SOCIEDAD
Los tabacos impuros
Antonio Torres Justo, Buró de Información Solidaridad (BIS)
LA HABANA, Cuba - Febrero (www.cubanet.org) - Cuba, aseguran los
entendidos, cultiva el mejor tabaco del mundo. Como entendidos que son
en materia tabacalera conocerán también que los fumadores del patio,
donde verdean esas grandes vegas, no los podemos fumar de calidad.
Razones para no poder hacerlo sobran. Están las de pe$o y otras muchas
de una bien redactada y dilatada lista que los entendidos en lo que es
bueno o no para los cubanos pueden aducir.
En la actualidad, con la existencia del peso convertible, puedes
adquirir reconocidas marcas de puros cubanos. Pero ya aquí intervienen
las razones de pe$o, prohibitivas, porque el estado socialista no
remunera a los trabajadores con la moneda convertible. Lo hace con el
tradicional peso cubano, tan criollo como el otro, pero que sufre de
bochornoso apartheid económico.
Cuando a nuestra isla y vegas la consideraban, según afirman algunas
lenguas, el patio o traspatio de nuestros vecinos del norte, cualquier
hijo de vecino fumaba el tabaco que le placía fumar. Marcas de calidad y
precios que avalaban se encontraban al alcance del fumador más exquisito
o mediocre.
Entonces llegó el comandante y mandó a parar -se lee destruir- y a
Partagás, H. Upmann, Trinidad y Hermanos, etc; los trasmutaron en Castro
y Hermano con un control monopólico tal que la misma Corona Española de
la Cuba colonial confesaría su envidia.
En su libro "Puro Humo" el desaparecido escritor cubano Guillermo
Cabrera Infante, que se pasea del brazo con los grandes de las letras,
narra la anécdota que le ocurrió con el Primer Ministro Castro en una
visita relámpago a un centro de cría de ganado en el oriente del país,
quien con idéntica velocidad le convirtió en humo, cenizas y tres
tristes colillas los tabacos marca Por Larrañaga que atesoraba en el
bolsillo, mientras disfrutaban de una película del oeste. Cuentan que en
el momento de retirarse el Primer Ministro a descansar éste se fija (o
no olvida), que todavía porta un último Por Larrañaga en el bolsillo y
nada impide se marche con el horizontal en la boca de su barbudo rostro.
Cabrera Infante no alude a sus sentimientos al contemplar alejarse aquel
último Por Larrañaga. Por su libro lo sabemos cultor de la fuma, así que
no es descabellado suponer que padeciera aquella noche memorable, el
ahumado equivalente a la Noche Triste de Hernán Cortés.
Las sorpresas que nos brinda la vida se aceptan con generosidad. Ya lo
dice el refrán: no hay mal que por bien no venga. Preguntémonos cuál
hubiera sido la reacción del Primer Ministro si en vez de paladear
aquellos Por Larrañaga, Cabrera Infante le entregara cualquiera de las
marcas, de cuyos nombres no quiero acordarme, que le ofertan hoy al
fumador de tabacos en la red de comercio minorista. Anecdotista y
anécdota habrían finalizado en un ataúd.
Esos artefactos que nos venden tienen que ser fabricados por infernales
máquinas cancaneantes y obsoletas, que la ingeniosidad criolla mantiene
en funciones. Un tabaquero honorable y devoto de la labor de sus manos
no produce éste que nos venden, a los que es infamante llamarles tabaco.
Muchos se declaran reacios a arder, son casi incombustibles. Su negativa
a perecer como el desventurado Cacique Hatuey es siempre superior a
nuestro esfuerzo por lograrlo. Carecen del tiro adecuado y la tripa, con
incontables trozos de consistencia moderable, cuando arde lo hace por
media circunferencia mientras la otra permanece indiferente. La capa
exterior, por reseca, se cuartea y desintegra entre los dedos. Y aroma,
no sueñes siquiera en hallarlo.
Empaquetados en mazos de 25 artefactos, se encuentran en incestuosa
promiscuidad, desde el oscuro casi negro, hasta el doble claro de un
verde leve. Y todos ellos opuestos a la calidad, sin bordear siquiera
una mala falsificación como genuina personificación del antitabaco.
Para el fumador, fumar es un acto placentero. Tanto como nos puede
motivar o causar placer una puesta o salida del sol, si a ello agregamos
un buen tabaco, junto con las espiras de humo va nuestro agradecimiento
a Yavhé, El gran Arquitecto u Olofi por permitirnos ese instante.
Aunque está demostrado que fumar es nocivo para la salud, es seguro que
a nadie se le ocurriría convertir en cenizas la industria y no al
producto de ella.
Por otra parte, nuestra condición humana de simples mortales con innata
capacidad para persistir en el error y tropezar dos e infinidad de veces
con la misma piedra, secunda que la nociva práctica no se pierda. Qué
mejor ejemplo que persistir en el error que estos casi cincuenta años de
experimentación socialista en Cuba.
Se afirma que la esperanza no se debe perder nunca, puede suceder que
por un discurrir lógico del pensamiento el tabaco de consumo interno
deje de ser un artefacto.
Así como se percató el Sr. Castro de que el café que consumía la
población por su cuota mensual, más que adulterado estaba contaminado
con un cincuenta por ciento de chícharo -ideas y argumentos
justificativos que de seguro provienen de su talento de experimentador-
puede que ocurra otro tanto con los artefactos que venden como fuma a la
población.
Transitamos por otro momento histórico del experimento con arroceras
eléctricas, ollas de presión, café puro, chocolatín, ¿por qué perder la
fe, pues, en el tabaco? Para alegría de sus consumidores, respete y haga
honor a su nombre, y concluya esta exclusión al buen tabaco a la que
estamos sometidos.
http://www.cubanet.org/CNews/y06/feb06/28a7.htm
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