Entrevista con el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana
Nuestra voz es un llamado al diálogo. Entrevista con el cardenal Jaime
Ortega, arzobispo de La Habana.
Para cualquiera que preste atención a lo que acontece en Cuba hoy, sea
cubano o extranjero, está claro que atravesamos uno de los momentos más
singulares de nuestra historia. Por mucho que se insista en lo
contrario, hay imprecisiones en los contornos económicos, políticos,
culturales y hasta religiosos que condicionan la vida nacional. A lo
anterior habría que añadir el lugar que ocupa la Iglesia en medio de la
sociedad cubana: mientras para algunos dice demasiado, otros consideran
que dice poco.
Con esta entrevista al cardenal Jaime Ortega, Palabra Nueva ofrece no
solo el criterio oportuno de nuestro arzobispo y pastor en relación con
el momento que vivimos, sino que en su palabra se reitera, una vez más,
el llamado de la Iglesia al diálogo y la reconciliación entre todos los
cubanos.
Orlando Márquez
Palabra Nueva: Señor cardenal, recientemente los medios nacionales
dieron amplia difusión a una reunión en la que estuvieron presentes los
pastores y líderes de prácticamente todas las confesiones religiosas
presentes en Cuba junto al presidente Raúl Castro, la señora Caridad
Diego, jefa de la Oficina de Asuntos Religiosos, otros altos
funcionarios cubanos, así como el religioso dominico brasilero frei
Betto. Pero no hubo obispos ni representantes de la Iglesia católica en
Cuba en ese encuentro. Esto ha generado en muchos algunas dudas o
preguntas sobre la posición de la Iglesia en relación con el gobierno
cubano. ¿A qué se debe la ausencia de la Iglesia católica en estos eventos?
Cardenal Jaime Ortega : Para este acto recibimos invitación tanto los
obispos auxiliares como yo y otros miembros del clero y algunos
religiosos y religiosas, pero declinamos asistir por tratarse de una
conmemoración de dos eventos no relacionados directamente con la Iglesia
Católica. Uno es el aniversario de una reunión efectuada por el
presidente Fidel Castro hace veinte años con el Consejo de Iglesias de
Cuba, al cual no pertenece la Iglesia Católica. El otro hecho
conmemorado conjuntamente, fue la publicación en Cuba del libro "Fidel y
la religión" de frei Betto, que tampoco nos implicaba directamente a
nosotros como Iglesia, si bien este libro contiene varias acertadas
respuestas de Fidel que tienen valor aún hoy, con respecto a temas
pendientes en las relaciones Iglesia-Estado, como son varios aspectos de
la educación católica. Pero no creemos que esta conmemoración
justificara una convocatoria tan amplia de distintas confesiones
religiosas, representantes de cultos sincréticos, espiritistas y aún
dirigentes de la masonería, que no constituye esta última una religión.
Creo que lo único que tienen en común esas manifestaciones religiosas,
animistas o asociativas, es el hecho de ser atendidas todas por la misma
Oficina de asuntos religiosos del Comité Central del Partido Comunista
de Cuba. Pero esta oficina, que presta servicios a los distintos
sectores religiosos, pararreligiosos o asociativos de Cuba, no
constituye una especie de máximo organismo que reúna, con un mismo fin,
a los distintos grupos que le estarían subordinados.
P.N.: En ese mismo encuentro se evocaban palabras del ex presidente
Fidel Castro en la entrevista concedida a frei Betto hace veinte años y
recogida en el libro que usted menciona, concretamente su llamado a una
"alianza estratégica" entre cristianos y marxistas para hacer frente a
los males de América Latina. Pero ahora la "alianza estratégica" sería
una alianza definitiva entre cristianos cubanos y las autoridades en
Cuba para trabajar, se dijo, por el bien de la sociedad. Como la Iglesia
no estuvo en ese encuentro, ¿qué responde a esa invitación a establecer
una alianza estratégica definitiva con el gobierno por el bien de la
sociedad?
C.J.O.: En efecto, se habló en esa ocasión de una alianza estratégica,
con el Estado cubano y con vistas al bien del pueblo, por parte de los
distintos grupos allí reunidos.
Nunca he aceptado esos términos para considerar la acción propia de la
Iglesia dentro de la sociedad y sus relaciones con los poderes del
Estado, porque tienen resonancias militares o políticas en nada
conformes para desarrollar las relaciones de la Iglesia con el Estado,
pues la posibilidad de actuar en la sociedad, de servir a los hombres y
mujeres que viven en nuestro país, no depende de un pacto social expreso
o tácito de la Iglesia con el Estado.
La acción de la Iglesia dentro de la sociedad pertenece al orden de los
derechos y el derecho a la libertad religiosa está reconocido claramente
en la Constitución vigente en Cuba. Es dentro de ese propio marco
constitucional, según su misma identidad y su modo propio de proceder,
que la Iglesia Católica despliega su misión en Cuba en pro del bien
común. En la búsqueda del bien común puede la Iglesia coincidir con
instituciones oficiales o privadas, con organismos internacionales de
ayuda, etc., que colaboran al bien general de la nación cubana; pero ni
vertical ni horizontalmente la acción de la Iglesia se funda en alianza
alguna, sino que brota del derecho que tiene el cuerpo eclesial de hacer
presente el amor de Jesucristo en el mundo de hoy según su propia misión.
P.N.: Cuando la Iglesia habla de bien común, habla también de una serie
de condiciones favorables que permitan el desarrollo pleno de la persona
que vive en sociedad. En las difíciles condiciones que atraviesa el país
hoy, ¿cómo puede ayudar la Iglesia en la búsqueda del bien común para
toda la sociedad?
C.J.O.: Nuestro país se encuentra en una situación muy difícil,
seguramente la más difícil que hemos vivido en este siglo xxi . En la
prensa de Cuba aparecen opiniones de todo tipo respecto al modo de
buscar salidas para las dificultades económicas y sociales de este momento.
Muchos hablan del socialismo y sus limitaciones, algunos proponen un
socialismo reformado, otros se refieren a cambios concretos que hay que
hacer, a dejar atrás el viejo estado burocrático de tipo estalinista,
otros hablan de la indolencia de los trabajadores, de la poca
productividad, etc. Pero hay un denominador común fundamental en casi
todos los opinantes: que se hagan en Cuba los cambios necesarios con
prontitud para remediar esta situación. Yo creo que esta opinión alcanza
una especie de consenso nacional y su aplazamiento produce impaciencia y
malestar en el pueblo.
Las dificultades de la crisis económico-financiera internacional
hicieron su aparición justo en el momento en que tres huracanes
afectaban a Cuba dejando numerosas pérdidas.
Tanto estas realidades nuevas, como el ya semicentenario bloqueo por
parte de Estados Unidos, se suman a las perennes dificultades económicas
de Cuba provenientes de las limitaciones del tipo de socialismo
practicado aquí y configuran un panorama a veces sombrío
P.N.: Perdón… ¿Cree verdaderamente que el conflicto con Estados Unidos
marca de modo determinante la vida de los cubanos?
C.J.O.: Creo que un diálogo Cuba-Estados Unidos sería el primer paso
necesario para romper el círculo crítico en que nos encontramos.
Al comienzo de su gestión el presidente Raúl Castro propuso a los
Estados Unidos este diálogo sin condiciones y sobre todos los temas,
incluyendo los derechos humanos, y ha repetido su propuesta en más de
una ocasión.
En su campaña política presidencial, Barack Obama también indicó que
cambiaría el estilo al uso y buscaría ante todo hablar directamente con
Cuba.
En esos momentos crecieron las expectativas del posible encuentro entre
ambos países. Sin embargo, después de llegar al poder, el nuevo
presidente norteamericano ha repetido el viejo esquema de gobiernos
anteriores: si Cuba hace cambios con respecto a derechos humanos,
entonces los Estados Unidos levantarían el bloqueo y se abrirían
espacios para un diálogo ulterior.
Si bien se dieron pasos importantes que modificaron algunas medidas
contraproducentes impuestas por el anterior gobierno, con el tiempo se
alteró la propuesta preelectoral. De nuevo la antigua política
prevaleció: comenzar por el final. Estoy convencido que lo primero debe
ser encontrase, hablar y en el avance del diálogo se darían pasos que
puedan mejorar las situaciones difíciles o superar los puntos más
críticos. Este es el modo civilizado de enfrentar cualquier conflicto.
P.N.: En las últimas semanas esta situación de enfrentamiento se ha
agudizado, específicamente a partir de la muerte del preso Orlando
Zapata Tamayo debido a una huelga de hambre. Al menos otro ciudadano
cubano se ha sumado a este tipo de protesta, las esposas y madres de los
presos políticos se manifiestan por sus seres queridos, a lo que el
gobierno cubano responde con firmeza… Todo esto enrarece aún más el
ambiente. ¿Es posible un diálogo en estas condiciones?
C.J.O.: El hecho trágico de la muerte de un prisionero por huelga de
hambre ha dado lugar a una guerra verbal de los medios de comunicación
de Estados Unidos, de España y otros. Esta fuerte campaña mediática
contribuye a exacerbar aún más la crisis. Se trata de una forma de
violencia mediática, a la cual el gobierno cubano responde según su modo
propio.
En medio de esto ¿qué puede hacer la Iglesia por el bien común?
Ciertamente su misión le impide sumarse simplemente a una de las dos
partes enfrentadas, con propósitos políticos de desestabilización de un
lado, y con el consecuente atrincheramiento defensivo de otro. Lo que
nos corresponde como Iglesia es invitar a todos a la cordura y a la
sensatez para que se pacifiquen los ánimos.
Sabemos que un llamado a la Paz es, históricamente, inútil en el fragor
de una guerra. Pero es el llamado que siempre ha repetido la Iglesia en
todo tiempo y ante cualquier conflicto. El Papa Pablo VI acuñó una frase
que tiene aquí toda su validez: "Diálogo es el nuevo nombre de la Paz ".
Porque en medio de ese fuego cruzado de palabras y argumentos resulta
afectado el pueblo, cansado y deseoso de un presente y un futuro más
sereno y próspero. Si nuestra voz fuera escuchada, necesariamente
tendría como contenido un llamado al diálogo.
Este llamado lo hicimos los obispos de Cuba en nuestra nota que
lamentaba la trágica muerte de Orlando Zapata, en la que pedíamos "a las
autoridades que tienen en sus manos la vida y salud de los prisioneros,
que se tomen las medidas adecuadas para que situaciones como éstas no se
repitan y, al mismo tiempo, se creen las condiciones de diálogo y
entendimiento idóneo para evitar que se llegue a situaciones tan
dolorosas que no benefician a nadie y que hacen sufrir a muchos". Esta
disposición conciliadora, aunque parezca mostrarse infructuosa, es la
misma que repetimos en el caso de Guillermo Fariñas, el otro ciudadano
cubano que se ha sumado a este modo de protestar: pedirle que abandone
la huelga de hambre.
P.N.: En este ambiente de acción-reacción, hemos visto incrementarse
entre nosotros las respuestas con alguna forma de violencia contra
quienes expresan en Cuba sus desacuerdos o reclamos, específicamente en
el muy comentado caso de las Damas de Blanco. ¿Qué piensa de esto?
C.J.O.: No es el momento de atizar las pasiones. Por eso resultan
penosos los actos de repudio hacia las madres y esposas de varios
presos, a las cuales se unen ahora otro grupo de mujeres, conocidas
todas como las Damas de Blanco.
Después de los dolorosos actos de repudio ocurridos con ocasión del
éxodo de El Mariel en 1980, pensaba que éstos no retornarían más a
nuestra historia nacional. En aquella ocasión, los obispos nos
entrevistamos con un alto funcionario del gobierno que, tras escuchar
nuestras consideraciones sobre esos actos, nos dijo: "pueden irse
tranquilos, estos actos tienen que acabarse y será muy pronto". En
efecto, los actos de repudio desaparecieron poco después en aquella
ocasión. Pero con sorpresa vimos que algún tiempo después estas acciones
comenzaron a aparecer de nuevo en la escena nacional, y también entre
cubanos del sur de la Florida frente a otros cubanos de pensamiento
diverso, o artistas procedentes de Cuba, etc. No debe quedar en nuestra
historia como pueblo este tipo de intolerancia verbal, y aún física,
como rasgo característico del cubano. De hecho son siempre pocos quienes
escenifican estos actos que no indican el sentir de la mayoría.
P.N.: Volviendo a los presos políticos. Recuerdo que a raíz de las
detenciones y juicios sumarios del año 2003, tanto la Santa Sede como
los obispos cubanos pidieron a las autoridades gestos significativos de
clemencia, gestos humanitarios para con personas que habían recibido
largas sentencias y eran enviados muy lejos de sus casas. ¿Continúa la
Iglesia expresando su interés por estas personas? ¿Hay algo nuevo al
respecto?
C.J.O.: Respecto a los presos por causas políticas, la Iglesia ha hecho
históricamente todo lo posible porque sean puestos en libertad, no sólo
los enfermos, sino también otros.
Con la participación de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados
Unidos en la década de los 80 salieron de la cárcel un buen grupo de
presos, que junto con sus familiares más cercanos partieron para los
Estados Unidos. Considerados todos juntos, prisioneros y familiares,
fueron más de mil los que en varios vuelos costeados por los obispos
norteamericanos salieron de Cuba. Sólo los que tenían grandes delitos de
sangre no recibieron visas para los Estados Unidos u otros países. A
petición del Papa Juan Pablo II en su visita a Cuba, también un buen
número de presos fue puesto en libertad y emigraron cuantos recibieron
visas de diversos países, con la misma reserva hacia los delitos graves
por los países receptores.
Esto es lo que siempre hace la Iglesia con los presos y toda persona
afectada en relación con ellos, como son sus familiares. Lo mismo ha
hecho con respecto a los cinco cubanos presos en Estados Unidos a
solicitud de sus familiares, haciendo gestiones, hasta ahora
infructuosas, para que al menos dos de las esposas que hace ya casi diez
años que no ven a sus esposos puedan visitarlos. Con respecto a todo
aquel que se encuentra en situaciones deplorables, sin analizar las
causas ni las razones de su condena, la misión de la Iglesia es siempre
la de la comprensión y la misericordia, actuando discreta pero
eficazmente para que la situación de esas personas afectadas sea
superada para bien de ellas y de los suyos, aunque no siempre se logren
los resultados esperados.
En suma, en este tiempo difícil, la Iglesia en Cuba pide la oración y la
acción de todos los creyentes para que el amor, la reconciliación y el
perdón se abran paso entre todos los cubanos de aquí y de otras latitudes.
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