Publicado el 01-17-2009
Vivir del cuento
Por Pablo Alfonso
Para la dictadura castrista se aproxima el tiempo en que tendrá que
dejar de vivir del cuento. No será fácil, después de cincuenta años de
esa práctica ininterrumpida. ¡Esa si será una tarea de héroes: enterrar
ese hábito y enfrentar la realidad!
La dictadura castrista ha vivido del cuento desde que se instauró en el
poder. En los primeros tiempos vivió del cuento de la revolución
nacionalista y el rescate de las instituciones republicanas
democráticas, que atropelló el golpetazo militar batistiano. Fue un
tiempo breve.
Después vivió del cuento paradigmático de la revolución latinoamericana;
del socialismo sui-géneris, tropical y pachangazo, que tuvo su escala
mayor con la revolución tricontinental.
"Hemos hecho una revolución más grande que nosotros mismos", llegó a
decir en una ocasión Fidel Castro en medio de un exaltado discurso
revolucionario. ¡Eso es mucho decir! ¿De que tamaño es ese "nosotros
mismos"? Todo un ego en confesión pública.
El cuento castrista estuvo idealizado por intelectuales soñadores y
revolucionarios de profesión. Fue un cuento cruento que se alimentó con
sangre de guerrilleros y soldados en diversas latitudes.
De ese cuento, convertido en tragedia, devino el tiempo del
marxismo-leninismo, del hombre nuevo, de los países hermanos del campo
socialista y de la glorificación soviética, hasta que el encanto se
rompió cuando se hizo añicos el Muro de Berlín y desapareció la Unión
Soviética.
Imposible resumir en tres párrafos el cuento de los vaivenes ideológicos
de la dictadura castrista. Hay otros cuentos también que merecerían
comentarios apartes: el embargo estadounidense, por ejemplo, que junto a
innegables quebraderos de cabeza, le ha proporcionado a la dictadura
jugosos dividendos políticos.
Cuando la dictadura dejó de recibir los millones de dólares con los
cuales la URSS subsidió su avanzada comunista en este hemisferio, se
esfumó el cuento de "los logros de la revolución". Salió a flote la
dependencia. El rey quedó desnudo. Entonces sobrevino "el período
especial" y el cuento "del doble bloqueo".
Cuando las carencias comenzaron a salir tímidamente del abismo, de la
mano de los petrodólares chavistas, se aviva el cuento de que una
pequeña nación, aislada y bloqueada por el imperio más poderoso del
mundo, lo reta y sobrevive. Sólo desde un escenario teatral se puede
hacer tal afirmación. Lo cierto es que Cuba agoniza, no sobrevive. Son
términos diferentes. Sobrevivir es más que agonizar.
Para infortunio de los cubanos el legado cuentístico de la dictadura se
ha insertado en el seno de la sociedad. Su savia circula a todos los
niveles, se manifiesta con mayor intensidad en la cúpula del poder -de
donde proviene-, pero alcanza desde funcionarios gubernamentales hasta
al más desconocido de los opositores; pasando por intelectuales,
académicos, deportistas, artistas, religiosos, trabajadores, amas de
casa, y un largo etcétera.
Vivir del cuento se ha hecho para muchos cubanos, dentro y fuera de la
isla, un estilo de vida, inoculado por cincuenta años de dependencia, de
paternalismo estatal, de doble moral y de hacer como el avestruz, para
no enfrentar la realidad.
Digo muchos cubanos, lo cual no incluye, por fortuna, a toda la
sociedad. Pero la tendencia es preocupante, sobre todo en tiempos como
estos; cuando ya es imposible seguir mirando al pasado, viviendo de
historias.
El equipo de viejos cuentistas que integra "la dirección revolucionaria"
y "su alternativa decadente" lo saben mejor que nadie. Para ellos no hay
futuro y hasta que puedan, tratarán de iluminar el presente con los
cuentos pasados.
El cuento paternalista de la dictadura tiene su meta: "Corresponde a la
dirección histórica de la Revolución preparar a las nuevas generaciones
para asumir la enorme responsabilidad de continuar adelante con el
proceso revolucionario", dijo Castro en su discurso del 1 de enero en
Santiago de Cuba.
Cincuenta años de cuentos son suficientes. Ya es hora de organizar el
funeral. ¡Y hay mucho que enterrar!
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