CORRUPCION
Las ferias de la angustia
Rafael Ferro Salas, Abdala Press
PINAR DEL RIO, Cuba - Enero (www.cubanet.org) - Para fin de año, las autoridades cubanas emprendieron un calculado plan de venta de productos alimenticios a la población. Se realizaron las ventas en las llamadas Ferias Agropecuarias, para lo cual se habilitaron plazas y locales.
Entonces llegó el desequilibrio. Algunos pudieron comprar, los más pudientes. Otros tuvieron que conformarse con mirar.
Se abarrotaron los sitios. Al otro lado, los expendedores clandestinos aprovecharon la ocasión y cayeron los sobreprecios encima de los menesterosos. Esto dio como resultado que pocos pudieron tener una cena decorosa al cierre del año en Cuba.
Como siempre, inspectores estatales y funcionarios salieron por la puerta ancha.
Cada funcionario cubano tiene su canasta garantizada a bajos precios o gratis. Resulta obvio; se conocen entre ellos (los funcionarios) y los unos resuelven a los otros. Todo queda en familia.
En cuanto a los inspectores estatales, esos señores del fisco -los más corruptos actualmente entre la sociedad cubana- tienen "patente de corso" para hacer y deshacer a sus anchas. Ningún inspector estatal cubano paga lo que consume en mercados del gobierno, pequeños establecimientos particulares (tarimas), y mucho menos cuando llega a los vendedores clandestinos. Todo el mundo se cuida de las multas y las prohibiciones que pueden aplicar estos señores del privilegio.
Los ciudadanos conocen a los inspectores porque llevan una jaba o un bolso con ellos y ninguno paga cuando coge.
Vale citar ejemplos de precios ofertados en las inaccesibles ferias agropecuarias y compararlos con los que se exhiben en las llamadas tarimas particulares y mercados estatales.
En la feria de una vez al año, la carne de cerdo llega a catorce pesos la libra; sin embargo, en tarimas particulares y mercados del estado, la carne no baja de 20 pesos. Una libra de tomates se ofertó en la feria al precio de ochenta centavos y hasta un peso; en mercados estatales y tarimas no baja de cinco y seis pesos la libra. Dos o tres tomates pueden llegar a pesar una libra; sacando bien la cuenta, usted está dando por dos o tres tomates cinco o seis pesos.
Es bueno aclarar que los señores inspectores permiten a los expendedores privados alterar los precios de los productos a la hora de ofertárselos a la población, de esa manera muestran su agradecimiento por los regalos recibidos. Es un negocio bien calculado. En cada tarima aparecen las pizarras con listados precios que en realidad no son los aplicados a los compradores del pueblo, lo mismo sucede en los mercados paralelos (con productos liberados) estatales. Esto da como resultado que, en el centro de la tela de araña confeccionada por inspectores y mercaderes estatales y privados queda atrapado el ciudadano común de ingresos salariales bajos.
Entonces, por obra y gracia del descontrol y la escasez, las ferias de fin de año se convierten siempre para los cubanos en la oferta de la angustia. La única salida -para los que tienen menos o nada- es marchar a la casa, esperar el nuevo año como pobres y al otro lado de la pared oír la algarabía contenta del vecino inspector o el funcionario, dueños absolutos de la música y todo tipo de alimentos para los invitados de la elite que ese día se aventuren a visitarlos para pasarla en grande. Agape sobre las espaldas y el sudor de una mayoría que cada día tiene menos.
Así va Cuba, los nuevos ricos -según el discurso político- se pavonean gozando privilegios que ya sus creadores no pueden quitarles. ¿El pueblo? Nada, el pueblo sigue abajo, bien abajo, al sur de todos los sueños posibles y deseados por una vida humana.
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