Tuesday, August 05, 2014

El día en que los altos mandos salieron a matar cubanos

El día en que los altos mandos salieron a matar cubanos
CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami | 5 Ago 2014 - 9:20 am.

Fidel Castro convocó a la plana mayor de los servicios de inteligencia y
del Ejército y les entregó armas para que lo acompañaran a reprimir el
motín.

Hace 20 años, unos cuantos centenares de habaneros desesperados
protagonizaron un motín callejero conocido como El Maleconazo por la
zona en que ocurrieron los hechos. Poco antes del Maleconazo, habían
ocurrido varias notables fugas por mar, y Fidel, por alguna razón que
desconozco, no estaba tan visible como acostumbraba. Mucha gente, pues,
se lanzó a las calles a asaltar tiendas para extranjeros y ciertos
hoteles que quedaban en el camino. Algunos corresponsales extranjeros lo
filmaron y las imágenes le dieron la vuelta al mundo.

Era el peor momento del llamado periodo especial. Los rusos habían
suspendido su ayuda. El inclemente verano castigaba al país con saña.
Faltaban la comida, el transporte, la electricidad. Todo. De aquella
época, recuerdo con especial repugnancia a un vecino español que iba a
Cuba a intercambiar sexo por pastillas de jabón. En el periódico español
El País apareció el reportaje de un periodista que negoció con una
jinetera el precio más bajo que podía lograr por los servicios íntimos
de aquella infeliz muchacha. Finalmente, ella estaba dispuesta a pasar
por la cama del "cliente" por la oportunidad de darse una ducha caliente
y dormir unas horas en una habitación con aire acondicionado. Una vez
establecido el precio, el periodista le reveló la verdad, creo que le
regaló 20 dólares y ella se marchó confundida.

Comencemos por aclarar que los motines callejeros son la forma más
primitiva y nefasta de protesta social. Carecen de organización,
jefatura y propósitos morales o ideológicos. Estallan espontáneamente y,
con frecuencia, evolucionan hacia el pillaje y el vandalismo. Suelen
suceder cuando se produce un vacío de poder. Los cubanos vivieron algo
de esto en 1933 tras la huida del dictador Gerardo Machado y, con mucha
menos intensidad, en enero de 1959, durante las primeras 24 horas tras
la fuga de Fulgencio Batista.

A la policía, tanto a la convencional como a la política, el Maleconazo
la tomó por sorpresa. El motín no estaba organizado por la disidencia
conocida y la motivación principal no era derrocar al Gobierno, sino
aprovisionarse de comida, bebida, papel higiénico, ropa, ventiladores,
de cualquier cosa inaccesible a quienes carecían de dólares. Los
amotinados, además, en general formaban parte de los estratos más bajos
y menos educados de la sociedad, estaban desarmados y podían ser
fácilmente controlados por un pelotón antimotines.

Fidel Castro, sin embargo, se sintió en peligro. Fidel es un gran
paranoico y lo pone muy nervioso cualquier hecho sobre el que no tenga
un control minucioso, pero es un buen estratega y vio una oportunidad de
rentabilizar políticamente los hechos. El inesperado Maleconazo le
proporcionaba una vía de lograr dos objetivo.

Lo que sigue me lo contó el general José Quevedo Pérez, exiliado en
Estados Unidos en el 2003, cuando llegó a Miami con un permiso especial
del Gobierno cubano y una visa humanitaria concedida por Washington
porque uno de sus hijos se estaba muriendo en un hospital de esta
ciudad. Quevedo, con quien desarrollé una cierta amistad, me relató mil
historias interesantes de los entresijos del poder cubano. Murió en 2011.

Fidel, en suma, convocó a la plana mayor de los servicios de
inteligencia y del Ejército —jefatura a la que pertenecía el general
Quevedo, aunque no mandaba tropas—, y les entregó fusiles a sus miembros
para que lo acompañaran a reprimir el motín, por si era necesario
terminar a tiros con aquellos revoltosos.

Era evidente que ese trabajo sucio podía hacerlo la policía, pero
durante décadas Fidel había insistido en que una de las pruebas de que
los cubanos daban su consentimiento de buena gana al Gobierno
revolucionario era que no se rebelaban.

Su plan aparente era presentar el aplastamiento de los amotinados como
una batalla heroica de los líderes de la revolución contra la escoria
que, otra vez, se colocaba al servicio del imperialismo. Su plan real,
en cambio, tenía, al menos, dos propósitos: primero, darle un
contundente escarmiento al pueblo para que nadie más se atreviera a
participar en actos de esa naturaleza; y, segundo, dentro de la mejor
tradición mafiosa, comprometer en la represión a los jefes militares
para que ningún oficial con rango tuviera la tentación de ablandarse y
desobedecerlo.

Entonces se discutía si, llegado el momento, el ejército dispararía
contra el pueblo. Era una buena oportunidad de demostrar que el ejército
mataba a quien le fuera ordenado eliminar.

Preparado para esa hecatombe, Fidel se presentó ante los amotinados que,
como era previsible, se llenaron de miedo y comenzaron a aplaudirlo. El
supuesto vacío de poder había desaparecido. El síndrome de indefensión
volvía a imponerse. No era posible oponerse al invencible Estado cubano.
La policía arrestó a algunos de los más vehementes, disolvió al resto, y
a todo el mundo le quedó claro —incluidos los miembros de la cúpula
dirigente—, que si surgían otras protestas callejeras inexorablemente
habría una masacre.

Cuando el general Quevedo terminó de hacerme la historia le hice la
pregunta obligada:

—¿Tú les hubieras disparado a los amotinados aunque estuvieran desarmados?

Fue muy honrado en su respuesta:

—Por supuesto: yo y todos los que estábamos allí hubiéramos disparado.
Le temíamos a Fidel y a los que se habían lanzado a las calles. Los
militares estamos adiestrados para obedecer.

Llegado el momento, en efecto, el ejército mataría. Ya no había dudas. A
Fidel le parecía útil que se supiera con absoluta claridad.

Source: El día en que los altos mandos salieron a matar cubanos | Diario
de Cuba - http://www.diariodecuba.com/cuba/1407098170_9786.html

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