La vida no es un ensayo
[28-11-2013]
Orlando Márquez
(www.miscelaneasdecuba.net).- El anciano pidió enseguida la palabra, no
quería ser ni el segundo ni el quinto, sino el primero en intervenir
cuando se comenzara a debatir el primer panel del evento "Un diálogo
entre cubanos", convocado por Palabra Nueva en abril del pasado año.
Preguntó cuándo se pondrían en práctica algunas de las propuestas del
documento "La diáspora cubana en el siglo XXI", y habló de las rumoradas
reformas migratorias que esperamos por tanto tiempo, del reencuentro
natural e integral entre los cubanos separados por la emigración, y de
las reformas económicas que permitieran una participación amplia y total
de los interesados, de dentro o de fuera, por el bien de la Isla:
"¿Cuándo será eso? ¡Porque ya yo no tengo mucho tiempo!", dijo para
concluir su intervención.
Y dijo más… Su exposición sorprendió a unos cuantos, no por lo que dijo
sino por quién lo decía. Pero si él precisamente no tenía respuestas,
nadie en la sala las tendría. Revolucionario y comunista de siempre,
Alfredo Guevara volvió a acomodar el saco sobre los hombros y el cuerpo
en la silla probablemente sabiendo que no habría respuestas. Pienso que
solo quería compartir su angustia con los demás, una angustia que no
tiene colores políticos ni ideológicos, porque es, esencialmente,
angustia humana, aunque aquellas la provoquen.
Y es cierto que no tuvo tiempo; meses después murió, aunque alcanzó a
ver la eliminación del injusto permiso de salida que sí le molestaba
aunque no lo sufriera directamente. Otros muchos han muerto sin haber
visto siquiera las incipientes reformas actuales, habiendo vivido
siempre bajo el peso de las prohibiciones y los controles, los mismos
que aún desean mantener los seguidores disciplinados de un polvoriento
manual que no incluye un capítulo para hacer la vida normal a los
ciudadanos.
La categoría tiempo es demasiado importante como para no darle la
atención que merece. Con todo respeto pienso, luego digo, que este
proceso de reformas o actualización, debería ser con prisa pero con
pausas: con prisa para avanzar de forma expedita y sin titubeos, pero
con las pausas estrictamente necesarias que posibiliten redireccionar el
cauce o apartar los obstáculos estructurales o humanos que impiden el
avance.
Si pensamos en la situación cubana de hace siete años, no es tan difícil
reconocer los cambios ocurridos en la sociedad, casi todos de orden
económico, pero con repercusiones en el orden social y, de algún modo,
en lo político.
La decisión más importante y digna de todo reconocimiento, ha sido la de
eliminar el permiso para viajar al exterior –salvo en casos que
restringe la ley–, porque a pesar de otros controles que todo Estado
ejerce sobre los ciudadanos, este es un importantísimo reconocimiento a
la libertad de movimientos de los individuos, derecho humano
fundamental, tanto como el derecho a la salud o a la educación,
garantizados ya desde hace mucho tiempo. Pero ese y otros cambios, por
ser tantas las carencias y las restricciones acumuladas, resultan apenas
perceptibles mientras no beneficien a un sector cada vez más amplio de
la población, ni incidan en los índices económicos.
La actual propuesta de alcanzar un "socialismo próspero y sostenible"
indica, nada más y nada menos, que antes habíamos vivido un socialismo
no próspero y no sostenible. Y no es poca cosa, porque el antes
significa cinco décadas, el tiempo de más de tres generaciones de
cubanos. Basta ver lo que podemos hacer en cinco minutos –desde nacer o
agonizar hasta la muerte, escribir un mensaje, leer una noticia,
levantar un pedazo de pared o ayudar a un amigo–, para reconocer la
importancia del tiempo. Duele demasiado saber que no lo hemos
aprovechado como debíamos, porque no se trata de un bien material que
puede ser recuperado en otro momento. El tiempo perdido no vuelve,
porque nunca lo hemos poseído, no podemos recuperarlo ni adquirirlo en
propiedad, tan solo medirlo y ocuparlo bien o mal, nada más.
De modo que cuando hablamos de recuperar el tiempo, en realidad
indicamos la voluntad de aprovechar mejor el tiempo presente. Se puede
hacer en el presente lo que no se hizo en el pasado, pero las ventajas
de hacerlo hoy ya no benefician del mismo modo ni a las personas ni a la
sociedad, ni tienen las mismas consecuencias, porque el tiempo de las
personas que ya no están entre nosotros, sus energías y capacidad de
respuesta, se fueron con ellas, a la tumba o a otro país.
Por ello, es importante que el proceso de reformas iniciado avance de
forma expedita. Es comprensible que se intente evitar el desbordamiento,
o el desboque de los "caballos del mercado", pero tal criterio no puede
pesar más que las urgencias económicas y existenciales de las personas,
las familias y el país; ni tampoco impide –más bien fomenta– la
burocracia, el mercado negro y el enriquecimiento ilícito. Hallar el
punto de equilibrio entre las consideraciones políticas y las demandas
ciudadanas es siempre el reto de todo servidor público, y eso es
precisamente lo que le permite lograr la confianza ciudadana.
La cuestión del tiempo en este proceso de reformas es importante por
varias razones.
Primero, porque lo que se ha anunciado, por muy escaso de
especificidades que haya sido, suscita expectativas muy naturales en una
ciudadanía preparada para conquistas mayores, pero con espacios muy
limitados y mordida por el desaliento; y el desaliento ciudadano no es
buen aliado de nadie ni de nada.
Segundo, porque a pesar de lo puesto en práctica, los indicadores
económicos y la canasta familiar siguen siendo escuálidos.
Tercero, porque no se puede aspirar a construir un país y una sociedad
prósperos si no se posibilita la existencia de ciudadanos prósperos y no
se abren las puertas a las fuentes de finanza que generen prosperidad,
lo cual no elimina la propuesta de la función social de la riqueza. La
idea de un país rico sin ciudadanos ricos puede parecer original pero no
lo es, pues eso fueron la Unión Soviética y la China de Mao: países de
grandes riquezas habitados por pobres.
Cuarto, porque las estadísticas y pronósticos nos anuncian, sin
disimulos, que para el 2030 seremos un país con el 30 % de la población
con más de sesenta años, similar a algunos países desarrollados pero con
una peculiar diferencia: nuestro tercio en edad adulta y no productivo,
sería un sector pobre en un país subdesarrollado y pobre.
Quinto, porque si lo anterior se cumple como se pronostica, tal vez el
mejor modo de enfrentarlo sea crear condiciones que, por un lado,
estimulen la natalidad y, por otro, desincentiven la emigración e
incentiven la inmigración de gente más joven dispuesta a trabajar e
invertir aquí capital y conocimientos, incluidos cubanos emigrados
dispuestos a regresar.
Sexto, porque es una pérdida de tiempo insistir en la ineficacia probada
de la propiedad estatal sobre toda rama de la producción y los
servicios; resultan demasiado aburridos y absurdos los mismos llamados a
la eficiencia, al control y a la disciplina laboral en las empresas
estatales, publicados en la prensa oficial hace veinticinco años o la
semana pasada.
Séptimo, porque la desventaja económica y tecnológica, tanto del país
como de los ciudadanos, nos coloca en una posición vulnerable ante la
necesidad de insertarnos en una economía globalizada y la posibilidad
del levantamiento del embargo-bloqueo de Estados Unidos.
Octavo, porque la estabilidad económica y la prosperidad personal y
familiar, pueden ser un medio eficaz –no el único– para ese noble fin de
recuperar determinados valores ausentes hoy en la sociedad; "la
necesidad carece de ley", según el viejo apotegma, y muchas de esas
conductas antisociales e inmorales son provocadas, en parte, por las
escaseces materiales acumuladas genera-cionalmente y sus consecuencias:
el robo en las entidades estatales, la imposición de controles que
contradicen la libertad que se pretende defender, el irrespeto a la
autoridad, el tráfico de influencias de quienes ocupan altas
responsabilidades y obtienen bajos salarios, la falta de viviendas o el
deterioro urbano.
Noveno, porque acelerar la reforma o actualización y generar riqueza,
sería el mejor modo de detener, y remontar después, la decadencia de los
dos sectores más importantes de la sociedad: la salud y la educación.
Y décimo –y no menos importante–, porque cuanto más avanzado esté el
proceso de reformas, más propicio será el escenario para quienes tendrán
la responsabilidad política de conducir el país en el futuro inmediato.
Tienen razón los obispos cubanos cuando afirman que "la mejor herencia
que podemos dejar a las generaciones futuras es… trabajar por lograr un
presente mejor" ("La esperanza no defrauda", no. 22).
"La economía, estúpido", fue la frase ya antológica de James Carville,
estratega de la campaña electoral de Bill Clinton, que dio el repunte y
la victoria al candidato demócrata en 1992 sobre el aparentemente
imbatible George Bush, entonces más preocupado por la política
internacional. Y es cierto que la economía es muy importante, como lo
demuestra este mismo proceso de reformas o actualización que intenta,
además, poner orden donde ha prevalecido por tanto tiempo el desprecio a
las leyes económicas, y no por falta de talentos y buenos criterios de
especialistas formados aquí mismo y pocas veces tenidos en cuenta.
Pero para la Iglesia –y el cristiano–, la esencia del tema es más
compleja y rica. Contrario a lo que algunos suelen, con cierta ligereza,
interpretar, no se trata de un favoritismo por el mercado y el rechazo a
políticas que buscan mantener en el mínimo posible las brechas sociales.
Ya sabemos que, entre nosotros, las críticas no oficiales, ciertos
señalamientos de orden social o simples llamados de alerta, pueden ser
interpretados por algunos como postura de enemigos. Para la Iglesia –y
para mí en lo personal–, no se trata de una elección teológica entre
capitalismo y socialismo, ni de reducir la cuestión a meros índices
económicos o gritos de denuncias de de masas.
Hay algo que está por encima de la economía, la política y los partidos:
es la persona, es el ser humano el centro de la cuestión, el sujeto
supremo en la lista de prioridades, el eje alrededor del cual se genera,
y adquiere su auténtico valor, todo proyecto social. Creado libre por
Dios para vivir siempre en libertad, para buscar la verdad y emprender
acciones que lo dignifiquen en cuerpo y en espíritu, es el ser humano,
en su condición individual y social, quien debe ocupar siempre el foco
principal de toda acción política, económica, cultural y social.
Ante la libertad y dignidad del hombre, de todos los hombres, todo
proyecto social solo es útil si las reverencia y les sirve.
Esa libertad y dignidad han de prevalecer en el tiempo que vivimos en
este mundo y la vida no es un ensayo, tenemos la oportunidad de vivirla
una sola vez, y ese tiempo es sagrado.
Source: "La vida no es un ensayo - Misceláneas de Cuba" -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/529703783a682e1938e37e42
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