Fidel volvió a ponerse su camisa verde para decirle al mundo que en Cuba
no cambiaba nada
Màrius Carol | 28/07/2010 | Actualizada a las 00:59h | Internacional
Si un tipo podía inferirlo casi todo de otro simplemente con ver cómo
vestía, ese era Henry James. La semiótica acabó por darle la razón
décadas más tarde, aunque sus intuiciones resultaban casi siempre
injustas o exageradas. Lo cierto es que, en nuestros días, nadie duda de
que el vestuario contiene códigos a partir de los cuales mandamos
mensajes más o menos encriptados. Este fin de semana, reapareció Fidel
Castro ante las cámaras de la televisión cubana para homenajear a los
rebeldes que cayeron en el fallido asalto del cuartel de Moncada, que
dirigió en 1953 contra la dictadura de Fulgencio Batista. Allí, en
Artemisa, a 60 kilómetros al sudoeste de La Habana, con escasa presencia
pública, se dejó ver con su simbólica camisa verde oliva, el mismo
modelo que no le ha abandonado desde que tomó el poder en Cuba, como
emblema revolucionario.
No es casual que, mientras la Iglesia del país, en colaboración con el
Gobierno de España, está consiguiendo sacar de las cárceles a presos
políticos, se especule con cambios en la política económica ante la
crisis galopante que vive la isla. En este contexto, Castro ha
reaparecido como el Cid redivivo, para decirle al mundo que en Cuba no
cambia nada y que allí manda él. No somos nuestros vestidos pero
hablamos a través de ellos, así que rescatar la caduca camisa verde ha
sido como disfrazarse del Fidel de Sierra Maestra, cuando el planeta
tiene fijada su imagen de paciente hospitalario. Después de haberle
visto en la clínica en chándal, comiéndose un yogur al lado de Hugo
Chávez, hemos tenido la sensación de que también la revolución cubana
estaba seriamente enferma, por más que los esfuerzos por mantenerla en
vida resulten tanto o más desesperados que en el caso del Comandante.
Pocas prendas como la camisa para enviar mensajes al mundo. Garibaldi
vistió a los suyos con camisas rojas, Hitler se apoyó en paramilitares
que lucían camisas pardas, Mussolini formó una milicia de camisas negras
fascistas. E incluso José Antonio uniformó a la Falange con camisas
azules. Los colores no eran baladís: el rojo sugería rebelión, el pardo,
milicia; el negro, intimidación; el azul, firmeza. Hubo incluso un grupo
nacionalista en México, fundado por el general Rodríguez Carrasco, que
repartió entre su gente camisas doradas, para recordarles que la vida
vale su peso en oro.
Fidel Castro vestido de sí mismo resulta un anacronismo. Este largo
adiós del Comandante de casi cuatro años sugiere la metáfora de un
régimen que sobrevive en la UVI, aunque sin cura posible. El verde de su
camisa fue para muchos el color de la esperanza, pero para muchos más
constituye el tinte de la desesperación. Castro está muy enfermo y el
modelo cubano no tiene remedio. Demasiado dolor para tan poca isla. Hoy
resistir no es vencer, sino convencerse de que este camino no lleva a
ninguna parte.
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