El malecón de La Habana: un mundo, mil historias
Por WILL WEISSERT
The Associated Press
LA HABANA --
Lo llaman "El gran sofá" porque cientos de cubanos se sientan en él día
y noche todo el año. El famoso muro del malecón, un paseo de concreto
que separa un bulevar de seis pistas y un Atlántico de aguas a menudo
revoltosas, siempre está atestado... aunque nunca con las mismas caras.
"Es como Nueva York", comentó Fernando Roldán, un masajista de 37 años
que sorbía un ron mientras descansaba en el murallón pasada la
medianoche. "No duerme".
En una madrugada típica se puede ver a los pescadores bregando en las
aguas azul oscuro. Los niños se dirigen a la escuela caminando sobre el
muro. Una mujer mira el océano y entona una plegaria antes de
apresurarse a ir al trabajo. Una cuadrilla de barrenderos limpia la
calle eludiendo a veces a ocasionales borrachos verborrágicos que se
resignan a que se haya terminado la noche.
Ingenieros militares estadounidenses empezaron a construir el malecón en
1901 cuando sus fuerzas militares seguían ocupando Cuba tras la guerra
con España. Hoy se extiende 6,4 kilómetros (4 millas) entre La Habana
Vieja al oeste, pasando las oficinas de la misión estadounidense y las
banderas negras que Cuba emplaza frente a sus ventanas, hasta llegar al
río Almendares.
Un viernes por la mañana Luis Alvarez, un estudiante de arte culinario
de 25 años, con una gorra de béisbol descolorida por el sol, se sentaba
mirando cómo las olas batían las rocas cubiertas de algas.
Ocasionalmente se paraba y arrojaba trocitos de pan en el oleaje.
La mayoría de los pescadores usa cañas improvisadas, pero Alvarez no
tenía más que un carretel de hilo de pescar y un anzuelo. Dijo que
hombres con buzos impermeables y máscaras de buceo obtienen permisos
para bucear en busca del pez aguja, a veces asustando a peces más
pequeños hacia las rocas de la costa donde pueden ser pescados usando
las migas de pan.
"Tarda horas", dijo.
Alvarez agregó que esperaba pescar al menos dos piezas porque era el
cumpleaños de su padre. Explicó que podía cocinar uno y vender el
segundo para comprar una botella de ron o ir a cenar.
"Hace mucho que no cocino pescado", dijo, "pues siempre vendo lo que cojo".
Unas horas después, un aprendiz de carpintero llamado José Antonio
miraba el mismo oleaje y soñaba con una balsa improvisada para llegar
hasta la Florida, a 145 kilómetros (90 millas) al norte.
"Vienen los turistas para ver la playa, la Habana Vieja perfecta", dijo
el hombre de 30 años. "No ven la mentira. Sufre la gente de Cuba".
José Antonio dijo que no le han dado un empleo para el gobierno porque
es negro, aunque la ley cubana prohíbe la discriminación racial. Dijo
que estaba dispuesto a dejar en la isla a su esposa y dos hijitos para
intentar llegar a suelo estadounidense.
"Quiero ser libre", explicó.
Más al oeste, el vendedor de frutas Alfredo Crespo colocó el cochecito
de su hijita Claudia de 6 meses sobre el murallón. La pequeña miraba el
océano con sus grandes ojitos marrones maravillados.
"Es mejor que un parque, cualquier parque", comentó.
El muro del malecón es ideal para sentarse, con 75 centímetros de alto
(2,5 pies) y 61 centímetros (2 pies) de ancho. Algunos adolescentes
musculosos lo usan para hacer ejercicios mientras pasan parejas trotando.
Músicos con trombones, trompetas y violines tocan todo el día para
tratar de conseguir propinas de los turistas. Son más comunes los que
tocan la guitarra y cantan o recitan poesías a cambio de algunas
monedas, como Ulises Alfonso, de 37 años, instructor de yudo.
"En el malecón relajas tu mente. Mirar los carros por allí y las mujeres
por aquí es como estar mirando un partido de ping pong", afirmó mientras
observaba los "Coco taxis", o motocicletas encerradas en una estructura
ovoide de techo amarillo, en medio de los Studebaker y otros modelos
estadounidenses clásicos de antaño.
Los hombres se pasan horas diciendo piropos a las mujeres.
"No sólo les puedes decir '¡qué guapa eres!'", aseguró. "Las cubanas ni
te hacen caso. Hay que hacer un esfuerzo. Si no, ni siquiera te miran".
Alfonso elogió a algunas mujeres equiparándolas a sirenas terrestres,
pero las homenajeadas ni le prestaban atención.
"¿Ves? No es fácil", dijo.
No lejos de allí, un joven con mochila a la espalda se le acercó a un
estadounidense. "¿De dónde eres?", le preguntó en inglés. Sin aminorar
la marcha le ofreció cigarrillos robados, marihuana y mujeres.
Otrora muy comunes, los acosos de los "jineteros" en el malecón han
declinado sustancialmente a medida que el aumento del turismo y los
subsidios de Venezuela y China han ayudado a Cuba a recuperarse de años
al borde de la ruina económica después del colapso de la Unión Soviética
en 1991 y la subsiguiente pérdida de miles de millones de dólares en
comercio preferencial y ayuda.
Al anochecer, se pueden ver familias enteras nadando entre las rocas
debajo del murallón. Los jóvenes se lanzan desde allí hasta las aguas.
Durante los apagones del verano, miles de personas se congregan en el
malecón después que oscurece y se quedan allí toda la noche. Beben
cerveza y ron mientras disfrutan de la brisa del océano que los
ventiladores y acondicionadores de aire no les pueden proporcionar por
falta de suministro eléctrico.
Son comunes a toda hora en el malecón las parejas.
"Hay otros malecones, pero yo pienso que no hay otro en el mundo así",
opinó Alejandro Tejada, un estudiante de 21 años que envolvía en abrazos
a su novia de cinco meses, Cosete.
Después de las 11 de la noche, un sector frente al lujoso Hotel Nacional
congrega a varones homosexuales, tanto cubanos como turistas extranjeros.
El malecón es considerado un lugar público. Pero muchos de los que
vienen para alternar con los homosexuales dicen que la policía los
hostiga y aun les impone multas.
"La policía es muy anti-gay. Nos odian", afirmó Lorenzo Rodríguez,
enfundado en un traje de mujer con encaje blanco y una larga peluca.
José Manuel, de 46 años, un trabajador de la salud y ex soldado que
peleó en Angola cuando Cuba se sumó a la guerra por la independencia de
ese país en los años 80, dijo que es secretamente miembro homosexual de
un club de veteranos comunistas. No quiso que se publicase su apellido
porque dijo que su secreto podía costarle su afiliación en el partido, y
quizás su empleo.
"No soy político", dijo. "No soy político pero hay que mantener mi estatus".
José Manuel agregó que no le gusta pasar las noches en el malecón, pero
lo visita varias veces por mes porque no tiene ningún otro sitio para
concertar citas con otros hombres.
"Discos gay no hay", explicó. "Sí, sí, nosotros los cubanos no tenemos
cómo pagarlos. Estarían sólo para los turistas".
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