Esperando al Papa
Yaxis Cires Dib
Madrid 04-03-2012 - 12:26 pm.
Al margen de la visita de Benedicto, la solución a nuestros problemas la
tenemos que buscar y construir los cubanos.
Un cartel anunciando la visita del papa Benedicto XVI. (REUTERS, La
Habana, 3 de marzo de 2012)
La visita del Papa a Cuba no está exenta de polémica. Sin esperar a que
ocurra, ya hay quien pone en duda sus frutos alegando que solo
beneficiará al régimen. Se trata de un estado de ánimo no muy difícil de
alcanzar si tenemos en cuenta la desconfianza y la desesperanza de la
sociedad cubana, y el hecho de que la elite política haya logrado
infundir la percepción de que siempre gana: si quitan el embargo o si lo
dejan; si es aislada o si se le abren las puertas; si va a la Cumbre de
las Américas o si se queda en casa… Cada cubano tiene inoculado el
síndrome de la eterna victoria del régimen, una de las principales
fuentes de inmovilismo y desidia.
La visita del Papa ayudará a que miles de cubanos sean mejores personas,
por eso vale la pena. Ella permitirá vivir la experiencia de ser parte
de una comunidad humana y espiritual fundada en el amor; por eso vale
igualmente la pena. La misma propiciará que miles de cubanos escuchen un
mensaje diametralmente trascendente al comunista, por ello también vale
la pena. Las dudas son razonables y los condicionamientos de rigor, pero
hay algo objetivo, antes y más allá: nadie puede medir cuantitativamente
y con inmediatez los frutos espirituales de un acontecimiento como este.
Por eso es importante que todos, en especial las autoridades católicas,
hagan cuanto esté en sus manos para que ningún cubano que quiera
participar en cualquiera de las dos grandes celebraciones y escuchar el
mensaje del Papa se vea impedido. Nadie debe aprobar o hacerse de la
vista gorda ante cualquier acción que pretenda coartar el deseo de
cualquier cubano de abrir su corazón a Cristo a través del encuentro con
su Vicario.
En contraposición al pesimismo del que hablamos, están quienes pretenden
decir a todos lo que pueden o no esperar de la visita del Papa. Gente
que cree que le hacen un gran favor a la Iglesia —o a ellos mismos—
rebajando en el mejor de los casos —y afeando, en otros— las
expectativas integralmente humanas de muchos cubanos, que deberían
entender —según esa visión— al pie de la letra, que el acontecimiento
nada tendría que ver con la política, en el sentido de lo público, del
bien común, y que por un acto de magia, la libertad, la justicia social,
la solidaridad con los oprimidos, la verdad y la paz habrían dejado de
ser valores importantes para la Iglesia y el cristianismo, lo cual no es
cierto.
Durante la Misa en la Plaza José Martí, Juan Pablo II expresó: "Aunque
los tiempos y las circunstancias cambien, siempre hay quienes necesitan
de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus angustias, sus
dolores y sus miserias. Los que se encuentren en estas circunstancias
pueden estar seguros de que no quedarán defraudados, pues la Iglesia
está con ellos y el Papa abraza con el corazón y con su palabra de
aliento a todo aquel que sufre la injusticia".
La dinámica del compromiso
En esa visita, justo antes de partir de regreso hacia Roma, el recordado
Papa Juan Pablo II hizo una reflexión que refleja la tesitura en la que
se encontraban entonces y se pueden encontrar hoy miles de cubanos, a
las puertas del también histórico periplo de su sucesor. En aquella
tarde dominical la lluvia había sido una de las protagonistas, por ello,
minutos antes de subir al avión, el Papa dijo en referencia a los
aguaceros: "Esto podría ser un signo: el cielo cubano llora porque el
Papa se va, porque nos está dejando".
Como era de esperar, sus palabras arrancaron los aplausos y la emoción
de todos; sin embargo, inmediatamente vino el detalle: "Esto sería una
interpretación superficial", añadiendo: "Cuando nosotros cantamos en la
liturgia: 'Destilad, cielos, el rocío; lloved, nubes, al Justo', es el
Adviento. Esto me parece una interpretación más profunda". Y remarcó:
"…que esta lluvia sea un signo bueno de un nuevo Adviento en vuestra
historia". Para la Iglesia, el Adviento es un tiempo de espera, de
grandes pruebas, pero también de gran esperanza en el sentido del himno
recordado por el Papa: "Ábrase la tierra y produzca salvación, y germine
juntamente la justicia" (Is 45,8).
La tesitura, obviamente, es si quedarnos con lo superficial o la
parafernalia, reflejo posible de viejos o nuevos tiempos —no
necesariamente "signos de los tiempos"—, o si desear la llegada de algo
nuevo basado en los valores permanentes vividos fiel, creativa y
críticamente.
Por ello, nada debemos recriminar a quienes desean buenos frutos de la
visita; solo acompañar los deseos con convicción, lucidez y esperanza.
De hecho, desearlos es de cristianos o de personas de buena voluntad.
Tampoco es recriminable desear que uno de los frutos sea el inicio o la
consolidación del proceso de cambio que Cuba necesita, que no es un
fenómeno estrictamente político, pues debe iniciarse con una conversión
espiritual interior, y proseguir con otra ético e intelectual de cada
cubano y de la sociedad toda.
Pero en este contexto lo que sí tenemos que entender los cubanos es que
el Papa o cualquier otra autoridad no harán la parte que nos corresponde
a los ciudadanos. La solución a nuestros problemas la tenemos que buscar
y construir los cubanos. Del Papa, que es un hombre humilde y sensato,
debemos esperar y estar abiertos a que su mensaje sea una inyección de
fe y esperanza y que sus celebraciones sean un espacio de encuentro, de
libertad, de "sanación" interior inclusive desde la distancia. Lo otro
nos corresponde a nosotros.
Es necesario, por tanto, cambiar el chip y en eso los católicos de la
isla y del exilio tenemos gran responsabilidad; no enarbolando las
banderas del pesimismo y de la politización, pero tampoco las de la
reacción y el reproche; sino haciendo pedagogía y explicando que el
camino para llegar al Adviento cubano no es otro que el compromiso de
cada uno.
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