Entre regulaciones
FERNANDO DÁMASO | La Habana | 30 Ago 2014 - 7:57 am.
El castrismo endurece las regulaciones aduaneras ante el peligro de
perder el lucrativo monopolio estatal de la importación.
A pesar de los muchos años que llevan detentando el poder absoluto, las
autoridades castristas jamás han podido satisfacer las necesidades de
los cubanos, tanto en productos agrícolas como industriales. Las
carencias de todo tipo siempre nos han acompañado. Los artículos que se
importan son insuficientes, de mala calidad, poca variedad, y se ofertan
a precios exorbitantes, varias veces superiores a sus costos.
Ante esta situación, al autorizarse la realización de algunas
actividades por cuenta propia, algunos ciudadanos con iniciativa para
los negocios montaron pequeños comercios para satisfacer estas carencias
con artículos de calidad, variados y a mejores precios que los
estatales. Al no poder importarlos ni comprarlos en comercios mayoristas
estatales, dada su inexistencia, estos emprendedores optaron por
abastecerse del exterior, a través de viajeros que los traían en
cantidades reducidas, pasando por la Aduana y pagando las tarifas
establecidas.
Las autoridades, debido a esta competencia y ante el peligro de perder
el lucrativo monopolio del comercio —en el cual obtienen fabulosas
ganancias con mínimo riesgo económico—, hicieron lo que mejor saben
hacer: prohibir.
Aunque muchos locales fueron obligados a cerrar, el comercio casa a casa
y persona a persona continuó, ahora con más dificultades, pero
utilizando la misma fuente de abastecimiento. Esta realidad hizo que las
autoridades reaccionaran con el establecimiento de nuevas y más rígidas
regulaciones de Aduana, que se aplicarán a partir del próximo primero de
septiembre.
Las regulaciones, en lugar de estar dirigidas sólo contra quienes entran
al país ilegalmente artículos con fines comerciales, van contra todos
los cubanos, pues a todos, de una u otra manera, los afectan. Como
siempre, sus autores olvidaron el justo medio de las cosas y se pasaron
del límite. Además, como por casualidad, aumentaron también las tarifas
a pagar por los artículos electrodomésticos y de otro tipo que se
importan sin fines comerciales, con el objetivo de obtener más
ganancias. ¡A río revuelto, ganancia de pescadores!
Esto de que los cubanos, tanto los de afuera cuando vienen, como los de
dentro cuando regresan, parezcan almacenes ambulantes, no sucede con los
ciudadanos de ningún otro país, por pobre que sea, ya que en sus países
existe todo lo necesario para la vida, y puede ser adquirido, a
diferentes precios según su calidad, en los comercios nacionales. Estos
ciudadanos viajan ligeros de equipaje y no llaman la atención. La nota
discordante en los diferentes aeropuertos la dan los cubanos: son
fáciles de reconocer por los numerosos bultos y equipajes que acarrean.
Si las autoridades asumieran la responsabilidad que contrajeron al
apropiarse de todo, y aseguraran la vida normal de los ciudadanos, así
como la satisfacción de sus necesidades, la Aduana Cubana pudiera
funcionar como cualquier otra aduana del mundo, dedicándose a controlar
que no entraran al país artículos prohibidos como armas, municiones,
drogas, etcétera, y que no salieran bienes patrimoniales ni otros.
Dejaría de ser entonces el antipopular instrumento represivo y
recaudador de divisas que es actualmente, logrando que sus funcionarios
fueran menos prepotentes, dejaran de lado los abusos y el maltrato y no
se ofrecieran a dejarse sobornar sutilmente, cuando acercándose a algún
viajero le dicen en voz baja, a modo de seña: "¿Puedo ayudarlo en algo?"
La respuesta, que funciona como contraseña, es regularmente: "Si me
ayudas, te ayudo". Esto no es ningún secreto y sucede más a menudo de lo
que parece, sin entrar a detallar los sobornos de mayor envergadura, que
han obligado hasta a tener que cambiar al personal aduanero.
Las nuevas regulaciones no resolverán el problema que pretenden
solventar, aunque sin lugar a dudas complicarán y encarecerán aún más el
abastecimiento sin fines comerciales de los ciudadanos que reciben
artículos de sus familiares y amigos residentes en el extranjero, o que
traen ellos mismos cuando viajan y regresan.
Más aún, se dificultará el tránsito de viajeros en los aeropuertos
cuando haya que abrir los equipajes buscando mayor cantidad de blumers o
calzoncillos que los autorizados (por señalar sólo dos artículos), con
el deprimente y bochornoso espectáculo que ello representa, tanto para
el viajero como para el funcionario de Aduana.
Estas regulaciones lo único que hacen es consolidar el generalizado
criterio de que, en Cuba, el viajero es considerado culpable de
ilegalidad desde que baja del avión, debiendo demostrar posteriormente
su inocencia.
El camino para la solución de este problema anda por otro lado: el cese
del férreo monopolio estatal sobre la importación comercial de
artículos, demostrado como está su fracaso, y la autorización de la
importación, con las debidas regulaciones, a diferentes proveedores
vinculados con los comercios establecidos en Cuba, tanto estatales como
particulares. Mientras esto no suceda, la Aduana podrá cambiar todos los
meses sus regulaciones, pero los resultados serán los mismos:
continuarán entrando, de una u otra forma, legal o ilegalmente, los
artículos, porque las necesidades se mantienen sin satisfacer.
Hasta ahora el cambio constante de regulaciones sólo ha servido para
crear malestar, que nadie las conozca y, menos aún, las entienda. Tantos
cambios sólo conducen al caos y le quitan respetabilidad a la institución.
Source: Entre regulaciones | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1409378252_10175.html
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