Raúl Castro y el dilema de Gorbachov
By CARLOS ALBERTO MONTANER
En la segunda mitad de la década de los ochenta, Raúl Castro ya sabía
que el sistema comunista era tremendamente improductivo. La isla, pese
al enorme subsidio soviético, se hundía progresivamente en la miseria.
Entonces le dio por pensar que la clave del desastre económico cubano se
debía a la pobre gerencia de la burocracia gubernamental, se volvió un
defensor de la tecnocracia y creyó que arreglaría el sistema comunista
con las herramientas del capitalismo. En consecuencia, mandó varias
docenas de oficiales del Ejército a formarse en buenas instituciones
educativas del mundo capitalista dedicadas a difundir estudios
empresariales.
Cuando Gorbachov, por aquellos años, asumió la jefatura del Kremlin,
Raúl se enamoró de los cambios iniciados por el soviético y completó su
receta: una buena gerencia, unida a una profunda reforma del Estado, con
especial énfasis en la descentralización, servirían para salvar el
comunismo. Hizo traducir el libro Perestroika y lo repartió entre muchos
de sus oficiales. El iba a rescatar el sistema y a resolver un enigma
que lo dejaba perplejo: por qué unas sociedades con tanto capital humano
--abundaban las personas bien educadas y saludables-- eran tan
improductivas.
Raúl Castro, al fin y al cabo, tenía razones para sentirse optimista y
confiado: bajo su dirección las Fuerzas Armadas cubanas se habían
convertido en el noveno ejército del planeta y habían triunfado en
Angola y Etiopía. Desde su perspectiva de ministro de Defensa (entonces
ya llevaba un cuarto de siglo en el cargo), de la mano de Moscú aquella
pobre islita, que generaba tan poca riqueza, se había transformado en
una potencia militar de rango mundial. Quien había llevado a cabo esa
proeza muy bien podía realizar la otra: desarrollar a Cuba en el terreno
económico. Raúl no entendía que destruir un puente a cañonazos era
infinitamente más fácil que construirlo.
Gorbachov padecía el mismo error de Raúl: era un apparatchik
inteligente, experto en cuestiones agrícolas, y conocía las deficiencias
del Estado comunista. Sabía lo que funcionaba mal y creía que podría
corregirlo con una mezcla de reformas y gerencia sofisticada. Le
molestaba escuchar que su enorme país, con más del doble del tamaño de
Estados Unidos e ingentes riquezas naturales, era despectivamente
calificado como ``Bangladesh con cohetes atómicos''.
Poco antes del derribo del Muro de Berlín en 1989 y de la disolución de
la URSS en 1991, ya Gorbachov, no sin cierta melancolía, había
descubierto su error fundamental: el sistema no era reformable.
Sencillamente, el colectivismo estatista, dirigido y planificado por los
burócratas del Partido, conducía al empobrecimiento creciente y no lo
podían salvar los tecnócratas, aunque estuvieran muy bien intencionados.
Si lo que se buscaba era desarrollo, competitividad y prosperidad para
las masas, había que olvidar la utopía comunista e imitar a las naciones
situadas a la cabeza del planeta.
Raúl Castro está hoy exactamente en el mismo punto en el que se
encontraba Gorbachov a fines de los ochenta. La producción de azúcar ha
caído a niveles de hace más de cien años y el país, en plena degradación
material, ni siquiera puede alimentarse. ¿Por qué? Por seis razones que
no puede resolver con el modo comunista de producción:
1. Sin una moneda fuerte que mantenga su valor y poder adquisitivo las
transacciones económicas son como arar en el mar.
2. Sin propiedad privada, los individuos no conservan la riqueza
material creada ni se esfuerzan en crear más. El ``bien público'' es una
risueña fantasía. Sin empresa privada no hay desarrollo.
3. Sin un sistema de precios regidos por la oferta y la demanda es
imposible asignar eficazmente los recursos disponibles. Los precios
fijados por el mercado son el lenguaje con que espontáneamente se
expresa la economía. Esto no es un caprichoso dogma ideológico sino una
observación mil veces confirmada en el mundo real.
4. Sin libertad económica y sin reglas claras que faciliten la creación
de empresas, obstaculicen la corrupción y premien el ahorro y la
inversión local y extranjera, jamás se dará la generación de riquezas de
forma sistemática.
5. Sin un ordenamiento jurídico y un poder judicial eficaz, equitativo e
independiente que resuelva los inevitables conflictos, castigue a los
culpables, proteja los derechos de las personas y dé seguridades, no es
posible el sostenimiento de una sociedad próspera.
6. Sin transparencia y rendición de cuenta de los actos de gobierno, y
sin funcionarios colocados bajo la autoridad de la ley, guiados por la
meritocracia y legitimados en elecciones periódicas, tampoco se consigue
alcanzar unas cotas decentes de desarrollo.
¿Está listo Raúl Castro para admitir estas amargas verdades o prefiere
seguir poniendo parches inútiles que no evitan el hundimiento de la
nave? En su momento, Raúl dijo que no lo habían ``elegido'' para
enterrar a la Revolución, sino para mejorarla. A estas alturas ya sabe
que eso es imposible. Es el mismo dilema que Gorbachov debió enfrentar:
o renuncia al disparatado modelo comunista o se empeña en mantenerlo y
destroza a Cuba aún más. Hasta ahora todo indica que Raúl prefiere morir
en el error aunque les deje a los cubanos un país en ruinas. Eso se
llama ensañamiento.
http://www.elnuevoherald.com/2010/05/23/v-fullstory/725881/carlos-alberto-montaner-raul-castro.html
No comments:
Post a Comment