SOCIEDAD
¿Y mi casa para cuándo?
Roberto Santana Rodríguez
LA HABANA, Cuba - Enero (www.cubanet.org) - Desde hace 18 años Maritza Suárez se hace la misma pregunta sin encontrar una respuesta satisfactoria. Esta cubana de 44 años, tez morena y acento oriental, ingresó en el año 1987 en el llamado movimiento de microbrigadas sociales, compuesto por personas necesitadas de viviendas que se unen para, con sus propios esfuerzos principalmente, construir la ansiada vivienda: un apartamento en un edificio multifamiliar.
Maritza vive en un pequeño cuarto en el municipio capitalino Cerro, construido de bloques y techo de fibrocemento, que se moja cuando llueve. Allí vive prácticamente ilegal pues no tiene tarjeta de racionamiento ni paga luz eléctrica. Vive allí "provisionalmente" desde hace 18 años con una de sus tres hijas.
A través de los años han sido muchas las promesas, explicaciones, argumentos y justificaciones que ha escuchado Maritza junto a sus 20 compañeros de obra, todos en condiciones de vida similares a la suya. Según su testimonio, a pie de obra hay 16, dos han enfermado, una de ellas está haciendo guardia y dos ancianas que sobrepasan los 60 años, que también hacen guardia, ahora tienen la esperanza de alcanzar la casa no para ellas sino para sus hijos y nietos.
Según Maritza, los edificios se construyen o se han construido a través del tiempo por convenios con empresas, que a cambio de recibir al final 4 ó 5 apartamentos, contribuyen con dinero y recursos para la construcción. Con el inicio del período especial, a principios de la década de los años 90 del pasado siglo, se vinieron abajo los convenios, entre ellos el del edificio de Maritza, para fatalidad de la protagonista de esta historia.
La microbrigada donde trabaja actualmente se encuentra en el municipio Marianao desde hace dos años, como parte de un proyecto que está a cargo de Carlos Lage, secretario del Consejo de Ministros. Llegaron allí casi por inercia, sin muchas esperanzas, aunque les aseguraron que esta vez sí sería terminada la obra y podrían disfrutar al fin de sus viviendas.
"Cuando la vea entonces lo creo. Ya son muchas las mentiras que nos han dicho", dice Maritza.
En el nuevo terreno tuvieron que derribar unas paredes, levantadas por otros microbrigadistas que no se sabe por qué abandonaron la plaza. Abrieron los huecos para los cimientos con picos y palas, fundieron los dados y sólo lograron levantar las paredes del primer piso porque hace meses se terminaron los materiales. En estos momentos sólo tienen en la obra un poco de cemento.
De acuerdo con Maritza, un día de trabajo común, cuando no hay materiales, consiste en levantarse a las 5 de la mañana y salir a tratar de subir a un transporte: camello, metrobús, una guagua de a peso el pasaje, o lo que aparezca para llegar a la obra.
Llegan y se sientan, meriendan a las 9 un pan y un vaso de refresco aguado. Almuerzan a las 12 alimentos mal elaborados. El arroz es sucio y mal cocinado, los frijoles aguados, los huevos hervidos o revueltos y el pescado hervido también. "Sin embargo, en las obras de la 'batalla de ideas' todo es frito y mejor elaborado y en más cantidad. La merienda es pan con perro caliente y refresco instantáneo", precisa Maritza.
En los 18 años que Maritza lleva en la micro han sido terminados tres edificios. La repartición de los apartamentos es por "méritos revolucionarios" que se acumulan de manera anual: cumplimiento de la guardia obrera, hacer donaciones voluntarias de sangre, participar en la "batalla de ideas", asistir a las marchas del pueblo combatiente, tribunas abiertas, concentraciones en la plaza (este mérito dice Maritza que es fundamental), pagar la cuota del sindicato y realizar el aporte del día de haber para las milicias de tropas territoriales, entre otros.
Maritza tiene todos esos méritos, dice que no porque lo sienta, sino porque quiere su apartamento y que sea de tres cuartos.
El estado de opinión de los integrantes de la micro de Maritza es muy crítico. "Todo el mundo está en lo mismo, diciendo que hasta cuándo. Han hecho cartas a varios niveles, nos responden que ahora sí, los jefes vienen y nos dan la muela, el discurso. Nada, todos ellos tienen casa. Pero a la hora cero nadie dice nada, nadie se decide, por miedo. Dicen que después de tantos años luchando su casa, si se ponen a hablar lo pueden perder todo por eso estamos como estamos".
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