¿Nos extirparon el órgano de la rebeldía?
Si algo hay que reconocer a los dirigentes cubanos, y en particular a
Fidel Castro, es su talento sin igual para retener el poder, sea
sumando, restando, multiplicando o dividiendo
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 09/01/2012
Recientemente leía uno de los incisivos artículos de Yoani Sánchez en el
que afirmaba que a los cubanos les habían extirpado el órgano de la
rebeldía. La afirmación aludía a la incapacidad de la sociedad cubana
para producir una respuesta sociopolítica contestataria similar a la que
produjeron en algún momento los checos, los alemanes orientales o los
propios rusos. Y ciertamente, la interrogante anida en muchas cabezas
que se interesan por el tema cubano.
Yo no soy excepción. Durante cincuenta años los cubanos y cubanas
—partes de una sociedad occidental, muy liberal, que protagonizó guerras
y revueltas suficientes para llenar varios libros de historia— han
soportado estoicamente un régimen político autoritario, una verdadera
dictadura sobre las necesidades (recuerdo aquí a Agnes Heller) que en
los últimos veinte años se ha caracterizado por una crónica carestía
económica. Siempre me pregunto exactamente en qué ha consistido la
extirpación quirúrgica que mencionaba Yoani.
Como estamos en año nuevo, cuando siempre nos permitimos liviandades
extras, quisiera compartir algunas especulaciones sobre el tema.
Ante todo creo que a la sociedad cubana postrevolucionaria no le
extirparon un órgano sino que la modelaron sin él.
O sea, que la sociedad que hoy conocemos fue el resultado de una
decantación fatal que (en sus inicios) lanzó fuera del país no solo a la
clase burguesa, sino también a una parte muy considerable de la clase
media; de igual manera que aniquiló no solo a la derecha política, sino
también al centro y a una parte significativa de la izquierda. Lo que
quedó fue una masa amorfa y desorganizada de población remitida al
estético pero confuso concepto de "pueblo" y dirigida por una izquierda
muy radical sin más vocación democrática que las virtudes de su propio
poder y los aplausos de los enredados en la aún más confusa "alianza
obrero-campesina". En tal condición asimétrica, los "dictadores del
proletariado" disfrutaron de una situación excepcional para producir una
ingeniería social que alteró sustancialmente la composición social
cubana. E hicieron cuanto pudieron (Sam Farber lo demuestra
brillantemente en su último libro) por omitir los viveros de la
inconformidad.
Esa masa popular fue beneficiada por los numerosos proyectos sociales. Y
de hecho experimentó una poderosa movilidad social —no creo que en otra
parte de la historia de Cuba la movilidad haya sido tan intensa— lo que
indudablemente contribuyó a generar áreas de consenso. Pero que
sociológicamente debió producir una mayor calificación de los sujetos
sociales y un incremento de las capacidades contestarias. O sea que el
órgano de Yoani debió crecer.
Pero no fue así, pues al mismo tiempo la economía cubana comenzó a ser
subsidiada fuertemente —y lo fue por casi dos décadas— a partir de su
relación política con Moscú. Ello permitió a los dirigentes cubanos
gobernar con una notable autonomía respecto a la sociedad y a la propia
economía calamitosa que habían generado. Pues en última instancia la
reproducción material de la sociedad y del proyecto político autoritario
no dependía de variables internas, sino de las relaciones políticas con
la extinta Unión Soviética.
Y en su relación con la sociedad estaban en una excelente posición para
producir una ideología creíble que apuntaba hacia una marcha indetenible
de la mano de "las leyes de la historia" y de la "amistad
indestructible" de los soviéticos. La ideología, ha dicho acertadamente
Alejandro Armengol, no era superestructura, sino estructura, como aún
aspira a seguirlo siendo. Y lo es efectivamente para un núcleo de apoyo
duro ciertamente minoritario, pero suficiente para demostrar el control
gubernamental de las calles mientras que la inmensa mayoría permanece
expectante, un estado sempiterno de wait and see.
La caída del bloque soviético fue un duro golpe económico, pero
asimilable por un sistema de rígido control policiaco y político. Los
dirigentes cubanos, maestros en el arte de decir lo mismo y lo opuesto
sin sonrojos, culparon a la CIA de todo el estropicio y torcieron toda
la prédica hacia el bando nacionalista. Nuevamente hicieron las mejores
migas con sus antagonistas de la política cubano-americana y la derecha
republicana. Y echaron manos al mejor expediente de movilidad social con
que podían contar: una nueva estampida migratoria que en pocos días puso
en territorio americano a unas cuantas decenas de miles de jóvenes y
obligó a renegociar un acuerdo migratorio más favorable. Cuando la
economía comenzó a recuperarse y llegaron nuevos subsidios en nombre de
Simón Bolívar, ya la población había dejado de aumentar e incluso
comenzaba un peligroso decrecimiento que constituye el signo más
alarmante de la realidad cubana contemporánea.
En otras palabras, que cuando el órgano estaba creciendo y tenía mejores
perspectivas para funcionar, le colocaron encima un fórceps tan potente
que la gente decidió protestar con los remos, y de hecho solo protestó
en las calles —por unas pocas horas— cuando perdieron la esperanza de remar.
Y es que si algo hay que reconocer a los dirigentes cubanos, y en
particular a Fidel Castro, es un talento sin igual para retener el
poder, sea sumando, restando, multiplicando o dividiendo. Han sido
hábiles depositarios de una macabra combinación de estalinismo,
caudillismo gamonal y mafia, todo condimentado con el encanto jesuita
que el comandante aprendió en Belén. Y con ello han compensado sus
notables incapacidades económicas, han seducido a Tirios y a Troyanos y
han sobrevivido a aliados y a enemigos.
Mi duda es si realmente estamos al final inevitable del encantamiento o
si la élite cubana tiene nuevos recursos de acomodamiento. Por un lado,
la relación estado-sociedad ha perdido su misión protectora y se
desvanece en los corrillos del mercado, la desigualdad social y el
empobrecimiento de una parte muy alta de la población. Por otro, la
sociedad es generacionalmente diferente a la que aplaudió frenéticamente
la entrada de los barbudos en La Habana o vitoreó una amistad
cubano-soviética sobre cuya base preparaba sus tres comidas.
Y aunque es cierto que el régimen mantiene una fuerte capacidad de
control represivo y la llegada de la Scarabeo puede conducir a una nueva
era de relativa bonanza, no creo que ello baste para reproducir el
modelo de subordinación sin fisuras que puso un apretado fórceps sobre
el órgano de la rebeldía. Sobre todo porque en cualquier circunstancia
la única manera en que puede funcionar la economía en las nuevas
condiciones —incluyendo aquí la acumulación en beneficio de la clase
burguesa emergente— es desfragmentando los mercados y cerrando las
brechas políticas y legales más excluyentes. Y aunque nada de ello
produce democracia automáticamente, sí genera un escenario más
aperturista, sobre todo en una sociedad occidental y liberal como la cubana.
Pero obviamente todo lo que he afirmado es una posición hipotética solo
útil para la discusión. Sobre todo por quienes desde posiciones
políticas muy diferentes, y deseando un cambio sin disrupciones
violentas, estamos convencidos de que los cambios organizados desde
arriba sin presiones desde abajo y dependientes únicamente de la
voluntad de la élite, solo pueden conducir a aggiornamientos
autoritarios y reciclajes de la mediocridad política y cultural. De esto
trata la llamada transición ordenada: mucho orden y poca transición.
El órgano de la rebeldía es imprescindible.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/nos-extirparon-el-organo-de-la-rebeldia-272668
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