Francisco Chaviano González
LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - El 28 de septiembre de
1960, cuando Fidel Castro pronunciaba uno de sus discursos en el
antiguo Palacio Presidencial, frente al Parque de las Misiones, fue
interrumpido por el estallido de un petardo. El orador, molesto, expresó
que la contrarrevolución estaba haciendo de las suyas.
Un rato después explotó otro artefacto, y casi de inmediato se escuchó
el tercer petardo. Castro, indignado, expresó: "¡Está bueno ya, pongamos
fin a estos actos de la contrarrevolución, vamos a crear una
organización revolucionaria que vigile cuadra por cuadra en defensa de
la revolución!" Aquella noche no se oyó un petardo más.
Así nacieron los Comité de Defensa de la Revolución (CDR), organización
que vigila todo lo que ocurre y se mueve en la cuadra. Al principio los
CDR no contaban entre sus filas ni a la mitad de la población, pero en
la medida en que el gobierno se fue convirtiendo en el único empleador,
distribuidor y dueño de todo, la organización creció. Ser miembro del
comité se hizo indispensable para tener un trabajo, e incluso podía ser
un factor decisivo para que un tribunal fallara a favor o en contra de
la persona enjuiciada.
Por supuesto, que la creación de algo tan abarcador y agresivo para
defender el poder, fue en realidad un asunto bien pensado y planeado, y
no una ocurrencia circunstancial surgida de pronto, en medio de un
discurso. ¿Quién puso las bombas que sirvieron de pretexto?
Resulta interesante que en las reuniones de miembros de esta
organización predominan las referencias a un supuesto enemigo, siempre
hechas en tercera persona, como: "Tenemos que vigilar a los que entran y
salen con paquetes, e informarlo". Los líderes de la organización
hablan como si se refirieran a enemigos o individuos extraños, cuando en
realidad se refieren a los propios miembros de la misma, porque desde
hace mucho tiempo la afiliación cederista es una formalidad
prácticamente compulsoria y, por ende, todos los cubanos son miembros.
Sería más correcto que dijesen: "Tenemos que vigilarnos los unos a los
otros".
Los Comités de Defensa de la Revolución fueron desde su creación un
látigo contra aquellos que no apoyaban al gobierno y durante los
primeros 20 años de su existencia, jugaron un papel preponderante en el
engranaje represivo del régimen. El objetivo era que cada cubano se
convirtiera en un policía, en un delator de sus vecinos, y fomentar de
ese modo el miedo y la paranoia colectiva, indispensables para
garantizar la supervivencia de la dictadura.
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