Tuesday, October 09, 2007

Una leyenda equivocada

Una leyenda equivocada
NORBERTO FUENTES.

Resultaba extraño escuchar a uno de los más encumbrados generales
cubanos referirse al Che Guevara de forma despectiva y hasta brutal. Era
sabido que su campaña de Bolivia había resultado un fracaso y que, menos
tres cubanos y un par de bolivianos, el empeño le había costado la vida
a todo su destacamento. En Cuba, para designar un responsable, se hizo
necesario disolver el Grupo de Operaciones Especiales (GOE) e integrar
sus mejores hombres a Seguridad Personal y luego reorientar todas las
escuelas de adiestramientos de guerrillas -hasta entonces bajo
responsabilidad del GOE- y comenzar a estudiar la campaña de Bolivia
como un patrón de casi todo lo que no debía hacerse en un movimiento
guerrillero. Pese a todo, y como una tozuda reacción de orgullo, había
entre los cubanos la convicción de que era un icono del movimiento
revolucionario mundial y que su utilidad era inestimable de ese modo. De
ahí que el Che se mantuviera en una especie de canonización sin
cuestionamientos entre la cúpula militar y que este fuese el carril
tendido para los teóricos y propagandistas de la Revolución.
De modo que cuando Arnaldo Ochoa le espetó con toda violencia y
desprecio a la misma hija del Che, sobre la mesa de comedor de la Casa
Uno de Luanda, que su padre era un perdedor, yo comprendí por primera
vez que había una posibilidad más allá de la libertad, y que ésta era el
desacato. Arnaldo, con grados de general de División, era el jefe de la
Misión Militar de Cuba en Angola. Aleida -Aliusha- Guevara acababa de
graduarse de médico y cumplía misión internacionalista en un hospital de
Luanda. Los otros presentes éramos el general de Brigada Patricio de la
Guardia, dos o tres de nuestras respectivas mujeres, y yo. Fue en los
primeros días de diciembre de 1987, la guerra de Angola se estaba
acabando y hacía 20 años que habían matado al Che. La Casa Uno había
sido en la época colonial la residencia del cónsul americano (sin ese
nombre, por supuesto) y los cubanos la remodelaron para eventuales
visitas de Fidel y como residencia del jefe de su Misión Militar.
El almuerzo era un mono. El mono Hugo, que estuvo encerrado como siete
años en una jaula del portal amurallado de Casa Uno y que Ochoa, apenas
nombrado jefe de la Misión, decidió servírselo en fricasé. Advierto que
fue una nimiedad lo que motivó la explosión de Arnaldo. Aliusha
aparentemente quiso darle una tónica de acto cívico a la ocasión, aunque
siempre lo tomé, más bien, como una zalamería de ella ante el héroe
revolucionario. Dijo algo sobre la permanencia del Che en las batallas
revolucionarias cuando Arnaldo le espetó un: «Ah, chica, cállate, que tu
padre era un perdedor». El silencio fue instantáneo en aquella sobremesa
y lo que recuerdo es la sonrisa de Ochoa, y la blancura de sus dientes,
y el brillo de sus ojos detrás de sus pequeñas gafas. Mantenía la
sonrisa, desafiante, ante Aliusha. Aliusha quiso responder con la misma
virulencia y, corriendo ruidosamente su silla hacia atrás, le dijo:
«¡Que mi padre no te oyera!», la voz ya a punto de rajársele en un
sollozo. «Tu padre no tenía nada que enseñarme, Aliusha, no me jodas tú
-y repitió, con saña-: Tu padre era un perdedor».
Había, en efecto, una idea romántica y era por la que nos dejábamos
llevar, e incluso resultaba aceptable la forma en que el argentino había
perdido. El consenso político cubano determinaba que existía un heroísmo
indudable en el empaque de aquella derrota. Todos sabíamos que se había
rendido, pero cuando tú te acomodas a una idea, luego ni las más sólidas
evidencias logran hacerle mella fácilmente. Fue entonces que se despejó
algo, y entendí por qué la actitud de Arnaldo era, al menos para mí, tan
sobrecogedora, y es que Arnaldo, en su desfachatez sin contención, sacó
a flote lo que estaba dormido. Ahora aclaro que ni Patricio ni yo ni
ninguna de las respectivas mujeres salimos en su defensa -de ninguno de
los dos-, pero no hacía falta porque a esa niña de bata blanca, a la que
se le saltaban las lágrimas, era evidente que Arnaldo le gustaba. Amén
de que Arnaldo no hacía ningún esfuerzo por retirar la sonrisa de su rostro.

http://www.abc.es/20071009/internacional-iberoamerica/leyenda-equivocada_200710090243.html

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