2007-04-04.
Shelyn Rojas, Periodista Independiente
4 de abril de 2007. La Habana – En Cuba, entre tantas cosas, la vivienda
es un caos. Por cuatro décadas, las nuevas generaciones han tenido que
convivir con sus antecesores, hacinados en las mismas casas o
apartamentos donde nacieron. Sin más opción.
Tener un lugar propio donde vivir, es un privilegio. El que posea como
vivienda, aunque sea un garaje adaptado, por muy pequeño y mugriento que
esté, es alguien cotizado. Y si vive solo, es discutido.
Por otra parte, las leyes de Reforma Urbana, con el objetivo de salvar
responsabilidad y para aplacar un poco el problema de la vivienda,
amparan a un nuevo inquilino, al punto que, si entra con los papeles
correspondientes, tiene tanto derecho como el que hasta ese momento fue
el único dueño. De no entrar legal, el dueño puede ser multado. Y vale
la salvedad, que la herencia, es otro tema
Pedro vivía solo y feliz. Pero los años pasaron. Pedro pronto sería un
cuarentón. Su vida debía cambiar. No quería pasar la vejez, entre libros
y CDs de los Rolling Stones.
Conoció a una vecina y se sintió flechado. No tuvo tiempo de sopesar los
pros y los contras. Tampoco escuchó a su viejo amigo Juan, las tantas
veces que le dijo: –¡compadre, conócela primero, al menos seis meses!
Ella se mudó con Pedro. Donó las maderas que tenía para reparar su casa
anterior a la hermana, para que esta revistiera la suya también recién
adquirida. Ya no las necesitaba, tenía un nuevo hogar, que aunque era
uno de esos garajes adaptados, lejos de la ciudad, podía sentirse
dichosa. Dejaba a su antiguo esposo y casa de madera a punto de
derrumbe. Comenzaría una nueva vida.
A pesar de ser bohemio, Pedro es educado y refinado. Su esposa resultó
ser una mujer vulgar. Ya tuvo enredos con la vecina, dice que está
enamorada de él.
Una tarde de elecciones del Poder Popular, se armó una discusión.
Estaban borrachos cuando empezó. Terminaron todos enredados a golpes,
envueltos en la bandera. Los vecinos miraban y disfrutaban el
espectáculo. Por suerte la discusión no transcendió a las autoridades.
Pedro no está acostumbrado a esa forma de vida. Ha pensado en el
divorcio en varias ocasiones. Mira a su vecina abochornado después de
aquel incidente. Pero no puede sacar a la mujer de su hogar, ella tiene
el mismo derecho, las leyes la amparaban. Tampoco en Cuba se puede
alquilar ni comprar un apartamento. Es ilegal.
En esta isla, Pedro es, entre millones, uno más: víctima de circunstancias.
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