SOCIEDAD
Arazai quiere comer bistec
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba - Enero (www.cubanet.org) - Arazai tiene cuatro años y sus ojos son del color del mar. Es vivaracha habladora, y siempre que me saluda me pregunta por mis perros y mis gatos, sin dejar de nombrarlos a cada uno. Algo que hace desde que tenía tres años.
El Día de Reyes me explicó con lujo de detalles por qué no recibió ningún juguete. Su padre no había cobrado y los Reyes pasaron de largo por el frente del edificio y no se acordaron de ella. A su misma edad yo creía firmemente en que los Reyes Magos eran como hormiguitas que se deslizaban silenciosamente por debajo de la puerta. Y es por eso que en un rincón del cuarto dejaban su carga de juguetes, los que yo había pedido días o meses antes.
Sentí pena por Arazai y llamé a una amiga que había recibido algunos juguetes para los hijos de los presos políticos. De inmediato me envió un pequeño juego de ajedrez y otro juguete que sirve para hacer globos de agua.
Llamé a la abuela de Arazai para que fuera ella quien se los entregara, y según me contaron, se pasó todo el día muy divertida, viendo cómo las pompas de jabón salían volando por la ventana y se perdían a los lejos, o se rompían por el camino.
Ayer Arazai tocó a mi puerta. Le pregunté por sus juguetes. Muy contenta, con sus pícaros ojos azules muy abiertos, me hizo la historia.
Los Reyes Magos pasaron de largo, es cierto, porque su padre aún no había cobrado su salario. Pero al llegar a la esquina lo pensaron bien y le dejaron en el reparto Lawton unos regalitos que llegaron días después.
Arazai está agradecida. Cuando se marchaba, en compañía de su abuela, me dijo que se iba para la casa de su tía, a comer bistec. Yo miré a la abuela, extrañada, y me aclaró que desde hace días Arazai no deja de decir que quiere comer bistec, porque en la casa de su tía, hace poco, le sirvieron un bistec de res empanizado, que sus padres no pueden adquirir, porque la carne de res sólo puede comprarse en la bolsa negra, a 40 pesos la libra, algo que no guarda relación con los salarios promedios.
Le prometí a Arazai que la invitaría a comer bistec en mi casa y sonrió, como dudando. Entonces me vino a la mente aquel amigo que en la tienda recaudadora de divisas Plaza Carlos III, en la capital, compró una bandeja de bistecs al precio de 6.95 dólares, y cuando llegó a la casa descubrió que se trataba de trozos de pellejo de carne de segunda, y hasta de tercera.
Hasta pensó el pobre estafado que escribiendo al periódico Juventud Rebelde en septiembre pasado resolvería el problema. Es por eso que guardó la carne en el congelador. Hasta el día de hoy, supongo.
Pero esta historia no tiene que ver nada con la de mi pequeña vecina Arazai. Sólo me hizo pensar en ella cuando me dijo que iría a la casa de su tía a comer bistec. Cada historia por separado forma parte de la vida cotidiana del cubano. Yo, que de carnívora no tengo un pelo, ya tengo deseos de comer un bictec de res empanizado. ¿Qué les parece?
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