vieja, donde
hay unas once mil ciudadelas, que es el nombre bonito de las cuarterías
y solares, donde se apiñan, hacinadas, 7 u 8 personas por habitación,
donde los servicios sanitarios son colectivos y escasos, al igual que
los lavaderos y a veces las cocinas.
Sólo en Atarés, que alinea entre los más pequeños barrios capitalinos,
hay unas seis mil ciudadelas. Y en Cayo Hueso, una porción del municipio
más céntrico, Centro Habana, se amontonan doscientas en menos de un
kilómetro cuadrado. Quien no las haya frecuentado, no tiene idea de lo
que es una mala imagen urbana.
Estos y otros cientos de solares y cuarterías, cuya lista resulta
demasiado extensa, unidos, además, a los tenebrosos albergues de gente
que perdió el hogar por derrumbes, y a las posadas convertidas en
tristes desagües urbanísticos, nos muestran hoy el paisaje más acabado y
fidedigno de La Habana.
Por más que no estén previstos en ningún recorrido turístico. Probable
razón por la que sus desórdenes y fealdades no constituyan prioridad en
los planes de acción tan exquisitamente planificados ahora por el
Instituto de Planificación Física.
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