Friday, September 03, 2010

Economía Informal y trabajo por cuenta propia

Cuba

Economía Informal y trabajo por cuenta propia

Las similitudes y diferencias de la economía informal en América Latina
y Cuba

Eugenio R. Balari, Mérida | 31/08/2010

Más que llamarlo sector informal, me parece más apropiado utilizar el
término de economía informal, sobre todo cuando el análisis se hace
mirando hacia el contexto de América Latina y el Caribe, y además,
porque se toma en consideración la amplia diversidad de actividades y
sectores que en la región participan del mismo.

De la economía informal se viene hablando desde la década del 70 del
anterior siglo. El concepto se popularizó con ese término y ha sido
usado como sinónimo del trabajador pobre, que no tiene contrato laboral,
que no tiene seguridad social o no cuenta con prestaciones, amén de
otras definiciones.

Los vendedores ambulantes, los trabajadores a domicilio o en la vía
pública, que son trabajadores por cuenta propia, son identificados
dentro de este sector.

Aclaro además que el término formal/informal apareció en los años 70, el
primero para identificar el empleo asalariado y el segundo con el empleo
por cuenta propia.

Entre los profesionales de la economía y ciertos organismos
internacionales, algunos prefieren denominarlo también como sector no
estructurado.

En los círculos académicos, en la propia OIT y en diversas conferencias
internacionales le han añadido más atributos al término. Sin embargo,
con la necesaria flexibilidad que corresponde, han dejado su utilización
condicionada a las características de cada país.

Insistimos en este tema, porque el mismo es como un fenómeno endémico en
el área y resulta una realidad creciente en nuestra región. También
porque en épocas de crisis económicas, la recesión que se experimenta
aumenta significativamente el desempleo, se contraen las inversiones,
merma el poder adquisitivo, aumenta la pobreza y se reducen por lógica
las actividades del comercio y el propio consumo.

En Latinoamérica y el Caribe hasta hace muy pocos años existían 103
millones de personas trabajando en la llamada economía informal, en su
mayoría y lamentablemente, individuos que no han tenido acceso a empleos
formales, y además sin derechos laborales ni sociales.

Sin embargo, todo ello tiene un carácter paradójico, porque resulta que
la economía informal representa aproximadamente el 53% de la población
económicamente activa y algo más del 50% del producto interno bruto
(PIB) de la región.

Además, y como se sabe, juegan el importante papel de contribuir a
evitar una mayor profundización de la crisis económica en los países de
la región (mayor desempleo, incremento de la pobreza, etcétera), y por
otro lado, son los trabajos peor retribuidos en los ingresos, los de
mayor inestabilidad laboral y los más vulnerables e inseguros
económicamente, e incluso, hasta para la salud de las personas que
participan del mismo.

Se debe tomar en consideración como elemento estadístico bien importante
de la región, que 7 de cada 10 personas que en la actualidad ocupan
puestos de trabajo participan del ámbito informal de la economía.

Valga decir, por aquello de un conveniente recordatorio, que alrededor
del 18.8% de la población del área, estadísticamente se encuentra
registrada como que vive en condiciones de pobreza, mientras que el
fenómeno de la indigencia, aunque significativo y no aceptable por
humanidad, experimenta un menor índice de crecimiento en los últimos años.

También los datos nos indican que dentro de las condiciones de las
economías informales son las mujeres, los niños y los adolescentes los
que comportan las situaciones más críticas en los ingresos y a su vez
socialmente.

De acuerdo a ciertos análisis realizados por diferentes especialistas,
son dichos segmentos sociales la parte más vulnerable de la ciudadanía
que participa de las economías informales.

Resulta interesante saber que en los países de América Latina y el
Caribe, esos datos estadísticos sobre la pobreza no sólo se relacionan
con la población que se encuentra marginada o desempleada, sino a su vez
con muchas de las personas que participan de las economías informales,
ya que los limitados ingresos que éstas logran apenas le permiten vivir
de una manera digna o decorosa.

Muchas de esas personas realizan los que algunos llaman el trabajo
callejero, ingrato, sucio, mal pagado y muchas veces inseguros.

Una buena parte de ellos viven también en los conocidos barrios
marginales y sus viviendas no reúnen ni las mínimas condiciones
higiénicas o de cierto hábitat decoroso.

Ahora, siendo realista ―y realizando alguna abstracción sobre los datos
macroeconómicos que con frecuencia se publican― considero que todo ello
ha sido la consecuencia de los limitados índices de crecimiento que se
han obtenido, de los marcados desequilibrios en la distribución de la
riqueza y los cíclicos fracasos económicos por los que han atravesado
los países de la región, primero en la etapa de la industrialización y
luego en la del neoliberalismo.

Más recientemente, todo ello se ha agudizado por la crisis de la
economía mundial y la de Estados Unidos en particular, la que ha
comportado en los últimos años un muy bajo ritmo de las inversiones en
los países del área, frenando el crecimiento económico y el aumento del
trabajo formal.

No obstante las complejas y críticas características de las economías
informales, su heterogeneidad y amplitud lo relacionan, inevitablemente,
con el desenvolvimiento y desarrollo del sector formal en cada país.

Una buena parte del trabajo en las economías informales nutre o son el
trabajo de las conocidas micro y mini empresas, mientras otros son
sencillamente actividades por cuenta propia que realizan los individuos.

La situación específica de Cuba reúne ciertas y determinadas
peculiaridades que no encajan del todo en los argumentos que hemos
señalado para el resto de los países de América Latina y el Caribe.

Se trata de otro contexto, aunque atraviese por crisis económica, porque
es un sistema social y económico diferente, atípico si se quiere, que
como todo guarda sus similitudes y diferencias con el de otros países.

En las condiciones de Cuba, y durante muchos años, el modelo de
desarrollo siguió una política de pleno empleo, a partir y
fundamentalmente del predomino de la propiedad estatal existente, las
proyecciones planificadas del crecimiento y los análisis de los
pronósticos demográficos.

El Estado pretendió asimilar toda la población económicamente activa
como parte consustancial de su fuerza laboral, mientras y en paralelo se
lanzaba en un programa educativo y de salud pública muy ambicioso, en
que como resultado de estos y otros desarrollos previstos se suponía que
no tendrían cabida la economía informal y los trabajos por cuenta propia.

Se realizó una valoración sobredimensionada de la etapa económica y
social en que se encontraba el país. El subjetivismo y la utopía
subieron a peldaños inconmensurables. No se hizo hincapié en la
eficiencia económica y social, y la productividad quedó rezagada o
subestimada ante otros factores políticos o ideológicos que se priorizaron.

De manera absoluta ―y las más de las veces poco racional―, la economía
siempre se subordinó a las circunstancias políticas de cada momento.

El desarrollo económico que se rige por leyes y mucha objetividad y
realismo, al no encontrar su cauce idóneo o apropiado, también hizo
fracasar las transformaciones que se desarrollaron en la Isla.

Mientras la solidaridad y la colaboración internacional del mundo
socialista se manifestaron amplia y espléndidamente se pudo mantener tal
situación. Pero cuando el país se vio obligado a vivir y a desarrollarse
en el marco único y concreto de sus realidades, entonces la situación se
tornó confusa, difícil y diferente.

Hay que recordar que desaparecida la URSS se minimizaron abruptamente
las inversiones, muchas fábricas tuvieron que redimensionarse, otras se
cerraron, la agricultura tuvo un alarmante retroceso, las exportaciones
e importaciones se vieron muy reducidas, las finanzas declinaron
sensiblemente y todo ello fue conformando un nuevo y penumbroso cuadro
económico y social dentro del país.

En la práctica y transcurridas dos décadas, salvo en las inversiones con
el turismo y alguna que otra importante obra de carácter industrial, a
partir sólo de las posibilidades del Estado, el país se ha mantenido
dentro de una economía de subsistencia, con un pobre nivel de
crecimiento y el triste y lamentable resultado de un gran deterioro
económico y social, que se aprecia por doquier sin grandes esfuerzos.

Amén de la persistente indolencia ante la falta de eficiencia y
productividad de las empresas y centros de trabajo del Estado, que
paradójicamente, de proceder de la manera correcta, podrían lanzar a la
calle a varios cientos de miles de personas. A ello luego se adicionó la
política de subsidiar sin trabajar, y sólo para ampliar conocimientos, a
varios miles de antiguos trabajadores del sector azucarero que quedaron
vacantes ante la amplia racionalización que sufrió dicha actividad.

Muy justo el decir que nadie quedará abandonado a su suerte y me
identifico con ello, pero no a costa de más ineficiencia,
improductividad y gastos adicionales, atentatorios como un pesado fardo
de la economía nacional.

¿Acaso se estudió con todo rigor y se valoró con objetividad la magnitud
de lo que estaba ocurriendo o se encontraba a punto de ocurrir en el país?

En algún momento, y para explicar las medidas tomadas con la industria
azucarera, también se dijo que el país había pasado a desarrollarse
sobre la base de una economía terciaria o de los servicios y el
conocimiento.

Qué bien, pues se colocaría a la sociedad cubana sobre nuevas bases y en
posiciones muy modernas y vanguardistas para su despegue y desarrollo.
Sólo que habría que intentarlo consecuentemente y con la debida
prudencia y sin lanzar por la borda lo que históricamente y con mucho
esfuerzo otras generaciones ya habían alcanzado.

¿Pero la otra pregunta que me hago es si se encontraban ya creadas todas
las condiciones para que eso ocurriera, o fue tan sólo una afirmación
apresurada, sencillamente una proyección de largo plazo o quizás un
planteamiento de puros deseos ajenos a realidades?

El panorama que sucintamente he ido refrescando nos hizo desembocar en
una complejísima situación económica y social, la que ahora aguda y
críticamente se viene manifestando y se debe resolver.

Ya son, en la práctica, 20 años. Ese es el tiempo transcurrido desde el
inicio de lo que, con eufemismo, se ha llamado "período especial". Eso
es lo único que han conocido al menos dos generaciones de cubanos.

Y lo conocido ha sido bastante complicado para la gente: dos monedas
circulando, una con un valor 24 veces más que la otra y varios tipos de
mercados con precios y monedas diferenciadas; mercados regulados y
libres, unos con precios bajos y subsidiados estatalmente y otros con
precios exageradamente altos y no accesibles para la mayoría de la
población.

Acumulación creciente de necesidades insatisfechas, (alimentación,
viviendas, prendas de vestir, transportes, etcétera), deterioro de
muchas actividades y sectores existentes y arriba de todo ello, un
impresionante nivel de regulaciones y restricciones burocráticas, muchas
de las cuales han lastimado sensible e innecesariamente a la ciudadanía.

En este complejo contexto ―donde también existen otros beneficios que la
población ha recibido: fundamentalmente los de los primeros años del
proceso revolucionario y luego los de la creciente asistencia social, la
educación y la salud pública― es que se desenvuelve en estos azarosos
tiempos, inmersa en inseguridades y contradicciones, la población cubana.

Una población que además ha recibido instrucción, que ha ampliado su
cultura en general, que se protege sanitariamente, que mal que bien se
le ha garantizado una parte de sus necesidades esenciales y básicas de
consumo, y donde el Estado históricamente ha seguido una política de
elevado control paternalista.

Sin embargo, ante la necesidad ahora de alcanzar una economía eficiente
y productiva, no caben las plantillas infladas, los subsidios
exagerados, los sobredimensionados programas sociales, el papel de la
administración estatal en donde no debe estar, los excesos de
centralización y menos el pretender que la planificación lo abarque
todo, así como otros muchos obsoletos y erróneos aspectos implementados.

En tales circunstancias, se desprende entonces, entre otras cuestiones,
la conveniencia del trabajo por cuenta propia, como un amortiguador del
desempleo previsible y de ciertas soluciones sociales. Aunque visto
estratégicamente, una vez en marcha éste puede llegar a rebasar la idea
o los conceptos de los llamados "timbiriches o el cuchitril" cubano, y
probablemente ―si no se le asfixia antes de darle luz verde― pueda
ocupar importantes papeles en el rediseño del nuevo modelo económico y
social que el país requiere con urgencia.

Se podría especular si parte del mismo avanzará hacia escalones
económicos de un mayor nivel de desarrollo, de micro o mini empresas,
formales o informales. Aunque eso hoy es difícil de pronosticar, me
arriesgo a decir que la posibilidad existe.

No obstante es preferible dejarlo al tiempo, puesto que sin lugar a
dudas será parte de ulteriores coyunturas y análisis, de posibles nuevas
políticas que se adopten en correspondencia con las exigencias del
desarrollo del país y de criterios que sostengan las futuras autoridades
que gobiernen en el mismo.

Para finalizar, considero que en este tema de la economía informal y/o
el trabajo por cuenta propia, la situación de Cuba cuando se relaciona o
compara con la de otros países de América Latina y el Caribe, sin
necesidad de adoptar posiciones edulcoradas, tendenciosas y menos aún
subjetivas, se encuentra sencillamente marcada por las diferencias de
los sistemas o modelos existentes. Y además, porque en la Isla se han
desarrollado y mantenido ―con recursos cuantiosos o sin ellos,
desarrollándose con mayor o menor calidad pero aún vigentes― amplios
programas de beneficio y asistencia social para toda la población, amén
de una generalizada intencionalidad igualitaria y proteccionista
socialmente.

Por todo ello me inclino a pensar que la llamada economía informal o el
trabajo por cuenta propia, en el caso cubano, no debe identificarse, ni
tampoco caracterizarse por las condiciones de su masificación y extrema
pobreza, marginalidad y discriminación de género, niños y adolescentes,
como señalan en sus análisis muchos especialistas que han abundado en el
tema.

Tampoco este tipo de actividad será la locomotora del desarrollo
económico ni de importantes cifras estadísticas del Producto Interno
Bruto (PIB).

Sin embargo, el trabajo por cuenta propia, de desarrollarse con las
facilidades necesarias, y visto desde la problemática económica actual
de Cuba (táctica o estratégicamente), es un elemento esencial para el
inicio de la rectificación de los excesos estatistas que se cometieron
en décadas anteriores y otros urgentes rediseños de la economía.

De hecho puede contribuir ―junto al vasto movimiento de los
cooperativistas― a hacer que la economía cubana sea más mixta o más
plural, donde en importantes sectores de ésta ya el sector privado y el
cooperativista son los predominantes y no el estatal.

También a una mayor descentralización económica, y a que se amplíen
dentro de la sociedad cubana las relaciones monetarias/mercantiles y se
fortalezcan los incentivos materiales del trabajo.

Quizás peque de exceso de optimismo y lo asumo responsablemente, pero
pienso que sólo con dichos efectos se estaría alcanzando algo bien
importante con vistas al desarrollo perspectivo de la nación cubana.

La economía de Cuba, de manera impostergable, requiere ser eficiente y
productiva. De ahí la necesidad de una profunda reevaluación de muchos
de estos temas, con quién quiera que se encuentre en el poder.

Las autoridades actuales de la Isla han dicho que cambiarán lo que
requiera ser cambiado, esperamos que ello sea cierto y observaremos cómo
se implementan estas nuevas decisiones.

Estaremos al tanto como tantos cubanos más del rumbo definitivo que
tomen los acontecimientos.

De lo acertado o no de las medidas de transformación o cambios que se
establezcan y sus formas de implementación dependerá el futuro del país.

Lo más importante es comenzar.

Desde mi perspectiva, considero sin exageración que estas cuestiones son
definitorias para la propia vida del proceso político/económico de todos
los cubanos, los que de una manera u otra hemos tenido que vivir en el
último medio siglo.

Eugenio R. Balari es licenciado en Historia y doctor en Economía. Fue
director de las revistas Mella, Demanda y Opina. Presidente del
Instituto Cubano de Investigación y Orientación de la Demanda Interna
(ICIODI). Sus artículos aparecen con frecuencia en diversas
publicaciones mexicanas, como los periódicos el Sol de México y POR
ESTO, así como en las revistas teóricas Examen y Confluencias.

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/economia-informal-y-trabajo-por-cuenta-propia-243751

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