Reformas en Cuba: una casa sobre un pantano
En 2006, cuando Castro II fue designado Presidente, una pizza costaba 7
pesos, ahora la más barata cuesta 12. Un corte de cabello valía 10
pesos, ahora vale 20.
Iván García / Especial para martinoticias.com
octubre 31, 2012
Unos años atrás, cuando el Buró Político encabezado por el General Raúl
Castro estudiaba variantes para aplicar reformas capaces de reactivar la
moribunda economía insular, Marino Murillo, cebado ex coronel
reconvertido en el 'zar de las transformaciones', decía que Cuba
apostaba por utilizar métodos inéditos en sus transformaciones. No está
mal pensar con cabeza propia.
Lo único que la propuesta parte del mismo grupo de poder que en cinco
décadas de forma estruendosa ha demostrado el fracaso de su gestión. No
pongo en tela de juicio la capacidad de los economistas y tecnócratas
cubanos. Aunque sus teorías peregrinas nunca han dado resultado ni
llamado la atención en academias occidentales o en un jurado al Premio
Nobel, la osadía y el experimento es preferible al inmovilismo habitual
en sistemas cerrados y totalitarios.
Algo se debía hacer. La economía había caído un 35% del PIB, si la
comparamos con 1989. Luego de cruzar un desierto, donde la misión fue
sobrevivir, con miles de personas deseando emigrar, poca y pésima
comida, apagones de 12 horas y fábricas convertidas en museos de
maquinarias ociosas, Fidel Castro aplicó algunos de los consejos que le
sopló al oído Carlos Solchaga, enviado urgentemente por el presidente
español Felipe González para asesorar las tibias reformas en la isla.
Los parches permitieron abrir algunas iniciativas de trabajo particular
y bolsones de economía mixta. Fue un chorro de oxígeno. Siempre con un
ceñudo comandante único vigilando el avance del carro. Cuando en Caracas
apareció un paracaidista antiyanqui y locuaz, declamador de poemas y
cantador de joropos, Fidel Castro entendió que la etapa de plantarles
cara a los insolentes gringos estaba de vuelta.
Con altos impuestos, trabó y obstaculizó el trabajo por cuenta propia.
Ya no necesitaba a esa legión de 'mercachifles'. Gente que demostraba
que se podía vivir mejor sin el amparo del Estado. Mientras las
licencias de los cuentapropistas caducaban, Castro I retomó el discurso
del Papá Estado, desvainó el sable y la oratoria antimperialista.
Gracias al Santa Claus venezolano se hizo la luz.
El barbudo lo estaba pasando en grande. Alianzas económicas con
insurgentes latinoamericanos que solo funcionaban en teoría, planes de
revolución energética y discursos sobre las propiedades del chocolatín y
el cerelac. De repente se enfermó. Cuba es como una finca familiar:
después de mí, mi hermano. Decidido de antemano, a Raúl Castro le tocaba
administrar. Así fue.
Castro II tiene sus reglas. Sabe que para gobernar mucho tiempo o
cederle la dinastía a un hijo, pariente u otra persona de confianza, se
necesitaba despegar en el plano económico. Había que hacer cambios.
Cuando uno decide hacer reformas en la economía, debe hacerlas. Por una
razón contundente: si se seguía viviendo la utopía paralela de noticias
cargadas de optimismo, cifras macroeconómicas infladas y nacionalismo
barato, la ciudadanía podía perder el miedo y colérica estallar en las
calles.
La teoría del General se resume en el refrán popular de "barriga llena,
corazón contento". Para los tecnócratas oficiales, el cubano se alegra
con ron, mujeres, reguetón y comida caliente en el caldero, como si
fuéramos esclavos modernos.
Con suficientes alimentos y opciones de hacer plata, la muchedumbre
pasaría por alto esa 'tontería de los derechos humanos' y no iba a
exigir democracia ni pluripartidismo. Por eso la premisa sagrada de Raúl
Castro es "los frijoles son más importantes que los cañones".
Las reformas criollas adolecen de reformadores auténticos. Es la misma
camada. Otro punto débil es lo incompleto de esas transformaciones.
Excepto la autorización de vender o comprar una vivienda, donde un
propietario tiene potestad de hacer lo que le venga en gana con su
inmueble, las otras cacareadas aperturas tienen grietas. Es como una
casa encima de un pantano.
Cuando Castro II dio luz verde para que los cubanos tuvieran un teléfono
móvil, quiso demostrar que el régimen era 'democrático'. Y acabó con el
'apartheid turístico' cuando permitió que los nacionales pudieran
alojarse en hoteles. Al eliminar las dos prohibiciones, quedaba al
descubierto que durante el mandato de Fidel Castro habíamos sido
ciudadanos de tercera.
La Ley de Arrendamiento de la tierra ha sufrido varias enmiendas en
cuatro años. En un principio se alquilaba el terreno solo por 10 años y
el campesino no tenía derecho a construir su vivienda en la parcela.
Después se ha ido corrigiendo. Me pregunto si no hubiese sido más viable
arrancar desde el inicio con la opción de rentar la tierra por 99 años y
licencia para levantar una casa.
Así sucede con la venta de autos. Se puede comprar un viejo coche
estadounidense de los años 40 y 50 o un destartalado auto de la era
soviética. Ya para adquirir uno en una agencia se necesita el permiso
del Estado. Sería más simple que cualquiera, dinero en mano, pudiera
comprar un coche nuevo. Se terminaría con la especulación de precios y
el entramado de corrupción que se ha creado alrededor de las ventas de
autos.
La reforma migratoria también presenta deficiencias. Tener que pagar un
pasaporte en divisas es una anomalía. Y un absurdo el derecho que se
otorga el régimen, de mantener en una lista negra a profesionales,
deportistas y disidentes.
Otro gran problema, no abordado por las reformas del General, es la
doble moneda. Se ha hablado y discutido, pero lo primero que debió hacer
es implementar una moneda única. Los trabajadores cubanos pagan el
equivalente a 52 pesos por un litro de aceite, 235 pesos por un kilo de
queso Gouda y de 360 a 1,200 pesos por un jeans. Y solo devengan un
salario promedio de 450 pesos. El trabajador honrado, que no roba en su
empresa, es el que peor vive.
El gobierno dice que para elevar los salarios se debe aumentar la
productividad. Pero los obreros piensan que por tan poco dinero, no vale
la pena laborar con calidad y eficacia. Un círculo vicioso que el
régimen no ha sabido o no ha querido cortar.
En cuatro años de reformas y seis de gobierno de Raúl Castro, no se
aprecian mejoras ostensibles en el país. Han aumentado las quincallas y
los cafetines. Más de 380 mil personas laboran por cuenta propia y no
dependen del Estado para elevar su calidad de vida. Eso es algo bueno.
Pero una economía integral no se edifica vendiendo pan con croqueta. En
gran medida, el gobierno es culpable por los altos precios de muchos
productos, al no crear un mercado mayorista destinado al trabajo privado
y mantener las cuotas del 80% de producción agrícola que un campesino
debe vender a precios de risa al Estado.
En 2006, cuando Castro II fue designado Presidente, una pizza costaba 7
pesos, ahora la más barata cuesta 12. Un corte de cabello valía 10
pesos, ahora vale 20. La lista es larga. En este lluvioso otoño de 2012,
el precio de cada artículo y servicio es más elevado. Y los salarios se
mantienen intactos desde hace seis años.
Hay una contracción en los bolsillos. El segmento de la población que
recibe moneda dura puede seguir pagando comida y productos de cierta
calidad. Pero su dinero cada vez vale menos. 100 dólares en 2004
representan 60 en la actualidad. Debido al 13% de impuesto estatal al
dólar y al alza de precios, las divisas en manos de los receptores de
remesas se ha devaluado.
La gente tampoco tiene demasiada confianza en los gestores de las
reformas. Son los mismos que de una forma u otra han llevado al país al
borde del precipicio. Cuba necesita reformas. Serias, urgentes y profundas.
Según Mart Laar, quien fuera primer ministro en Estonia y estuvo al
frente de reformas estructurales en los años 90, mientras más sencillas
sean las reformas, más exitosas serán. Laar apuntaba que en política
solo hay algo seguro: tarde o temprano estarás fuera del poder. Si el
temor a reformar a fondo es demasiado, saldrás antes. Y lo más
importante, quedarás afuera sin haber hecho nada.
No son palabras huecas. Estonia es una de las naciones que dio un salto
de gigante, de una economía comunista a la deriva a un proyecto de país
funcional. Otro caso es el de Taiwán, donde los propios nacionalistas
iniciaron los cambios sabiendo que perderían el poder. Ahora han vuelto
al gobierno con aires renovados.
Es bueno pensar con cabeza propia. Pero también se debe aprender de
aquellas naciones que han triunfado en sus procesos de reformas. Vale la
pena tener en cuenta la experiencia. Y la lógica.
http://www.martinoticias.com/content/cuba-reformas-ivan-garcia/16151.html
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