Rafael Ferro Salas
PINAR DEL RÍO, Cuba, enero (www.cubanet.org) – Estamos orgullosos de ser
seres humanos, pero a veces la vida nos pone a tope y nuestras
capacidades de raciocinio son alteradas. Arañamos, gritamos, rugimos y
hasta golpeamos; sacamos el animal que llevamos dentro y olvidamos lo
que somos.
Había una vez un policía que se desempeñaba como jefe de orden interior
en la prisión de Pinar del Río. Era un tipo terrible a la hora de
cumplir sus funciones. Los presos le decían "La sombra". Caminaba por el
barrio y todos lo evitaban, pocos lo saludaban, nadie le hablaba.
En una ocasión la madre de uno de los presos visitó la casa del policía.
La señora solicitaba atención para su hijo enfermo. Era vecina de "La
sombra". Quizás pensó encontrar apoyo del hombre, quien, a
regañadientes, la recibió para escuchar sus reclamos. De lo que se habló
allí supimos por familiares de la anciana. Mientras hablaban, el policía
la interrumpió:
-No le permito a nadie que venga a mi casa a importunarme cuando no
estoy trabajando, y mire, falté a mis convicciones y la he recibido.
Somos vecinos desde hace mucho, pero donde empieza el deber termina la
amistad. Si su hijo la hizo, debe pagarla. Ahora le solicito que salga
de mi casa, me puede perjudicar en el trabajo su visita como familiar de
un delincuente.
Pasó el tiempo y la vida no se detuvo. El policía vivía con su madre. El
tipo no tenía esposa, tampoco hijos.
Una tarde salió de su vivienda casi corriendo. Dicen que lloraba.
Algunos vecinos lo rodearon para saber qué sucedía. Entraron en su casa
para brindarle la ayuda que solicitaba, y por primera vez no estuvo
solo. Al regresar del trabajo y abrir la puerta de la casa, encontró a
su madre muerta en medio de la sala a consecuencia de un infarto.
Después de aquello el hombre ya no fue el mismo. Caminaba por el barrio
y no levantaba la mirada, fija en el camino para no encontrar ningún
tropiezo. Una mañana alguien lo vio entrar en la casa de la madre del
prisionero.
-Vengo a disculparme con usted. Mi madre me rogó mucho para que yo
atendiera el caso de su hijo. Me negué todo el tiempo y ella murió sin
verme hacer algo por él. Eso no me dejaba ni dormir. Pensaba mucho en
usted y en mi madre. El caso de su hijo es como una deuda que cargo.
Estoy ahora aprovechando todas las influencias que tengo para ayudar en
lo que pueda y poder traérselo, mi vieja. Lo haré, aunque sea lo último
que haga antes de dejar mi trabajo.
-Gracias, mi hijo. Donde quiera que esté Sofía estará contenta contigo,
no te preocupes. Tienes en mí ahora a la madre que te falta. Nunca te
sientas solo y ven a mi casa cuando quieras.
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