Yoani Sánchez se pregunta si los cubanos están listos para el cambio
En "Quimeras, Transiciones y escenarios", publicado en el más reciente
número de la Revista Voces, la conocida bloguera se pregunta si los
cubanos están preparados para ese cambio gris, sin héroes ni muros
cayendo, que ocurrirá irremediablemente.
Yoani Sánchez
diciembre 07, 2013
"Quimeras, transiciones y escenarios"
«Toda frustración es hija de un exceso de expectativas» me repite un
amigo cuando se rompen los pronósticos de tintes hermosos que me invento
a cada rato. Las últimas décadas de mi vida —y la de tantos cubanos— han
sido precisamente una suerte de vaticinios incumplidos, escenarios que
nunca se concretan e ilusiones para archivar. Una secuencia de cábalas,
ritos de adivinación y miradas a la luna, que chocan de frente con la
obstinada realidad. Somos un pueblo de Nostradamus frustrados, de
agoreros que no se ganarían la vida como tales, de profetas que hilvanan
una predicción con otra, sin acertar en ninguna.Los años noventa
resultaron, en nuestra historia nacional, los de mayor concentración de
oráculos rotos. Recuerdo haber imaginado a la gente en la calle, los
gritos de libertad, la presión de la necesidad y la miseria social
explotando en una revuelta pacífica que lo cambiara todo. Era mi
adolescencia y también éramos una sociedad imberbe… aún lo somos. Por
eso el espejismo del antes y el después, de un hecho que otra vez
partiría en dos el calendario de la nación, de acostarnos una noche
pensando en el cambio político y antes de que se pusiera el próximo sol
haberlo logrado. Como todo pueblo niño, creíamos en los magos. En esos
que vendrían con la varita, la pancarta o la tribuna, a resolverlo todo.
Y entonces ocurrió. Aunque no se parecía en nada a lo que yo había
imaginado. Tuvimos el Maleconazo en agosto de 1994, pero lo que llevó a
la gente a la calle no fue intentar transformar el país en su interior,
sino saltarse la insularidad y escapar hacia otro sitio. No había
banderitas agitadas, ni gritos de ¡Viva Cuba Libre!, sino puertas
arrancadas para fabricar las balsas y un largo y prolongado adiós en
nuestra costa norte. Mi sabio amigo me lo repitió… «te lo dije, te
desilusionas porque siempre esperas demasiado».
Han pasado dos décadas, la madurez no alcanzó a la sociedad pero algunas
canas obstinadas comenzaron a aparecer en mi cabeza. Ya sé que entre el
deseo y los acontecimientos la mayor parte de las veces hay un divorcio,
una viudez insondable. Me hice pragmática, pero no cínica. Todo lo que
aprendí de la realidad —parafraseando a un buen poeta— no era todo lo
que había en la realidad. Cuando desperté pensando «este sistema ya
falleció», entonces me mordió su capacidad de ser un «muerto vivo» de
cincuenta y cuatro años. Así que ahora he dejado de creer en las
soluciones acompañadas de sonrisas y abrazos en las calles. Vienen
tiempos duros. La transición será difícil y no tendrá un día siquiera
para celebrarla. Muy probablemente no habrá júbilo y cantos. Hemos
llegado tarde a todo, incluso al cambio. Las imágenes del muro de Berlín
cayendo a pedazos, solo fueron posible una vez. A nosotros nos tocará –y
aquí me arriesgo a otro vaticinio- una transformación gris, sin
instantáneas que recordar.
UN DÍA DESPUÉS DEL CASTRISMO… SI DESPUÉS DEL CASTRISMO EXISTE UN DÍA
Un día miraremos hacia atrás y nos daremos cuenta que el castrismo cayó
o simplemente dejó de existir, llevándose consigo los mejores años de mi
madre, mis mejores años, los mejores años de mi hijo. Pero quizás sea
mejor así, no tener otro primero de enero, no contar con las fotos de
señores de perfil griego con palomas entrenadas sobre el hombro. Quizás
sea mejor un cambio pasado por el agua del desánimo, que otra revolución
carnívora que nos devore a todos.
Después, después tampoco habrá mucho tiempo para los festejos. Explotará
la burbuja de las falsas estadísticas y nos daremos de bruces con el
país que realmente tenemos. Comprobaremos que ni el índice de mortalidad
infantil es el que nos han dicho todos estos años, que no somos el
pueblo «más culto del mundo» y que las arcas de la nación están vacías…
vacías… vacías. Ya escucharemos a muchos decir a coro «con Raúl Castro
estábamos mejor». Habrá que empezar a cambiarle el nombre al Síndrome de
Estocolmo y ubicarlo en estas geografías tropicales.
Llegará la responsabilidad ese concepto para el que pocos están
preparados. El asumir nuestras vidas y poner a «Papá Estado» en su justo
lugar, sin proteccionismos pero también sin autoritarismos. La
democracia es profundamente aburrida, así que nos aburriremos. Ese miedo
permanente a que nos escuchan, ese pánico a que el vecino o el amigo
pueden ser un delator de la Seguridad del Estado, ya no estará. Habrá
que ver entonces si nos atreveremos a decir en voz alta lo que pensamos,
o si preferimos que los políticos del mañana puedan manejar cómodamente
nuestro silencio.
Las primeras elecciones libres nos encontrarán desde temprano en los
colegios electorales, conversando y sonriendo. Sin embargo, a la tercera
o cuarta cita con las urnas el abstencionismo rondará a casi la mitad de
la población. Ser ciudadano es una tarea a tiempo completo y ya saben
ustedes, no estamos acostumbrados al trabajo eficiente y constante, ni a
ser tenaces. Así que eventualmente delegaremos otra vez nuestra
responsabilidad en algún populista que «hable bonito», nos prometa el
paraíso en la tierra y asegure que en el dilema entre «seguridad y
libertad» él se encargará de hacer valer la primera. Caeremos en su
trampa, porque somos un pueblo niño, un pueblo imberbe.
Las cicatrices demoran mucho en quitarse, pero las nuevas heridas son de
rápida aparición. Esa combinación entre alto nivel profesional y bajo
nivel ético nos deparará tragos amargos. No me extrañaría que nos
convirtamos en un emporio de la fabricación y el tráfico de drogas. Esa
será también una de las tantas herencias que nos dejará el castrismo: un
pueblo rapaz, donde la palabra valores resulta incómoda… innecesaria.
El bandazo al consumo más feroz también parece inevitable. Años de
racionamiento, desabastecimiento y tristes mercancías de etiquetas
anticuadas, harán que la gente se lance sedienta al mercado. Pasará
tiempo antes de que veamos brotar movimientos ecologistas, de comida
naturista o que nos llamen a la moderación y no al derroche. Los
apetitos de tener, comprar, exhibir se dispararán y esa será también
parte de las secuelas que nos dejará un sistema que predica la
austeridad mientras su cúpula ejercita el hedonismo.
Los veremos mutar, como camaleones que una vez dijeron «dije» y después
dirán «diego». Los veremos cambiar la ideología por la economía, el
manual de marxismo por el manual de empresa, los uniformes verdeolivo
por el cuello y corbata. Hablarán de necesaria reconciliación, de
olvido, de «somos todo un pueblo». Pasarán del mitin de repudio a la
amnesia, de vigilar a seguir vigilando, porque una vez delator siempre
delator.
Toda persona que una vez fue crítica al gobierno les resultará, a estos
«conversos» del mañana, profundamente incómoda. Porque al mirarla
recordarán que ellos no hicieron nada por cambiar las cosas, que por
cobardía u oportunismo se callaron. Así que entre sus objetivos tendrán
el de sepultar a lo que una vez fue el sector disidente cubano. Lo
usarán y lo apartarán. Escucharemos las historias de gente golpeada y
encarcelada siendo contada por ancianos olvidados de la seguridad
social; como mismo hoy vemos a boxeadores olímpicos pidiendo limosnas en
las calles. Las medallas del pasado resultarán hirientes para los
cínicos del futuro… no dejarán espacio al heroísmo, porque les incomoda.
Las efemérides en los libros escolares cambiarán. Muchas estatuas serán
retiradas y en su lugar se colocarán unas de las que tendremos que
aprendernos el nombre y colocarles flores en sus aniversarios. Una
epopeya será sustituida, otra se instaurará. Con todos los que dirán que
ellos eran opositores y ayudaron a «tumbar al castrismo» ahora podríamos
fundar una fuerza cívica de millones de individuos. Vendrá la
competencia a ver quién tuvo más mérito en el cambio y más
condecoraciones que colocarse en la solapa. Querrán –como compensación-
un puesto en la administración pública, una pensión, una mención en un
manual de historia.
MALOS VATICINIOS, BUENA PREPARACIÓN
Cansada de lanzar flores al futuro y de imaginarlo luminoso, he llegado a
creer que mientras lo pintemos con tonos oscuros más energía pondremos
en cambiarlo. Es tiempo ya de pensar en el mañana, porque el castrismo
ha muerto aunque camine, respire, apriete el puño. El castrismo ha
muerto porque su ciclo vital hace tiempo expiró, su ciclo de ilusión fue
muy breve, su ciclo de participación nunca existió. El castrismo ha
muerto y hay que empezar a proyectar el día después de su funeral.
Estoy deseosa de leer propuestas y plataformas que planteen las
disyuntivas a las que nos enfrentaremos una hora después de que el
féretro de esta llamada revolución descanse bajo tierra. ¿Dónde están
los programas para ese momento? ¿Estamos preparados para ese cambio
gris, sin héroes ni muros cayendo, pero que ocurrirá irremediablemente?
¿Ya sabemos cómo vamos a enfrentar los nuevos problemas que surgirán,
las dificultades que brotarán por todos lados y que ahora están, pero
silenciadas, falseadas?
Si nos preparamos para el peor de los escenarios, será un signo de
madurez que nos ayudará a superarlo. El entramado cívico jugará un papel
trascendental en cualquier caso. Sólo fortalecer esa estructura social
evitará que caigamos en los brazos del próximo hipnotizador político o
en las redes del caos y la violencia. No busquemos presidentes —ya
aparecerán— busquemos ciudadanos.
Olvidémonos del río de gente en las calles celebrando y del Ministerio
del Interior abriendo sus archivos para saber quién fue informante o
quién no. Muy probablemente no será así. El entusiasmo de la
manifestación pública se ha agotado y los documentos más reveladores ya
no existirán, los habrán quemado, se los habrán llevado. Hemos llegado
tarde a la transición. Pero eso no significa que nos saldrá mal, que nos
arrepentiremos de emprenderla.
Podemos, al menos eso podemos, empezar desde cero en tantas cosas. Beber
de las experiencias y los desastres de otros; atinar a darnos cuenta que
tenemos la posibilidad de sembrar la semilla de la democracia en un
mundo donde tantos tratan de enderezar su tronco que nació torcido. Si
nuestro cambio sale mal, tendremos a medio planeta que nos señalará y
preguntará «¿Y esto era lo que querían para Cuba? ¿Este era el cambio
que tanto anhelaban?». Sin frases apologéticas, tenemos una
responsabilidad no solo con nuestra nación, sino con buena parte de la
humanidad que cree aún en que se puede transitar con éxito de un
autoritarismo a un sistema participativo.
LA REALIZACIÓN ES HIJA DE UN RETO DIFÍCIL
Ya sé que dirá mi escéptico amigo cuando lea este texto. Se reirá entre
dientes para afirmar «aún cuando te pones pesimista, sigues siendo una
soñadora». Pero también reconocerá que ya no soy esa adolescente que
esperaba un día despertarse con el griterío de alegría en la calle,
sumarse a la multitud y dirigirse hacia la estatua de José Martí en el
Parque Central. Ya sé que no será así. Pero puede ser mucho mejor.
Publicado originalmente en la Revista Voces
Source: "Yoani Sánchez se pregunta si los cubanos están listos para el
cambio" -
http://www.martinoticias.com/content/yoani-sanchez-se-pregunta-si-los-cubanos-estan-listos-para-el-cambio/30007.html#%C2%A0%7C%C2%A0=all&page=all
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