El laberinto del General
Para salir del atolladero actual es necesario aprobar, con coraje y
decisión, un programa integral de reformas.
Oscar Espinosa Chepe, La Habana | 06/02/2009
Los "cambios estructurales y de conceptos" prometidos por el general
Raúl Castro, no aparecen. Las prohibiciones absurdas en esencia son
mantenidas y, por el contrario, desde junio de 2008 se arreció la
represión contra el sector informal de la economía, una especie de
contrarreforma que contradice las esperanzas de transformaciones.
En su discurso resumen de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 27
de diciembre pasado, el presidente arrojó un jarro de agua fría sobre el
advenimiento de los cambios, posponiéndolos para una discusión a
realizar en el próximo VI Congreso del Partido Comunista —del que se
habla bastante poco—, mientras problemas de todo tipo se acumulan en un
entorno de riesgos internacionales cada día más complejo y adverso.
Al mismo tiempo, Castro pronosticó que la reparación de los daños
provocados por los tres huracanes de 2008, en particular la
reconstrucción de más de 500.000 viviendas dañadas total o parcialmente
y las 70.000 de eventos anteriores, "con un esfuerzo continuado, pudiera
necesitar de 3 a 6 años". Y opinó sobre otros asuntos importantes,
muchos de los cuales podrían tener sentido en términos generales, pero
para desarrollarlos necesitan un proyecto integral de transformación de
la sociedad, desconocido hasta ahora.
En modo alguno puede objetarse el planteamiento del general de que no
puede gastarse más de lo que se ingresa. Objetivo que resulta
inalcanzable si no se crea un ambiente propicio para la laboriosidad y
el desarrollo del potencial creativo. Actualmente, sólo hay alicientes
para que las personas no trabajen y desmotivar la creatividad del
ciudadano. El propósito anunciado de reducir el 50% de los gastos
previstos en viajes al exterior de organismos y empresas, así como la
disminución radical de las "gratuidades", podrían ser medidas correctas,
aunque insuficientes si no se acompañan de políticas dirigidas a
suprimir las ataduras que impiden el avance de las fuerzas productivas.
Ideas al vuelo
Hoy más que nunca es necesaria una verdadera reforma agraria, que brinde
incentivos a los campesinos para producir los alimentos requeridos y
dejar de importar cantidades fabulosas de víveres, que en gran parte
pueden ser producidos en las extensas tierras baldías del país. La
entrega de tierras en usufructo, que marcha al parecer muy lentamente
por la cantidad de prohibiciones y cortapisas de la ley, no es la
solución a los problemas de la agricultura.
Al mismo tiempo, debería fomentarse la libertad para el trabajo por
cuenta propia y permitir la creación de pequeñas y medianas empresas
particulares que generen riquezas, brinden flexibilidad a la economía y
den empleo real y eficiente a muchos ciudadanos. De esta forma se
facilitaría el traslado de mucha mano de obra sobrante y subutilizada en
las sobrecargadas empresas estatales.
Esto último es básico para alcanzar una racional organización del
trabajo, imposible en las condiciones actuales: las plantillas infladas
impiden tomar las medidas organizativas indispensables para el
incremento de la productividad. En una primera etapa, esas medidas
crearían las bases para el perfeccionamiento de la economía y servirían
de incentivo a la necesaria inversión extranjera, que está desmotivada
para participar en un país varado en el tiempo.
Criterios aportados por el general en el mencionado discurso, rompen
ciertamente el fracasado esquema igualitarista que por muchos años
imperó, con enormes daños para la economía nacional y sin
correspondencia con una verdadera concepción socialista. Es justa su
visión de que el salario debe ser la base del ingreso de los
trabajadores, y que la responsabilidad del Estado debe ser esencialmente
asegurar educación, salud pública y seguridad y asistencia social,
mientras la del individuo es realizar el máximo esfuerzo para alcanzar
el progreso propio y de su familia.
Estos conceptos no deben quedar en la retórica, sino en la creación de
condiciones y la libertad necesaria para que las personas puedan ganarse
la vida dignamente y aportar a la sociedad.
¿Más aparatos burocráticos?
Raúl Castro habló de la creación de la Contraloría General de la
República, como órgano jerárquicamente superior a los organismos de la
administración central y subordinada directamente al Consejo de Estado,
con el objetivo de acrecentar el control sobre la utilización de los
fondos públicos.
Con nombres iguales o diferentes, en muchos países existen entidades
semejantes, pero si no se promueve el buen uso de los recursos ni se
mejora el nivel de vida de los trabajadores, con Contraloría o sin ella
continuarán los altos niveles de corrupción y descontrol.
La solución no radica en diseñar más costosos aparatos burocráticos de
administración, sino en ir al fondo de los males. Es imposible detener
el desvío de recursos con un salario promedio mensual de 414 pesos,
equivalente a unos 20 dólares estadounidenses, o lograr un control
aceptable cuando los economistas y contadores públicos tienen
retribuciones insuficientes, condiciones laborables inaceptables y falta
el reconocimiento social, lo cual ha ocasionado que en la mayoría de las
empresas la contabilidad carezca de confiabilidad.
Además, la dualidad monetaria crea grandes complicaciones para el
mantenimiento del control, sin soslayar los efectos perniciosos de la
anarquía en materia de precios y la inexistencia de tasas reales entre
las monedas nacionales y las foráneas.
Como dato interesante, podría citarse que en Ciudad de La Habana sólo
421 empresas, el 46,7% del total, tenían una contabilidad certificada
como confiable al cierre de 2008, según una información brindada a
principios de este año por el director provincial de Economía y
Planificación al periódico Tribuna de la Habana. Esto, a pesar de que en
la capital hay muchos más recursos para el control que en el resto del país.
El presidente, en su intervención ante la Asamblea Nacional, reconoció
que el problema de que muchas personas ni trabajan —para el Estado— ni
estudian, no se resuelve con disposiciones, ni siquiera con leyes. Su
solución requiere un enfoque que integre acciones políticas, económicas,
legales y administrativas, pero, sobre todo, deben crearse las
condiciones para que las personas sientan la necesidad de trabajar. Ese
punto de vista también podría ser aceptable en sentido general,
partiendo de que las condiciones actuales son absolutamente adversas
para lograrlo.
Al problema de los bajos salarios, se unen las dificultades del
transporte y la alimentación, las adversas condiciones laborales, la
carencia de ropa y calzado necesario y, algo muy importante, el
reconocimiento social al trabajador, hoy perdido. No se puede exigir que
las personas deseen ser maestros, constructores, agricultores o ejercer
otras profesiones, si el salario no alcanza para vivir —como ha
reconocido Raúl Castro— y están ausentes las mínimas condiciones laborales.
A 50 años del triunfo revolucionario, los problemas de la sociedad son
inmensos, y lo peor es que se acumulan sin que se tomen medidas para
empezar a solucionarlos. Para salir del laberinto actual se requiere
emprender un programa integral de reformas con coraje y decisión.
http://www.cubaencuentro.com/es/cuba/articulos/el-laberinto-del-general-153803
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