Funcionarios de la embajada cubana en Quito, Ecuador, demoran y
humillan, a quienes necesitan tramites consulares.
David Sosa / Especial para martinoticias.com 26 de septiembre de 2011
La embajada de Cuba en Quito, Ecuador, funciona en un cómodo edificio de
tres pisos ubicado en las calles El Mercurio 365 y El Vengador, en una
zona residencial de la ciudad andina. En los alrededores de ese lugar
hacen "cola", desde antes de las 08:00, entre 20 y 50 ciudadanos cubanos
que esperan (la embajada abre a las 09:00) para hacer diversos trámites:
prórroga de su pasaporte, tramitar cartas de invitación e informarse de
la condición de su status migratorio.
La embajada está al final de una calle ciega, desconocida hasta hace
poco por la mayoría de los taxistas de la ciudad. Pero eso ha cambiado
desde hace dos años hacia acá con la oleada de cubanos que ha llegado a
Ecuador. Ahora cualquier taxista conoce la dirección, y pasa a menudo
por ese cruce de arterias para ofrecer sus servicios a los cubanos que
salen de hacer las diligencias mañaneras.
Si usted llega a las 08:00 en punto verá un espectáculo bastante
patético: los cubanos sentados en el piso, cerca de unas bolsas de
basura y delante de un graffitti -pintado por quiteños entusiastas- que
dice: "Cuba. Socialismo, aguante", con pintura derretida. La temperatura
es de aproximadamente 16 grados centígrados y el sol ha empezado a
calentar, pero a Rosi, una cubana de mediana edad, se le antoja que está
en el Polo Norte. Lleva un abrigo negro impermeable como para los más
crudos inviernos, unas botas de piel hasta las rodillas y una coqueta
bufanda. Ella y su esposo, un hombre mayor vestido con una campera roja,
le "guardan el turno" a unos amigos que acaban de llegar de Cuba.
Y es que ni siquiera por el hecho de estar fuera de la Isla los cubanos
dejan de lado estas prácticas folclóricas que aprendieron desde niños, y
que en Cuba es toda una institución: la "cola". "¿Quién es la última
persona?", pregunta un hombre acompañado de su pequeño hijo y su rubia
esposa. "Soy yo", le dice el mulato con pantalón prelavado, espejuelos
oscuros e infaltable gorra de beisbolista. "¿Para pagos?". El otro le
responde que es la misma cola para todo.
Ha sido una práctica común que en esta esquina consular desde hace
varios años campeen la desidia, la desorganización y la falta de respeto
con los cubanos que van a hacer sus diligencias. Por ejemplo, hasta hace
muy poco las personas debían permanecer más de dos horas al sol, en
plena calle, hasta que los funcionarios cubanos llegaran en sus modernos
carros, algunos pasadas las 09:00, hora en que empieza el horario de
atención.
Pero ahora los habitués de la calle El Vengador sienten que han tenido
su propio vengador a tantos agravios. Se llama Tony Cortés, un animador
cubano que dirige un segmento en Miami llamado Sobre mis pasos. Cortés,
criticado en Miami por sus tibias posiciones ante la realidad cubana,
estuvo hace poco en Ecuador y habló con los cubanos del maltrato que
reciben en ese país. También se fue a la embajada y entrevistó a los
funcionarios consulares.
Debido a su "gestión", piensan algunos que ahora la embajada ha atenuado
un poco sus prácticas de maltrato. Eso al menos piensa Humberto, quien
espera su turno acompañado de una hermosa mulata. "Después que vino Tony
Cortés esto se ha arreglado un poco", dice. "Por lo menos ya no tenemos
que estar ahí en la calle tirados, como animales".
La mejoría comprende un recibidor con varias bancas de madera -muy
parecidas a las de los púlpitos, en las iglesias- para que los cubanos
esperen. Previamente han sido divididos en tres filas, antes de entrar:
una para los que quieren información; otra, para los que van a cambiar o
prorrogar su pasaporte, y la tercera para las "cartas de invitación".
Ya dentro de la embajada -presidida por un cartel de los cinco "héroes
presos por el Imperio"- el "cubaneo" no se hace esperar. Las
conversaciones a los gritos, los celulares sonando sin parar (hay uno
que tiene el tono de la telenovela colombiana, El Cartel) y los cambios
de puesto son el pan de cada mañana. La señora que atiende en la
recepción, una ecuatoriana, no se caracteriza precisamente por su
amabilidad. Acostumbra mandar a callar a los cubanos, los regaña si cree
que están mal ubicados y los va despachando a sus puestos con un par de
frases secas.
Hay turnos. "El catorce, por favor", estése atento. La mulata que llegó
con Humberto quiere hablar con el cónsul. No le aceptan siquiera la
solicitud para el nuevo pasaporte. Explica el cónsul que los pasaportes
no se hacen en Cuba, sino en México y que en el mes de septiembre ha
habido "problemas con el sistema". ¿Y entonces qué hacer?, se
preguntaría Lenin en su famoso tratado agitador. Pasar a la ventanilla
siguiente donde una rubia que huele a Channel No.5 registra el nombre y
un teléfono, hasta nuevo aviso.
Más de un mes para tener un nuevo pasaporte. Los que no viven en Quito,
de malas. Comenta Rosi, con su vecino de asiento, un cubano canoso de
ojos claros, que ya el flujo de cubanos que llegan a Ecuador ha
disminuido. Pero que aún así, siguen llegando. Y comenta en voz baja la
corrupción imperante en el aeropuerto de Quito donde, pese a la norma
que no le exige visa a ningún ciudadano, a los cubanos, para dejarlos
entrar al país les cobran USD400."Esto es una salación acá, mi
hermanito", comenta otro. "En este país estamos entre dos fuegos, por
eso de aquí hay que salir echando cuanto antes".
El mulato de chaqueta y espejuelos oscuros logró "resolver" un mes más
de prórroga. Después se irá para Cuba, se quedará un tiempo allá y de
nuevo volverá "a seguir luchando". Y además a seguir recibiendo
humillaciones de su propia embajada, donde el único Vengador que
encontrará será el que le da el nombre a la calle ciega.
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