Adiós a la impunidad
By RICARDO MARTINEZ-CID
Han pasado tantos años que no recuerdo si fue en 1960 o 1961. Sí,
recuerdo la calle Manrique, la procesión en honor a Nuestra Señora de la
Caridad del Cobre, los disparos que, en nombre de la revolución,
asesinaron a un joven, en plena calle, y a la luz del día. El estandarte
que portaba en el suelo. Su sangre y su cuerpo cuando lo arrastraban.
También recuerdo el fuego en los ojos de mi madre cuando le gritaba
asesinos a aquellos sicarios uniformados. Y correr de su mano cuando
amagaban con seguir disparando mientras avanzaban contra aquellas
señoras con su fe en los labios y sus escapularios al pecho. No me lo
contaron, con 10 u 11 años, yo viví aquella procesión por las calles de
La Habana. Fue la última hasta las componendas del Santo Padre durante
su visita a Cuba en enero del 98.
Escribo por la memoria de aquel joven alto, cobrizo, lleno de vida, y
después muerto, y para intentar que los hechos no se repitan cuando el
pueblo cubano le arrebate sus calles a quienes, a estas alturas, no
entienden de derechos políticos, ni de diálogos, ni de transiciones
pactadas, ni de derechos humanos, ni de jóvenes muertos. Para,
utilizando una frase de Eloy Gutiérrez Menoyo, aportar un grano de arena
a ``un muro de contención para que no se desborde el odio''.
Ante el maltrato a unas mujeres indefensas, cuyo único crimen es
reclamar un trato justo para sus familiares, reconocidos presos de
conciencia, nació la idea de crear un banco de datos, lo que podría
llamarse una galería de la infamia y el abuso. Una base de datos similar
a la que se lleva de los depredadores sexuales, para que los cobardes
dispuestos a agredirlas sepan que no pasarán inadvertidos, que pagarán
un precio por atormentar a sus semejantes. Que, un día, no muy lejano,
como mínimo, sus hijos se abochornarán al ver sus fechorías, con
nombres, fotos y apellidos.
Y en el caso no impensable de que, obligados por condiciones políticas
hoy imprevisibles, como tantos compatriotas antes que ellos, desde José
María Heredia, a principios del siglo XIX, se vean obligados a carenar
por estas playas, sepan que no serán bien recibidos.
La idea nace en una de esas innumerables tertulias donde sufrimos con
ella quienes hemos envejecido soñando una Cuba con cabida para todos sus
hijos, homologada al primer mundo, en el siglo XXI, donde pertenece. Se
presenta la oportunidad de un aporte posible. La conducta pacífica y
firme de estas mujeres valientes reta a la inercia de tantos años.
Invita a la acción, dentro de nuestras posibilidades, apoyados en el
marco de las nuevas tecnologías.
Por eso el pasado 21 de abril, mis colegas, Wilfredo Allen y Santiago
Alpízar, echaron a rodar la idea en el programa A mano limpia, buscando
canalizar cualquier denuncia, siempre sustentada con pruebas, vía
informática, y la disponibilidad a unirse a nuestro empeño. Con la
salvedad de que se instauraren medidas que sirvan de filtro para
proteger el buen nombre y la reputación de los inocentes.
La idea no morirá si la adoptan hombres y mujeres de bien dispuestos a
aportar su granito de arena y algo de desvelo por reclamar un
protagonismo sano en aras de un futuro mejor para la gran Antilla y sus
gentes. No morirá si cooperan con el proyecto Cuba, represión id de
América TeVe, donde se recopilan datos en el internet.
Si la evidencia demuestra que el acoso no es el de una turba espontánea.
Si se trata de una coreografía de los órganos de Seguridad del Estado,
habrá que considerar otros pasos ante los foros pertinentes.
Para eso en Miami, sobran abogados con el conocimiento y las ganas. La
chusmería importada de Centro Habana a la Quinta Avenida a hostigar a
las Damas de Blanco no constituye un crimen contra la humanidad, es la
falta de humanidad de una plebe envilecida por cinco décadas de
atropello impune contra toda voz discrepante. Han hecho del brete y la
vergüenza un mérito ante las autoridades y es hora de retratarlos.
l exilio es parte de una historia obligada a reivindicar la geografía
que le pertenece, avalada por su vocación a la reconciliación. Y lo ha
hecho siempre a través de cinco décadas de apoyo a todo compatriota que
llega a esta orilla, sin revancha ni rencores. Ahí está el Mariel como
botón, y el trato filial y respetuoso dispensado al enemigo de ayer,
pero el sacrificio de las Damas de Blanco y quienes, como Orlando Zapata
Tamayo, van demostrando que aún nacen cubanos que prefieren la muerte a
las cadenas nos obligan a pasar a la ofensiva. Estamos obligados no
escatimar el apoyo que está a nuestro alcance. De eso se trata y es bien
poco lo que reclama el deber: buscar cómo incidir de manera edificante
en el futuro de nuestra patria. La propuesta es una de ellas. En la
medida que uno de los agresores se modere o las víctimas se sepan
respaldadas habremos triunfado.
Abogado cubanoamericano.
http://www.elnuevoherald.com/2010/04/24/703598/ricardo-martinez-cid-adios-a-la.html
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