Jorge Olivera Castillo, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Por ahora no se escucha el
sonido de los proyectiles. Entre los intersticios de esas ausencias que
invitan a pensar en el pacifismo, se consigue visualizar la herida que
sangra, el cuerpo que agoniza y otras penalidades infligidas por
cualquiera de los personajes del bestiario insular.
Las pistolas están ahí, en el cinturón de los jefes, visibles y
lustrosas para ser usadas en casos de mayor connotación, o simplemente
como un instrumento que traza en la mente de discrepantes el plano del
miedo a escala natural.
Basta pasar revista a las golpizas que le dan el punto final a algunas
reuniones convocadas para discutir algún asunto social o político desde
la óptica del pensamiento no gubernamental. Los para policiales no
portan armas. Sus superiores quieren soluciones a mano limpia y si acaso
discretos garrotazos en caso de que la operación represiva se complique.
Los puñetazos y puntapiés sobre los cuerpos escogidos para el abuso
causan lesiones que el tiempo envuelve en el olvido.
El ciclo se repite sobre el telón de la impunidad y la indefensión de
las víctimas. Así transcurre la historia de un genocidio sui géneris.
En Cuba se padecen los rigores del despotismo a un grado que suele pasar
inadvertido, pero que aporta elementos de una tragedia de dimensiones
nacionales.
Ser maltratado física y verbalmente por actitudes antagónicas a las
reglas del partido, ha pasado a ser una probabilidad con perspectivas de
estructurarse en la práctica.
El nivel de violencia política se asocia a la decadencia del sistema y
el agotamiento de una ideología que ha perdido sus esencias en un mar de
disparatadas experimentaciones.
La metodología de demonizar al adversario y proceder a su paulatina
eliminación, sigue siendo una estrategia que le ha permitido al régimen
mantener el control de la sociedad pagando un precio pequeño al
compararlo con el número y la naturaleza de las tropelías. Campañas
mediáticas de desprestigio, actos de repudio, cárcel, represalias laborales.
Tales descripciones apenas revelan una parte del arsenal dispuesto para
destruir a quienes discrepan de la política oficial, al margen de los
procedimientos empleados en la conformación de esas posturas.
Hay muchas maneras de causar daño, incluso matar sin dejar evidencias.
Cientos de cubanos han terminado suicidándose debido a una sostenida
política de asedio diseñada por la policía política.
Otras estadísticas escondidas bajo un manto de silencio describen una
elevada cifra de muertes que se añaden al expediente de un gobierno
psicópata. En estos momentos, un lugar donde es factible descubrir un
cúmulo de evidencias de este tipo es la cárcel.
A Ariel Sigler Amaya, según relata su esposa Noelia Pedraza, lo han
destruido en más de 6 años de reclusión. Pesaba cuando llegó a la cárcel
200 libras. Ahora pesa 100, además de sufrir problemas de locomoción.
Sólo puede trasladarse en silla de ruedas. La información agrega que
todavía no hay un diagnóstico sobre las causas de ese pronunciado deterioro.
Este drama es una brizna que no llega a ilustrar las gigantescas
dimensiones de la catástrofe.
Expresar una opinión libre podría ser el inicio del camino hacia la zona
más profunda del infierno. La muerte, el dolor y la locura esperan
nuevos huéspedes. En esas geografías se asienta el pasado y el presente
de los verdugos que matan lentamente, con alevosía, como lo hacen los
asesinos en serie.
Cuba: La muerte por otros medios (30 July 2009)
http://www.cubanet.org/CNews/y09/julio09/30_C_2.html
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