Las mil caras del "periodismo"
Diferencias entre la Cuba real y la que ciertos entusiastas creen haber
visto
Miércoles, marzo 29, 2017 | Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba.- Un artículo de opinión publicado en días pasados por
El Nuevo Herald me trae una inquietante sensación de déjà vu. No se
trata del tema ―abordado hasta la saciedad en infinidad de artículos y
por diferentes autores― sino de su enfoque, dando como suficientes
algunas apreciaciones superficiales y sumamente subjetivas para validar
conclusiones que en nada reflejan la realidad que se pretende ilustrar.
Con otros colores y matices, me provoca el mismo efecto que la
experiencia de participar como invitada en un encuentro de periodistas,
políticos y académicos ―fundamentalmente estadounidenses― celebrado en
la Universidad de Columbia en octubre de 2014, justo dos meses antes del
anuncio del restablecimiento de relaciones entre los gobiernos de Cuba y
Estados Unidos, donde el afán de apoyar el acercamiento y fundamentar la
necesidad de eliminar el Embargo estuvo esencialmente sustentado en
colosales mentiras.
Allí escuché ―por ejemplo― cómo los "cambios" raulistas que se estaban
produciendo en la Isla favorecían al pueblo cubano y a un proceso de
apertura, y supe de las increíbles penurias que habían tenido que
soportar los cubanos por responsabilidad directa (y exclusiva) del
Embargo, del fabuloso acceso a la educación y a los servicios de salud
(magníficos, por demás) del que gozamos los cubanos, y hasta del celo de
las autoridades por proteger el medio ambiente.
En este último punto un académico estadounidense expuso como un logro
del Gobierno revolucionario el extraordinario estado de conservación del
archipiélago Jardines de la Reina y sus mares adyacentes, incluidas sus
formaciones coralinas; solo olvidó apuntar que ese paraíso natural nunca
ha estado al alcance del común de los cubanos, sino que es coto privado
de la casta del Poder y de turistas adinerados, dato que explica su
favorable grado de conservación.
La Cuba que allí describieron muchos ponentes estadounidenses resultaba
tan ajena a una cubana residente en la Isla, como yo, que por momentos
me pregunté si realmente allí todos hablábamos del mismo país.
A mi juicio, la cuestión resultaba tan contradictoria como peligrosa.
Contradictoria, porque en realidad existen fundamentos suficientes,
basados en realidades, para considerar la suspensión (condicionada) del
Embargo o para privilegiar el diálogo entre gobiernos tras medio siglo
de confrontaciones estériles, sin necesidad de recurrir a tan burdas
falsedades, en especial ―y lo digo sin ánimos xenófobos ni resabios
nacionalistas― si la esgrimen extranjeros que no tienen ni peregrina
idea de la realidad que vive la población común de la Isla o de cuáles
son sus aspiraciones. Peligrosa, porque es sabido el enorme poder de la
prensa para mover la opinión pública a favor o en contra de una
propuesta, así como para tergiversar o distorsionar una realidad
desconocida para ese público, lo que puede acarrear consecuencias nefastas.
Pero, al parecer, tan irresponsable actitud amenaza convertirse en una
práctica común, al menos en el caso de los temas sobre Cuba. Es lo que
suele suceder cuando los profesionales excesivamente entusiastas
confunden en un mismo cuerpo teórico dos conceptos tan diferentes como
"información" y "opinión".
Es también el caso del artículo que se refiere al principio de este
texto, cuya esencia es la respuesta a una interrogante que se hace ―y se
responde― la autora, tomando como introducción el manido tema del primer
aniversario de la histórica visita de Barack Obama a Cuba y algunas
conjeturas en torno a la continuidad de las relaciones entre ambos
gobiernos con el nuevo ocupante de la casa Blanca.
"¿Cómo ha repercutido la normalización de las relaciones entre Estados
Unidos y Cuba en el pueblo cubano?", inquiere la articulista, y de
inmediato se responde asumiendo varios supuestos, no totalmente exentos
de lógica, pero desafortunadamente inexactos.
"Tener una mayor apertura hacia Cuba sin dudas ha significado una mayor
interacción con el pueblo cubano, a través del intercambio de
información de los miles de estadounidenses que ahora visitan la isla",
dice. Y es parcialmente cierto, pero ese "intercambio de información"
acerca de una sociedad tan compleja y mimética, y tan largamente cerrada
como la cubana, está plagada de espejismos y subjetividades, por lo que
termina siendo una visión sesgada y exótica de una realidad que ningún
visitante foráneo de paso puede llegar a aprehender.
Un aserto difuso del artículo es aquel que asegura: "El turismo
representa la principal entrada económica para el país, y apalanca a su
vez a otros sectores relacionados con el textil, la construcción y el
transporte". Veamos: puede que, en efecto, en la actualidad el turismo
haya ganado esa preponderancia económica para Cuba, pero que haya
impulsado los sectores textil, constructivo y de transporte no pasa de
ser, a lo sumo, una mera aspiración que depende fundamentalmente de las
inversiones de capital extranjero, que no acaban de producirse.
De hecho, el notable aumento de los hospedajes para turistas y de
restaurantes, bares y cafeterías en el sector privado es resultado no
del auge turístico propiamente, sino de la insuficiencia de la
infraestructura hotelera y gastronómica estatal. Si la autora del texto
ha tenido acceso privilegiado a fuentes e informaciones que le permiten
semejantes afirmaciones, no lo deja claro.
Pero si algún descubrimiento relevante adquirió la colega de El Nuevo
Herald durante su viaje ―¿de trabajo?, ¿de placer?― a La Habana, es que
muchos jóvenes "creen en el modelo socialista". Lo que nos conduce
directamente a la pregunta, ¿de dónde esos jóvenes conocen lo que es un
"modelo socialista"? Porque, de hecho, los cubanos nacidos durante la
década final del pasado siglo lo único que han vivido en la Isla es la
consolidación de un capitalismo de Estado, dirigido por la misma
cleptocracia que secuestró el poder y la Nación casi 60 años atrás.
De los jóvenes dice que "muchos son cuentapropistas y generan recursos
suficientes para vivir bien. En Cuba hay actualmente más de 500 mil
personas con negocios propios, cerca del 5% de la población, según
cifras de la CEPAL". Este es otro desliz, casi pueril. La fuente que
originalmente reporta la cifra de medio millón de trabajadores por
cuenta propia corresponde a la muy oficial Oficina Nacional de
Estadísticas e Información (ONEI), una institución del Gobierno cubano,
y no a la CEPAL. Número que, por cierto, ha permanecido inamovible al
menos en los últimos dos años, como si la enorme migración al exterior y
las numerosas devoluciones de licencias por parte de los emprendedores
que fracasan en el empeño o que son asfixiados por las circunstancias
propias del sistema, entre otros factores, no le hicieran mella.
Pero incluso asumiendo como verídico ese inmutable número de
"cuentapropistas" que refieren las autoridades, ¿en que se basa la
articulista para asumir que generan suficientes recursos propios como
para vivir bien? ¿Acaso ignora que ese medio millón de cubanos incluye a
los rellenadores de fosforeras, amoladores de tijeras, recicladores de
basura ("buzos"), dueños de timbiriches de mala muerte, reparadores de
equipos electrodomésticos, vendedores ambulantes de granizado, maní y
otras chucherías, y decenas de ocupaciones de bajos ingresos en que
apenas se gana lo suficiente para sustentarse a sí mismos y a sus
familias? ¿Desconoce la periodista las pérdidas adicionales que la
mayoría de ellos sufren por el acoso de los inspectores y de la policía,
las arbitrarias cargas impositivas y la indefensión jurídica que
padecen? ¿Cuáles son, en fin, los estándares de prosperidad y bienestar
que le permiten afirmar que estos cubanos "viven bien"?
No dudaría de las buenas intenciones de la autora de este infortunado
artículo, solo que no hay que confundir la empatía con el periodismo. La
veracidad del muestreo y la seriedad de los datos que se utilizan es un
rasgo esencial de la ética periodística, incluso cuando se trata de una
columna de opinión, como es el caso. Nunca supimos qué datos o muestra
sirven de base al artículo, el número de entrevistados, las ocupaciones,
edades, procedencia social y otros detalles que hubieran aportado al
menos algún valor a su trabajo.
Y para rematar, no podía faltar el trillado asunto de los supuestamente
elevados niveles educativos de Cuba. Dice la colega: "Si bien es cierto
que la educación en Cuba es una de las mejores del continente, el nivel
de educación no es proporcional a los ingresos, ni mucho menos a una
buena calidad de vida". Obviamente, no se tomó el trabajo de profundizar
en el tema de la educación en Cuba, ni conoce la fuerte tradición
pedagógica del pasado, destruida por décadas de demagogia y
adoctrinamiento. Tampoco parece conocer la mala calidad de la enseñanza,
la corrupción que campea en los claustros docentes y el deterioro de la
pedagogía. Ignoramos qué patrones comparativos le permiten repetir el
mantra del discurso oficial con su mito acerca de la superior educación
de los cubanos, pero es de suponer que sus referentes hayan sido Haití,
las comunidades de la selva amazónica o las aldeas en las soledades de
la Patagonia. Si así fuera, acepto que los cubanos tenemos alguna
ventaja, al menos en cuanto a niveles de educación.
Quedarían por ver otros puntos polémicos en el texto, pero basten los
más relevantes para calcular la confusión que puede ocasionar en un
lector no avisado la narración de una realidad que, a todas luces, se
desconoce. Es obvio que la articulista no estaba a la altura del encargo
o que, simplemente, no es consciente de la responsabilidad que se deriva
de una observación simplista. Y aún pretende haber descubierto, no una,
sino dos Cubas diferentes. Quizás haya, incluso, muchas Cubas más, pero,
estimada colega, definitivamente tú nunca estuviste en ninguna de ellas.
Source: Las mil caras del "periodismo" CubanetCubanet -
https://www.cubanet.org/opiniones/las-mil-caras-del-periodismo/
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