Se cumple el 50º aniversario de la revolución castrista. Lo que fue un
experimento político, económico y social de gran atractivo es hoy una
dictadura en la que una tela de araña policial garantiza el conformismo
ANTONIO ELORZA 31/12/2008
La situación política de Cuba resulta comparable a la que hubiera
sufrido España en los 70, de haber permanecido durante años Franco
imposibilitado de ejercer el poder, pero en vida, con Carrero Blanco en
el timón del Estado. Ninguna otra hipótesis hubiera sido tan favorable
para la continuidad de la dictadura, del mismo modo que tampoco cabe
imaginar ninguna combinación mejor que la vigente de factores propicios
para la perpetuación del castrismo, con Fidel en plan de oráculo y Raúl
de gestor, algo más pragmático, pero sin olvidar su encallecida vocación
de represor. Casi ayer el presidente de la Asamblea Popular, Ricardo
Alarcón, conmemoraba los derechos humanos "sin selectividad,
manipulación ni discriminación", al mismo tiempo que la policía efectúa
una redada encarcelando a un centenar de demócratas, para abortar toda
celebración reivindicativa. Lo de siempre, con más cinismo.
La UE cree erróneamente que la luz verde al castrismo favorecerá el
trato a los opositores
El país soñado por Martí cedió paso a la pesadilla sufrida por Reinaldo
Arenas
También como en el caso del franquismo, la continuidad encuentra apoyo
en intereses exteriores. Para España se trató del respaldo abierto de
Washington. Para Cuba, fue primero la URSS y ahora Chávez que a cambio
de tratar a Raúl de "monaguillo" en Caracas, ha logrado incluso
introducir a Cuba en el Club de Río. Un gran salto adelante para la
continuidad. Y la benévola que entonces asumieran las chancillerías
cómplices del Spain is different, corresponde ahora a la Unión Europea,
desviada de la defensa de la democracia por la iniciativa española, al
creer erróneamente que la luz verde al castrismo favorecerá un trato
mejor a los opositores y de paso satisface a los votantes apegados al
mito de la Revolución Cubana. Resultado: nulo para los cubanos, triunfal
para el búnker habanero, amén de incapacidad en el futuro para la Unión
Europea de presionar eficazmente por la democracia, perdida la
credibilidad de sus sanciones. Logro de Moratinos.
Fue sin embargo la revolución más hermosa del siglo XX, la que en un
primer momento hizo escribir a Vargas Llosa que "ha reducido a una
proporción humana las diferencias sociales" y "ha demostrado que el
socialismo no estaba reñido con la libertad de creación". Nos lo
recuerda la supervivencia del mito del Che, recuperado por la estupenda
hagiografía filmada de Soderberg. Un país próspero, pero atenazado por
la dependencia de Estados Unidos, la corrupción y una dictadura
criminal, se encontraba ante un "amanecer de libertad", cargado de
promesas de democracia y de justicia social, conseguido por la lucha
heroica de unos cientos de guerrilleros, eficazmente secundados por los
activistas de las ciudades. Había saltado el cerrojo impuesto por
Washington en Latinoamérica a todo intento de cambio social. El
frustrado acceso a la independencia en 1898 dejaba paso a una
experiencia plenamente autónoma de la cual podían extraer enseñanzas
todos los pueblos oprimidos del continente. Era una revolución por el
poder político, y también por la educación y la mejora de las
condiciones de vida, haciendo realidad el sueño de José Martí: "con
todos y por el bien de todos". Lejos en principio del comunismo
soviético. La tarea además no parecía difícil si atendemos a la
descripción de ese país cargado de vitalidad política hasta el golpe de
Batista, de que habla Fidel en La historia me absolverá. Más las gotas
de utopía en rojo y negro, consistentes en pensar que una vez triunfante
la revolución, ni siquiera serían necesarios los policías reguladores
del tráfico: bastarán los boy scouts. Y de hecho así se ensayó, antes de
que muy pronto la sociedad cubana quedara envuelta en la tela de araña
policial que hasta hoy garantiza su conformismo.
"Hay un gobierno de hombres jóvenes y honrados, el país tiene fe en
ellos, va a haber unas elecciones", anunció Fidel apenas entrado en La
Habana. Muy pronto, el 7 de febrero, las reformas a la Constitución de
1940 en sentido antiparlamentario, marcaron el viraje hacia la
dictadura. A lo largo de 1959, las ejecuciones ("el paredón") y las
larguísimas penas de prisión acabaron alcanzando a los propios
revolucionarios disconformes (caso Huber Matos). El partido comunista
infiltró el Estado, a costa eso sí de su ulterior domesticación por
Fidel. A lo largo de los 60, fue suprimida primero la prensa libre,
finalmente la autonomía de los propios intelectuales revolucionarios (de
Lunes de Revolución a Padilla).
La Cuba soñada de Martí, democrática e igualitaria, cedió paso a la de
Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas. Un régimen además sumamente
ineficaz en lo económico. En 1958 Cuba no era Haití, doblaba la renta
por habitante española y estaba al nivel de Japón. ¿Dónde se encuentra
hoy, y no sólo por el embargo USA, compensado durante décadas por la
ayuda soviética? De la economía a la política. "El verdadero orden es el
que se basa en la libertad, en el respeto y en la justicia, pero sin
fuerza", declaraba Fidel en enero del 59. Pronto quedó en cambio
establecido un cesarismo populista, asentado sobre la represión
permanente, con el ejército de "columna vertebral del régimen" y el
partido comunista convertido en correa de transmisión de la dictadura
personal del "Comandante". Medio siglo después de la entrada de los
barbudos en La Habana, ahí seguimos.
La personalidad autoritaria de Fidel Castro, forjada sobre la de su
padre, su calidad excepcional como demagogo, la obtusa política
contrarrevolucionaria de Washington, son factores que singularizan la
experiencia revolucionaria cubana. Pero en cuanto a la inversión de las
expectativas de emancipación y libertad, el caso cubano se inscribe en
una larga serie de frustraciones que incluso alcanza a la Revolución
francesa, la revolución por excelencia, que a pesar de su reguero de
sangre dejó como legado unas exigencias de democracia y derechos humanos
de validez universal. Algo que no llegaron a alcanzar en el siglo XX las
revoluciones imitadoras del patrón leninista. El precio pagado fue en
todo caso muy alto, así como la tensión entre las palabras, henchidas de
libertad, y los hechos, portadores tantas veces de destrucción.
Nos lo recuerda el texto prácticamente desconocido de un revolucionario,
Graco Baboeuf, sobre la terrible represión jacobina sobre la Vendée en
1793-94. En el opúsculo ahora recuperado por Reynald Secher bajo el
título de La guerra de la Vendée y el sistema de despoblamiento, el
futuro conspirador trata de las causas y del alcance de la política de
exterminio practicada sobre los contrarrevolucionarios, a la cual
calificaba de "nacionicida" (sic). Baboeuf apunta a dos causas políticas
de esa degeneración del proyecto revolucionario hacia el terror, y ambas
pueden ser aplicadas a revoluciones posteriores, de la soviética a la de
los jemeres rojos en Camboya. La primera es el establecimiento de unos
poderes ilimitados para defender la Revolución, con lo cual esta se
separa inexorablemente de la senda democrática. Será la objeción de Rosa
Luxemburg a Lenin. La segunda, la sustitución de un objetivo de acción
contra la desigualdad económica, por la vía brutal de la expropiación de
los poderosos mediante su eliminación, como clase primero, individual
inevitablemente luego. Por la muerte (de Robespierre a Pol Pot) o por la
expulsión (principio de Arquímedes aplicado por el Che a las
revoluciones para contrastar su validez). A esa deriva destructora del
mundo puesto cabeza abajo acompañó además casi siempre el hundimiento de
la economía, visible en la Rusia de Lenin y en Cuba, como antes en la
insurrección precursora de los esclavos de Haití.
La injusticia y la desigualdad seguirán dando lugar a revueltas sociales
y a revoluciones. El "fin de la historia" llegará en todo caso por la
autodestrucción del planeta, no por el dominio sosegado del capitalismo
liberal en el marco de la globalización. No obstante, cabe exigir de los
proyectos de transformación radical reconocer que la razón,
insuficientemente aplicada, ha producido ya en los dos últimos siglos
demasiados monstruos. Conviene recuperar el verdadero sentido del
grabado de Goya: cuando la razón duerme, los monstruos se apoderan
inevitablemente de la escena, o siguen gobernándola desde la irracionalidad.
Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Cuba/revolucion/perdida/elpepiopi/20081231elpepiopi_10/Tes
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