España, tarjeta blanca de mi esperanza
Orlando Luis Pardo Lazo
La Habana 05-10-2010 - 7:03 am.
En ningún lugar de La Habana amanece más temprano que frente a la
embajada española: allí se forma la cola para 'escapar'.
Cola frente a la embajada.
Desde la hora del noticiero nocturno del día anterior, mientras el
Estado intenta en vano inventarse una sobrevida pasada por la TV, a lo
largo y estrecho de la madrugada subnacional todavía sin visa ni
ciudadanía, bajo el eclipse artificial de un alumbrado público que
deprime y el cadáver guardado en un cristal del Yate Granma, por miles,
por decenas de miles y más, los cubanos nos recomemos la cola de la
Embajada de España.
Es la revolución migratoria de la Ley de Nietos y olé…: documento leído
con muchísima más atención (y tensión, por si no nos toca) que la actual
Constitución socialista vigente en la Isla.
No hay una esquina de la ciudad que amanezca más vitalmente habitada,
exceptuando la competencia desleal de la Sección de Intereses de Estados
Unidos, que combina en Calzada y K a un ecosistema funerario con la
fuente de la felicidad. Sin embargo, aquí, en la boca del túnel y de la
bahía, por generación espontánea, se articula una comuna
"autogestionaria" que daría envidia al Licenciado Pedro Campos y otros
teóricos cubanos que propugnan ese modelo de socialismo contra el
capitalismo estatalizado que los indigna (e ignora) desde el poder.
Merenderos y mendiguitos en CUC, coleros y custodios que se complementan
en su juego de rol, periodiqueros y portadores de material lectivo para
paliar la humillación de las horas, patrullas despaciosas que monitorean
el área (hay varias cuadras involucradas en este ritual de turnos
rotativos), consejeros populares en qué declarar primero y qué papeles
invocar en cada taquilla, los cuentacuentos de casos raros y
ejemplarizantes que culminan en suicidio o en happy-end, de vez en
cuando la prensa internacional con sus planos paisajísticos de
referencia (a estas alturas del pasaporte, ningún cubano querría dejarse
entrevistar), algunos protestones españoles con permiso del gobierno
cubano (pancartas incluidas: la gente se apartó de ellos como de la
peste, por si acaso eran Huelguistas de Blanco), más un emigrante
etcétera comparable a una estampida ralentizada pero de alta intensidad.
Nunca he visto tanta disciplina por cuenta propia entre compatriotas
salidos desde cualquier punto prehispánico de nuestro país. Algún que
otro careo por el insomnio tal vez, no más. Resabios que no llegan ni al
Almendares, para así llegar más rápido al Manzanares. Descaros resueltos
democráticamente entre los futuros caballeritos del PSOE o el PP, para
que quede clara nuestra posición común de ciudadanos con sangre
remanente importada del Primer Mundo. Gracias, abuelos, Dios y el Rey
los tengan en la Gloria (con la ayuda de Franco que los catapultó a la
cañona hasta Cuba).
Un grafiti agresivo de la Unión de Jóvenes Comunistas propina un
gaznatón de gracia como despedida a esta marcha del pueblo complaciente:
TODO POR LA REVOLUCIÓN, en los tres colores oficiales de la patria ya
casi en pretérito (azul cielo, blanco pureza, rojo rubí).
Al fondo del set, iluminada en una contrapicada de saurio futurista que
derrocha un alarmante alarde de electricidad, se empina el castillo
kafkiano de la Embajada (bandera incluida como señuelo arduo de
conquistar). Es una visión mitad terrorífica y mitad angélica. Detrás de
esa fachada están los titulares de ETA y también las tetas televisadas
de Ana Belén. El rock rosa español que se retransmitirá hasta el fin de
los tiempos por Radio Progreso y los acordes archiconocidos pero
bastante anónimos en Cuba del Concierto de Aranjuez. Juan Ramón Jiménez
más que Unamuno (Lorca pasó de moda porque terminó pareciéndose a las
imitaciones de Nicolás Guillén). Muy Interesante y el Grupo Prisa (el
Premio Ortega y Gasset más que las perspectivas del propio Ortega y
Gasset). Un toque del último Almodóvar y otro del primer Amenábar.
Serrat y Penélope Cruz (Woody Allen y de paso Willy Toledo). El Real
Madrid y Mecano (la Copa de Fútbol 2010 fue un escándalo en los cines de
aquí). La paella desconocida. El chusco Dalí y, por supuesto, el chulo
Dinio (amenazado ahora con tener que empezar de cero la parafernalia de
papeles para partir del paraíso del proletariado).
A la salida del sol, se divisan entonces las alarmas y alambres de púas,
las vallas de contención física y visual, disfrazadas multiculturalmente
de "Obra en Reparación", el camerío googliforme de circuito cerrado para
vernos mejor incluso en la medianoche, y las muecas eurocentristas del
funcionariado al otro lado de una ventanilla con buzón.
Esta marea de neomarielitos que votaron Sí-Por-Todos en nuestras
elecciones al Poder Popular, estos No-Idóneos que no llegarán a ser
despedidos por ningún ministerio local pues prefieren zambullirse en el
pródigo paro español, estos personajes pertinaces del remake criollo de
un "Aquí No Hay Quien Viva" (no han leído a Santiago Alba en Al Jazeera
pero sí en La Calle del Medio), esta hégira de vuelta al vientre de la
Madrastra Patria (no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás
sucedió), estos nacionales de puertas afuera, encarnan una verdad
inverosímil de cara al mundo y un poco a nosotros mismos: así sea en
Suecia o en Ecuador, en Miami o en Moscú, por una herencia o por
dotación genética (en este caso, geniética), donde quiera que se
descuide una embajada en La Capital de Todos los Cubanos, allí estará
nuestra quinta columna, siempre dispuesta a violentar sus biografías con
tal de asistir de lejos al fiasco fúnebre de esa fiesta innombrable aún
llamada Revolución.
Estas son las cuestiones de seguridad nacional que se le escapan
cómicamente a la Seguridad del Estado (a menos que sea el precio de una
gran operación encubierta para penetrar a fondo a Europa desde la
Península). Estos son los numeritos que no quiere apuntar en su ábaco de
futuro nuestro tan estadístico Estado. Y son también la fuente
fundamental de su gobernabilidad inagotable (con un quinto del exilio
cubano de regreso a Cuba, las instituciones actuales serían insostenibles).
Coda
Yo también quisiera ser español, supongo (no desearlo sería casi
traición a una tradición bien cubana). Abuelos no me faltan, vale. De
chico, gustaba más del Generá Resoplez que del pacato Elpidio Valdés
(las mulatas también me ponen, por cierto). De contra, publico y me
comentan desde la mismísima España (el Instituto Cubano del Libro ya ni
se acuerda de que hace dos años no cobro ni un solo derecho autóctono de
autor). En la calle me toman por un pepe extranjero y hasta me gritan
gentilicios agallegados, a ver si aciertan con mi ciudad natal. Joder,
que Cuba a mí también me cansa, lo confieso. Tanto, que cada noche me
doy de hostias a la hora del noticiero para ponerme en marcha, pero
igual no muevo ni un dedo para llegar hasta el fin de la fila y pedir el
último para mañana a primera hora en la Embajada más cubata de España.
Estoy chungo, sospecho. Mejor espero mi Real Ciudadanía en una de esas
llamadas caritativas de nuestro Cardenal (el himno es un pelín largo
pero no suena nada mal, según mi versión obsoleta de la Microsoft
Encarta). Por favor, recen (no de rodillas) una España Nuestra por mí.
http://www.diariodecuba.com/cuba/espana-tarjeta-blanca-de-mi-esperanza
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