09:12 (05-09-2010) | 10
El preso político Omar Rodríguez Saludes, ahora residente en España,
dibuja en LA GACETA cómo es la realidad de la feroz dictadura de Castro.
"No es fácil vivir encadenado", asegura
La brutal dictadura de Fidel Castro genera mártires entre los disidentes
que luchan por la libertad. Omar Rodríguez Saludes es uno de ellos. Este
periodista fue apresado por las autoridades de la dictadura en marzo de
2003 y condenado a 27 años de prisión. Tras años en cárceles con
condiciones infrahumanas, es uno de los presos políticos que ahora
residen en España merced al acuerdo entre el castrismo y el Gobierno
español. En las líneas que siguen, tituladas 'Miradas perdidas',
Rodríguez da cuenta de la verdadera realidad de Cuba. Una realidad
desoladora e hiriente que algunos políticos de izquierdas, como la
secretaria de organización del PSOE, Leire Pajín, que esta semana ha
viajado a la isla, no quieren ver. La venda socialista en los ojos. Este
texto tal vez sirva para quitarla:
A Cuba no se le puede conocer desde afuera. Es gran error mirarla con
catalejo. Hay que vivir dentro de ella para entender sus realidades.
Además del estricto control policiaco, la supervivencia de la dictadura
se asienta en la propaganda perpetua. Esto lo ha sabido manejar
científicamente Fidel Castro. Cuba es "la esperanza del mundo", se
repite una y otra vez, y los recostados, que desde los balcones de
enfrente escuchan esos cantos, asienten complacidos.
No es fácil –lo aseguro– vivir encadenado, como el reo a la reja, a la
ausencia de los elementos, donde confluyen la escasez, la represión y el
miedo. Tal condena es difícil de arrastrar.
Desde otras fronteras, abrigadas y seguras, es muy llevadero destinar un
minuto del ocio para lanzar gritos remunerados a favor de un Gobierno
que, anclado en los confines de los tiempos y vestido de verde olivo, se
aferra a las poltronas del poder.
Confortable también resulta alzar el puño encendido dentro de ese hotel
climatizado y de ofertas variadas que la isla caribeña garantiza al
foráneo útil que, de forma servil, trabaja para la política del régimen,
pero se mantiene alejado del verdadero cubano, el del bolsillo agrietado
y bicicleta china Forever.
La mulata de la barriada de Lawton conoce bien a esos trasnochados.
Ella, casi adolescente, se despide cada noche del solar de mala muerte,
exhibiendo minifalda provocativa y tacones lejanos, para encaminarse,
con la agonía de sus frustraciones, hacia la habitación donde el
extranjero solitario tiñe su bandera de rojo.
Todo lo comenta Jacinto, su padre. A ella la vio crecer en la escuela de
Patria o Muerte, jurando, ante la tribuna obligada, que sería como el
Ché Guevara. Él recita su dolor acompañado por la botella, casi vacía,
que en la noche anterior pasó apurado por el serpentín criollo y por un
reverbero que se resiste a desaparecer. Sentado en el recodo de una
esquina cualquiera le es imposible abandonar sus penas, mientras que, de
vez en vez, pasa su vista agotada y confundida por la valla oficialista
que le convida a no perder la esperanza.
Solo quienes viven en Cuba pueden responder el porqué de la existencia
generalizada de edificios destruidos. Pueden también los isleños
explicar las razones por las que en la calle se vive a plazos. Cada
mañana hay que agradecer el despertar junto a la familia. Es casi
imposible en Cuba encarar la vida de forma civilizada y honesta. Un
reducido espacio en la estación policial siempre se espera como un
destino. Salir a la lucha, al fuego diario, es el reto. La ilegalidad es
lo único que garantiza el plato no racionado en la mesa desolada. Cuba
es una galería distante y de penumbras que resulta atractiva para ese
curioso mal informado y para todo aquel que quiere hacer carrera
política. Lo sabe hasta el anciano en retiro que amortigua su pena
vendiendo todo lo que su mano agotada pueda sostener.
La vida es bella, se sabe. Es un regalo imposible de despreciar. Pero el
cubano de disfraces la vive al revés debido a la ausencia de sueños y
filosofías particulares. He aquí el origen de la obsesión por la
partida, de abandonar el presente impreciso, de encontrar esa nueva
frontera que le garantice lo elemental. El cubano prefiere ser
peregrino, un errante internacional, a verse obligado a perder lo
positivo. Amargo sabe el futuro cocinado en el fuego del infierno. Por
favor, no regalen más combustible. Si han de mirar a Cuba, extiendan
solo la mano que logre calmar la sed de libertad.
http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/politica/verdadera-cuba-que-pajin-no-quiso-ver
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